El consumo
cubre necesidades básicas
de sobrevivencia: habitación, comida, vestido; pero también necesidades
psicológicas; de aceptación, reputación y prestigio. De esta manera, se amplía
la producción a bienes de identidad como casas, objetos de arte, empresas;
objetos que intentan afirmar la pertenencia a un grupo, nación, cultura o
religión (Attali 1992).
Este blog resguarda documentos clásicos y contemporáneos de Antropología y Marxismo, que promueven la reflexión y el entendimiento de la sociedad capitalista, las sociedades etnológicas o precapitalistas, los procesos de cambio social y las luchas revolucionarias. Te invito a nutrir este proyecto escribiendo comentarios, compartiendo esta página con tus amigos y proponiendo textos apegados a esta temática. Sígueme también en Facebook: https://www.facebook.com/antropologiaymarxismo
lunes, 8 de junio de 2015
Diversidad cultural y lucha de clases
Víctor Manuel Ovalle
Hernández
Publicado en Boletín de Antropología Americana, no. 44,
Instituto Panamericano de Geografía e Historia, México, ene-dic 2008, pp.
141-152 y en Marxismo, Antropología e
Historia (y Filosofía), Miguel Ángel Adame (editor, compilador y
coordinador), Ediciones Navarra, México, 2011, pp.141-153.
Resumen
El término globalización se refiere al orden
mundial económico liberal que ha predominado en las últimas décadas y en el que
los diversos grupos humanos, con sus expresiones culturales particulares, coexisten
y dialogan recíprocamente. Lo que han omitido mencionar los teóricos y
promotores del sistema de mercado es que esta universalidad se ha estructurado conflictivamente, derivada del expansionismo
del Capitalismo tardío, que se abre paso por el mundo desplegando diversos mecanismos de coacción y violencia que son
los que apuntalan su dominio. En este trabajo se analizan estos mecanismos y
que tipo de respuestas originan entre las sociedades precapitalistas que subsisten en nuestra época.
En la década de 1980, el
economista Theodore Levitt (1983) utilizó el término globalización para describir las transformaciones que venían ocurriendo
en la economía mundial desde mediados de la década 1960. Actualmente, el
concepto alude a la integración de las distintas economías nacionales en un
mercado capitalista mundial; a la transformación del sector financiero e
industrial en una red global y a las innovaciones tecnológicas en los sistemas
de información, comunicaciones y transportes.
La disolución del bloque de
países de Europa del Este y de la Unión Soviética, a finales de la década 1980
y principios de los años 1990, facilitó la conformación del denominado Nuevo orden mundial unipolar con eje
principal en los Estados Unidos.
La Antropología ha
intentado explicar este proceso desde el ámbito de la cultura:
Hannerz (1992) –por
ejemplo-, asegura que la cultura global se caracteriza por una organización de
la diversidad más que por una repetición de uniformidad y que ésta se crea a
través de la interacción creciente de diferentes culturas locales, así como del
desarrollo de culturas que carecen de un anclaje claro dentro de algún
territorio dado.
Augé (1993) prefiere hablar
de sobremodernidad –más que de globalidad- a la que le concede tres figuras del
exceso: la superabundancia de acontecimientos, la superabundancia espacial y la
individualización de las referencias.
Adams, (1994) por su parte,
plantea que la globalización refiere la condición en la cual la información y
el impacto de los sucesos que ocurren en alguna parte del mundo se comunican
rápidamente a muchos otros puntos, saltando fronteras nacionales y barreras
ambientales.
Se puede precisar que la expansión
capitalista se consolida cuando las mercancías (en su modalidad de valores de cambio), que se
producen en algún lugar o región del planeta, se consumen en regiones distintas.
Cuando una comunidad utiliza sistemas de información, almacenamiento de datos y
tecnología de la comunicación como computadoras, televisores, radios,
reproductores de discos; teléfonos celulares, telefax y medios impresos como
periódicos, libros y revistas, no solamente consume la innovación tecnológica,
sino también, conjuntos de significados externos, que se articulan a los
significados propios.
Así, millones de personas
de diversos países, obtienen sus despensas en
grandes tiendas departamentales
de capital transnacional, adquieren sus aparatos de telecomunicación provenientes
de regiones lejanas, consumen series y programas televisivos realizados en
cualquier parte del mundo; los jóvenes consiguen y escuchan música a través de
Internet y hacen suyas las actitudes y formas de vestir de sus artistas
extranjeros favoritos; los niños están al tanto de las películas infantiles de
moda; los campesinos de los países dependientes consumen alimentos empacados provenientes de las potencias
occidentales.
¿Es esta universalidad en la producción y el
consumo un signo claro del Capitalismo
tardío neoliberal, o se trata de un
elemento más inserto en la lógica del Capital?
Marx (1983:32) ofrece una
descripción precisa del carácter uniformador y expansionista del Capitalismo en
su época:
Una revolución continua en la producción, una incesante
conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento
constantes distinguen la época burguesa de toda las anteriores. Todas las
relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas
veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de
llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado
es profano… Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus
productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas
partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes.
Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía
ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los
países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su
base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están
destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias... En lugar
de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen
necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los países
más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento y
la autarquía de las regiones y naciones, se establece un intercambio universal,
una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la
producción material como a la intelectual.
Se puede entonces observar,
que la noción de globalidad desplegada por los promotores del libre mercado, en
la que se promueve la imagen de una civilización de grandes innovaciones
tecnológicas, logros democráticos y floreciente esplendor cultural, en realidad
maquilla la naturaleza depredadora
del Capitalismo mundial.
Marx echa por tierra esta
ideología y deja también claro que las formaciones sociales preexistentes son
desarticuladas al contacto con el Capital:
Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de
producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía
arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta a las
más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería
pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros
más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones, si
no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a
introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burgueses. En una
palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza… Del mismo modo que ha
subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o
semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos
burgueses, el Oriente al Occidente (Marx 1983: 31-32).
Cerca de los 200 años de la publicación del Manifiesto comunista ¿Podemos constatar que el mundo entero ha caído bajo el dominio del Capitalismo? ¿Puede también confirmarse la idea de Marx de que el Capitalismo destruye todas las formaciones sociales precedentes? Y ¿Cómo explicamos la diversidad cultural registrada actualmente en el planeta? ¿No es ello prueba de que este proceso de integración aún continúa o incluso se ha detenido?
Adams (1994) piensa que el
proceso de globalización comenzó en el paleolítico tardío, cuando los pueblos
nómadas cruzaron el hemisferio occidental, y que ha estado desarrollándose más
rápida e intensamente en épocas recientes. Si bien es cierto que desde épocas
antiguas los pueblos establecían intercambios a través del comercio y de las
guerras de expansión, vastas regiones del planeta con formaciones
socioeconómicas distintas pasaron inadvertidas entre sí a lo largo de milenios.
La América precolombina
gozó de un desarrollo autónomo hasta el siglo XVI, cuando se reactiva la
expansión europea en el mundo, portando el germen de un nuevo sistema social:
el Capitalismo. Encontramos en este parteaguas
de la Historia, el primer saqueo intensivo de metales preciosos a un continente
distinto, el cual favoreció la acumulación originaria de capital en Europa; y los primeros significados de tipo global
que serían implementados en forma violenta: la ideas de sumisión a un poder
superior y de salvación en una vida posterior, el respeto al estatus y a la
propiedad de los conquistadores, nociones emanadas del terror y el miedo, que
fueron incrustadas en la mentalidad de los pueblos colonizados y que
constituyeron las primeras piezas –además del lenguaje- del eslabonamiento
simbólico que haría posible la implantación posterior de los valores del
sistema de mercado.
Desde la llegada de los
españoles al continente americano, se hizo evidente que para establecer el
dominio colonial, no era suficiente la presencia militar y la destrucción de
las representaciones cosmogónicas de los americanos. Se ensayó entonces el
control de las mentalidades a través de la “conquista espiritual” o
cristianización de las poblaciones locales (Moreno 2002:60), que entre otras
cosas, sustituyó deidades prehispánicas por santos católicos, templos por
iglesias, lenguas locales por el idioma español, etc. A partir de ese contacto,
el flujo de información desde los centros de poder no ha cesado, se ha incrementado
en razón del desarrollo de los medios de comunicación y de difusión masiva. Del
adoctrinamiento en los templos católicos del siglo XVI arribamos al
adoctrinamiento cotidiano que llevan a cabo las cadenas televisivas, las
radiodifusoras y la mayoría de los diarios de difusión nacional en nuestras
propias casas, además de la educación formal basada en principios occidentales
y que ha modelado el comportamiento de las familias en América Latina.
La consolidación de los
Estados-Nación en Occidente durante el siglo XIX, impuso un conjunto de ideas presuntamente
universales que atravesaron la cosmogonía de los pueblos y dieron un nuevo
sentido a su actuar cotidiano: los conceptos de individuo, ciudadanía,
soberanía y privacidad; la idea de avance social asociada al progreso tecnológico;
las ideas de libertad e igualdad jurídicas, entre otras.
Para el Siglo XX, el
discurso de los Derechos Humanos homogeniza el deber ser de las
naciones, que criminaliza, aísla políticamente e incluso justifica
intervenciones militares en los países que no se subordinan plenamente a él y
que de paso expresan oposición a los acuerdos de libre comercio y las políticas
del Fondo Monetario Internacional (FMI), El Banco Mundial (BM) y la
Organización Mundial del Comercio (OMC), como ha sido el caso de Afganistán,
Irak, Irán, Venezuela, Cuba y Corea del Norte.
Chakrabarty (2008:77)
señala que lo que realmente se minimiza en las historias que celebran el
advenimiento del Estado moderno y la idea de ciudadanía es la represión y la
violencia que resultan tan decisivas para el triunfo de lo moderno como el
poder de persuasión de sus estrategias retóricas.
Al transcurrir las primeras décadas del Siglo XXI, la diversidad cultural o multiculturalismo que tanto celebran los teóricos del Capitalismo,
aparece sesgada y degradada por el supremo mercado. Como lo describe Kohan
(2003:128-129):
Para desgracia de la antropología (que nació al calor de
las administraciones colonialistas), desaparece el exotismo, todo se tiñe del
color mercantil: El folk, antes
aislado, se disuelve ahora en el torrente de la oferta y la demanda. En la
cultura actual ya no hay “paraísos vírgenes” ni “islas perdidas” (uno de los
sueños fundacionales del pionner
capitalista). La virginidad es la virginidad previamente prostituida y
corrompida por el dólar. El habitante “típico” de las colonias se disfraza para
el tour. Las “costumbres ancestrales”
se reconstruyen en la vidriera armada artificialmente al ritmo de las agencias
de viaje y de los guías turísticos. Y además in english, always in
english. Of course (en inglés, siempre en inglés. Por supuesto). Con
sus miserias y sus múltiples coloridos, el mundo se unifica, se vuelve uno.
El imperialismo extiende su agresividad por todo el planeta. El valor de cambio
se torna entonces rey mundial, coronado por el otrora valor de uso,
recientemente mercantilizado. El reinado
del fetiche se universaliza al infinito.
De esta manera, el sistema
de mercado sólo muestra tolerancia por las expresiones culturales
comercializables. Emerge entonces la razón de ser del Capitalismo: la
acumulación ilimitada de riqueza material en manos de particulares a costa del
trabajo de millones de personas en todo el mundo, a través de cuando menos los
últimos 250 años, periodo durante el cual, el colonialismo, el saqueo y la
destrucción cultural, allanaron el camino para la sustitución de la producción
de valores de uso por valores de cambio en las antiguas formaciones sociales:
El capital se forma rápidamente un mercado interno a
través de la aniquilación de toda la industria campesina accesoria y así hila y
teje para todos, a todos viste, etc., en suma, otorga la forma de valores da
cambio a todas las mercancías antes creadas como valores de uso inmediato, un
proceso que se deriva por sí mismo de la separación de los trabajadores con
respecto al suelo y a la propiedad… Por lo tanto, ante todo, separación del
trabajador con respecto a la tierra como su laboratorium natural y, por
consiguiente, disolución de la pequeña propiedad de la tierra… (Marx 1989:67,115).
Para facilitar el
predominio del mercado, se ha instalado una infraestructura económica (rutas de
comercio, transportes, almacenes y centros de distribución), la cual permite
que las mercancías circulen de unas regiones a otras, que sean adquiridas y
consumidas en las diversas poblaciones, que se genere ganancia a los
capitalistas y que se inicie un nuevo ciclo de producción, distribución y consumo. Pero la infraestructura
económica, por sí misma, no es capaz de generar los mercados si no existen los hábitos de consumo necesarios dentro de
una población. Bauman (1969:20) sostiene que el pensamiento administrativo
enseña como manipular la conducta humana ordenando la pauta de situaciones
externas; restringe la gama posible de elección “libre”, haciendo que la cadena
de hierro de la necesidad sea lo suficientemente apretada para asegurar un alto
grado de predictibilidad y manejabilidad de los comportamientos. Augé (1993:13)
señala que el Capitalismo tiende a la uniformidad y estandarización de las
necesidades y de los comportamientos de consumo.
Asimismo, el sistema de
mercado debe promover la vigencia de dichas necesidades para ser satisfechas a
través del consumo de mercancías efímeras, que conduce al fetichismo por la
innovación tecnológica. De esta manera, un teléfono celular, se convierte en un
lapso breve de tiempo, también en reloj, despertador, calculadora, reproductor
de música, cámara fotográfica, de vídeo y hasta en dispositivo de acceso a
Internet y televisor, convirtiendo en anacrónicas las versiones anteriores. Se
da así salida, en forma vertiginosa, al ciclo de la producción y el consumo.
Es evidente que al
iniciarse el proceso de producción masiva y distribución a distancia sólo unas
cuantas mercancías habrían sido consumidas. Seguramente, las equivalentes a las
que ya existían, pero que ofrecían alguna ventaja adicional como un menor costo
o una presentación más atractiva.
Pérez Castro (1982:88-89) incursiona en el proceso de la producción
capitalista que modifica los hábitos de consumo en las comunidades de México:
La presencia del capitalismo se había empezado a sentir
en las comunidades desde la época colonial, cuando la producción de la
cochinilla y de fibras producidas fueron destinadas al mercado nacional e
internacional, adquiriendo su exportación un fuerte impulso de 1860 a 1878.
Además, el proceso de proletarización que se gestaba a través del trabajo
asalariado que muchos indígenas desempeñaban en las minas, fueron procesos que
llevaban a que el capitalismo desarrollase una loca carrera, la cual se vio
frenada para continuarla después, lenta, pero en forma segura en el interior de
las comunidades… Con la consolidación de la producción mercantil, las
comunidades ejidales quedaron dependientes del mercado. Esta dependencia se
hace mayor en la medida que se especializan en determinados productos, llevando
a que todo el tiempo de trabajos se destine a su producción y, con ello, se
releguen o se dejen de producir otros para el consumo; consecuentemente
necesitan comprarlos, aumentándose así la dependencia del mercado. Ya no
importa producir valores de uso, sino que la producción de valores de cambio,
pasa a ocupar un primer plano, dándose la base para la creación de un mercado
interno.
La producción mercantil produjo la especialización en la
agricultura, manifestada en el hecho de que los ejidos, comunidades y pequeñas
propiedades destinaron su producción al monocultivo de café, algodón, caña de
azúcar, tabaco, maíz, trigo u otras materias primas. Como resultado de la venta
de sus productos, se crea la demanda de ciertos artículos para el consumo
–ropa, medicinas, alimentos y artículos para festividades, entre otros-
determinándose así que los ingresos obtenidos por la venta de sus productos,
penetren nuevamente a la esfera de la circulación a través del mercado… La
tierra, al ser un recurso limitado, y encontrándose que, las de mayor
extensión, de mejor calidad, con riego, y generalmente ubicadas en las partes
planas continuaron en poder de la burguesía terrateniente, produjo que esa
población campesina desposeída fuera en aumento –ya que a ella empezaron a
sumarse los hijos de ejidatarios y los campesinos que vendían sus tierras,
creándose en el agro mexicano un proletariado agrícola dependiente del trabajo
asalariado.
Por su parte, Artis y
Coello (1982: 75) registran cambios en los hábitos de consumo de la zona chol;
en el municipio de Tila del Estado de Chiapas:
Se operó un visible cambio en el consumo, tanto el
productivo como el individual, esto es, en la indumentaria, en la alimentación,
en los medicamentos, en las casas habitación. Las transformaciones que se
sucedieron en los objetos de consumo fueron en un primer momento meros
reemplazos de lo que había dejado de producir, o sea, se trataba de objetos de
utilidad semejante. Sin embargo, el asiduo contacto con el mercado y con los
comerciantes y la nueva situación toda, fueron creando cada vez más
necesidades, de manera que no se dejó esperar mucho en Tila la invasión de
objetos como radios, relojes, etcétera.
Durante el siglo XX, se
conformó el bloque de países socialistas dirigidos por la Unión Soviética, el
cual ejerció límites al expansionismo colonial de Occidente, pero una vez
superada esta contradicción -debido a la descomposición interna de este
conjunto de naciones y bajo la presión de las fuerzas económicas, ideológicas y
militares de las potencias occidentales-, el Capitalismo desarrolló una
política de expansión más agresiva para consolidar su presencia y dominio en el
mundo, diluyendo las resistencias económicas, políticas y militares en vastas
regiones y reavivando nuevas oposiciones como en el caso de Medio Oriente y
algunos países de Sudamérica.
Asistimos entonces a un
reacomodo del modo de producción capitalista, asentado en las corporaciones
transnacionales, la fuerza militar y el poder financiero internacional.
En términos leninistas, nos
encontramos ante una profundización de la fase imperialista:
Si fuera necesario dar una definición lo más breve
posible del imperialismo, debería decirse que el imperialismo es la fase
monopolista del capitalismo. Esa definición comprendería lo principal, pues,
por una parte, el capital financiero es el capital bancario de algunos grandes
bancos monopolistas fundido con el capital de los grupos monopolistas
industriales y, por otra, el reparto del mundo es el tránsito de la política
colonial, que se extiende sin obstáculos a las regiones todavía no apropiadas
por ninguna potencia capitalista, a la política colonial de dominación
monopolista de los territorios del globo enteramente repartido (Lenin 1976:
237-38).
Como plantea Ortiz (1996),
la mundialización de la cultura trae consigo poderosos vectores de dominación
hasta el punto de articularse a nivel planetario.
No obstante, también
observamos una cantidad importante de oposiciones, no sólo de ciertos sectores
sociales organizados políticamente, sino de países y conjuntos de naciones como
Irán, Cuba, Corea del Norte y los países que integran la Alianza Bolivariana
para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), impulsado por Venezuela, que se
propuso incluir a todos los países latinoamericanos, y en el que Estados Unidos
quedaba excluido, buscando con ello dar un viraje a las relaciones de poder a
nivel regional.
Durante el siglo XXI, la mayoría de las formaciones sociales de base étnico-campesina que se oponían
al desarrollo del Capitalismo parecen haber sido destruidas. Pero esta
destrucción debemos entenderla en sentido dialéctico, es decir, que esos
distintos modos de producción fueron integrados a la lógica del Capital como
contradicciones emergentes, en un proceso paulatino que se inicia en la etapa
colonialista y culmina en nuestros días.
Así, encontramos en la
actualidad ejemplos como el de China, un país con 1350 millones de habitantes,
que cuenta con un mercado potencial para las marcas extranjeras de 250 millones
de personas (clases medias y acomodadas), localizadas en las ciudades grandes y
medianas. Quedan excluidas de este mercado, la clase trabajadora, que muestra
una fuerte preferencia por las marcas locales; y las zonas rurales (70% del
total), donde los individuos perciben un salario entre 15 y 40 dólares al mes
(Casaburi y Sánchez 2010). Este ejemplo nos muestra una de las contradicciones
insalvables del Capitalismo, que ofrece a los pueblos un estilo de vida basado
en la individualización y el consumo de sus productos manufacturados, pero que
no les proporciona los medios económicos suficientes para acceder a ellos.
De esta manera, la individualización
de la cotidianidad y la idea de avance social a través del progreso material en
un ambiente hostil de competencia a todos los niveles de las relaciones
sociales, constantes flujos migratorios, saqueo de los recursos naturales
comunitarios, incertidumbre, violencia, represión y explotación económica, no
son capaces de generar seres humanos plenos, por lo que la tradición o legado cultural, se convierte en un referente de
identidad, incluso en un arma de lucha política y social de esas mismas
formaciones sociales o conjuntos de comunidades, que se rearticulan para
constituirse en oposición interna al Capitalismo de esta época.
Bonfil Batalla, en su
célebre publicación (1994:11), señalaba que los pueblos del México profundo
crean y recrean continuamente su cultura, la ajustan a las presiones
cambiantes, refuerzan sus ámbitos propios y privados, hacen suyos elementos
culturales ajenos para ponerlos a su servicio, reiteran cíclicamente los actos
colectivos que son una manera de expresar y renovar su identidad propia; callan
o revelan, según una estrategia afinada por siglos de resistencia.
Se recurre entonces, a los
legados históricos, plenos de significados, aun cuando estos mismos se
encuentren atravesados por contenidos opresivos como el patriarcado, el etnocentrismo y el dogmatismo religioso.
Es en esta lucha –en la que
el Capitalismo es predominante-, en la que observamos la disolución completa de
muchas comunidades etnológicas, otras resisten apelando a la tradición y unas
más -ya integradas plenamente-, ceden elementos de su cultura como las tierras
y bosques, los lugares sagrados, las zonas arqueológicas, los platillos, el
vestido, la música; para ser convertidos por el Capital en mercancías exóticas
dirigidas al turismo y al mercado internacional.
De esta manera, la lucha
proletaria, sustentada en la conciencia de clase, no constituye la
única oposición al Capitalismo, aunque sí, su contradicción fundamental,
interactuando y mezclándose dinámicamente con esos otros proyectos alternativos
de sociedad, aunque de carácter conservador, que se constituyen en
contradicciones secundarias. Como las definiría Marx en el mismo Manifiesto:
De todas las clases que hoy se enfrentan con la
burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las
demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran
industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar.
Los estamentos medios –el pequeño industrial, el pequeño
comerciante, el artesano, el campesino-, todos ellos luchan contra la burguesía
para salvar de la ruina su existencia como tales estamentos medios. No son,
pues, revolucionarios, sino conservadores. Más todavía, son reaccionarios, ya
que pretenden volver atrás la rueda de la historia. Son revolucionarios
únicamente por cuanto tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al
proletariado, defendiendo así, no sus intereses presentes, sino sus intereses
futuros, por cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del
proletariado (Marx 1983:38).
Esta argumentación alcanza
a las luchas religiosas, feministas, ambientalistas y estudiantiles, de carácter
multiclasista; derivadas de las contradicciones internas del Capitalismo de
nuestra época, que intentan alcanzar sus objetivos de inclusión,
reconocimiento, equidad de género, respeto por el ambiente y educación pública
gratuita, dentro de un sistema depredador que en su naturaleza no concibe la
convivencia entre los seres humanos y la armonía con su entorno físico, sino
que sólo manifiesta compulsión por la acumulación de riqueza material, aun a
costa de la destrucción de regiones y poblaciones enteras de seres humanos.
También en el ámbito
intelectual surgen voces críticas al Capitalismo, pero que terminan planteando
salidas conservadoras:
Ante la amenaza de uniformidad… se
reivindica la urgencia de volver a las raíces, de recobrar peculiaridades y
afirmar diferencias, de hacer efectiva la pluralidad de la sociedad
contemporánea, como riqueza irrepetible de la condición humana (Tovar 1994:
532).
Todas estas luchas pueden
abandonar la franca y estoica resistencia; y proveerse de un bagaje teórico descolonizador,
opuesto al Capitalismo, que depure su legado histórico-cultural con un sentido
revolucionario, a través de la perspectiva socialista, cuyo objetivo es construir un sistema social a nivel planetario en el que
el trabajo sea liberado, sus productos equitativamente distribuidos y
en el que cada grupo humano tenga cabida para desplegar su producción económica y su cultura en forma armónica con la naturaleza.
Avanzado el siglo XXI, la lucha de clases a nivel mundial es más que evidente.
El Capital continúa su expansión a costa del trabajo de millones de personas,
las cuales, lejos de mejorar su calidad de vida, se siguen empobreciendo y buscan
la manera de oponerse organizadamente. La disyuntiva, se establece entonces,
entre seguir resistiendo indefinidamente a través de generaciones, apelando al
legado histórico-cultural, o desarrollar una praxis científica y transformadora
que conduzca a la destrucción del Capitalismo, tarea que sólo puede ser
realizada por las diversas corrientes marxistas.
Habría que señalar que el
Capitalismo no sólo provoca degradación humana, genera también conciencias internacionalistas
o globales que manifiestan su solidaridad con los trabajadores explotados, los
que sufren discriminación, los que padecen guerras, hambre y con los que
enfrentan desastres en otras latitudes. En la dictadura del mercado también se
construye una identidad planetaria que es consciente de los peligros
ambientales que conlleva la explotación desmedida de los recursos naturales.
Al
correr la primera mitad del Siglo XXI, otro mundo es posible y necesario. La
historia continúa… y ésta es la principal promesa para el presente siglo.
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