lunes, 8 de junio de 2015

Diversidad cultural y lucha de clases




Víctor Manuel Ovalle Hernández

Publicado en Boletín de Antropología Americana, no. 44, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, México, ene-dic 2008, pp. 141-152 y en Marxismo, Antropología e Historia (y Filosofía), Miguel Ángel Adame (editor, compilador y coordinador), Ediciones Navarra, México, 2011, pp.141-153.


Resumen

El término globalización se refiere al orden mundial económico liberal que ha predominado en las últimas décadas y en el que los diversos grupos humanos, con sus expresiones culturales particulares, coexisten y dialogan recíprocamente. Lo que han omitido mencionar los teóricos y promotores del sistema de mercado es que esta universalidad se ha estructurado conflictivamente, derivada del expansionismo del Capitalismo tardío, que se abre paso por el mundo desplegando diversos mecanismos de coacción y violencia que son los que apuntalan su dominio. En este trabajo se analizan estos mecanismos y que tipo de respuestas originan entre las sociedades precapitalistas que subsisten en nuestra época.


 
En la década de 1980, el economista Theodore Levitt (1983) utilizó el término globalización para describir las transformaciones que venían ocurriendo en la economía mundial desde mediados de la década 1960. Actualmente, el concepto alude a la integración de las distintas economías nacionales en un mercado capitalista mundial; a la transformación del sector financiero e industrial en una red global y a las innovaciones tecnológicas en los sistemas de información, comunicaciones y transportes.

La disolución del bloque de países de Europa del Este y de la Unión Soviética, a finales de la década 1980 y principios de los años 1990, facilitó la conformación del denominado Nuevo orden mundial unipolar con eje principal en los Estados Unidos.

La Antropología ha intentado explicar este proceso desde el ámbito de la cultura:

Hannerz (1992) –por ejemplo-, asegura que la cultura global se caracteriza por una organización de la diversidad más que por una repetición de uniformidad y que ésta se crea a través de la interacción creciente de diferentes culturas locales, así como del desarrollo de culturas que carecen de un anclaje claro dentro de algún territorio dado.

Augé (1993) prefiere hablar de sobremodernidad –más que de globalidad- a la que le concede tres figuras del exceso: la superabundancia de acontecimientos, la superabundancia espacial y la individualización de las referencias.

Adams, (1994) por su parte, plantea que la globalización refiere la condición en la cual la información y el impacto de los sucesos que ocurren en alguna parte del mundo se comunican rápidamente a muchos otros puntos, saltando fronteras nacionales y barreras ambientales.

Se puede precisar que la expansión capitalista se consolida cuando las mercancías (en su modalidad de valores de cambio), que se producen en algún lugar o región del planeta, se consumen en regiones distintas. Cuando una comunidad utiliza sistemas de información, almacenamiento de datos y tecnología de la comunicación como computadoras, televisores, radios, reproductores de discos; teléfonos celulares, telefax y medios impresos como periódicos, libros y revistas, no solamente consume la innovación tecnológica, sino también, conjuntos de significados externos, que se articulan a los significados propios.

Así, millones de personas de diversos países, obtienen sus despensas en  grandes  tiendas departamentales de capital transnacional, adquieren sus aparatos de telecomunicación provenientes de regiones lejanas, consumen series y programas televisivos realizados en cualquier parte del mundo; los jóvenes consiguen y escuchan música a través de Internet y hacen suyas las actitudes y formas de vestir de sus artistas extranjeros favoritos; los niños están al tanto de las películas infantiles de moda; los campesinos de los países dependientes consumen alimentos  empacados provenientes de las potencias occidentales.

¿Es esta universalidad en la producción y el consumo un signo claro del Capitalismo tardío neoliberal, o se trata de un elemento más inserto en la lógica del Capital?

Marx (1983:32) ofrece una descripción precisa del carácter uniformador y expansionista del Capitalismo en su época:

Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de toda las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profano… Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes.
Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias... En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento y la autarquía de las regiones y naciones, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material como a la intelectual.

Se puede entonces observar, que la noción de globalidad desplegada por los promotores del libre mercado, en la que se promueve la imagen de una civilización de grandes innovaciones tecnológicas, logros democráticos y floreciente esplendor cultural, en realidad maquilla la naturaleza depredadora del Capitalismo mundial.

Marx echa por tierra esta ideología y deja también claro que las formaciones sociales preexistentes son desarticuladas al contacto con el Capital:

Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta a las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burgueses. En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza… Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente (Marx 1983: 31-32). 

Cerca de los 200 años de la publicación del Manifiesto comunista ¿Podemos constatar que el mundo entero ha caído bajo el dominio del Capitalismo? ¿Puede también confirmarse la idea de Marx de que el Capitalismo destruye todas las formaciones sociales precedentes? Y ¿Cómo explicamos la diversidad cultural registrada actualmente en el planeta? ¿No es ello prueba de que este proceso de integración aún continúa o incluso se ha detenido?

Adams (1994) piensa que el proceso de globalización comenzó en el paleolítico tardío, cuando los pueblos nómadas cruzaron el hemisferio occidental, y que ha estado desarrollándose más rápida e intensamente en épocas recientes. Si bien es cierto que desde épocas antiguas los pueblos establecían intercambios a través del comercio y de las guerras de expansión, vastas regiones del planeta con formaciones socioeconómicas distintas pasaron inadvertidas entre sí a lo largo de milenios.

La América precolombina gozó de un desarrollo autónomo hasta el siglo XVI, cuando se reactiva la expansión europea en el mundo, portando el germen de un nuevo sistema social: el Capitalismo. Encontramos en este parteaguas de la Historia, el primer saqueo intensivo de metales preciosos a un continente distinto, el cual favoreció la acumulación originaria de capital en Europa; y los primeros significados de tipo global que serían implementados en forma violenta: la ideas de sumisión a un poder superior y de salvación en una vida posterior, el respeto al estatus y a la propiedad de los conquistadores, nociones emanadas del terror y el miedo, que fueron incrustadas en la mentalidad de los pueblos colonizados y que constituyeron las primeras piezas –además del lenguaje- del eslabonamiento simbólico que haría posible la implantación posterior de los valores del sistema de mercado.

Desde la llegada de los españoles al continente americano, se hizo evidente que para establecer el dominio colonial, no era suficiente la presencia militar y la destrucción de las representaciones cosmogónicas de los americanos. Se ensayó entonces el control de las mentalidades a través de la “conquista espiritual” o cristianización de las poblaciones locales (Moreno 2002:60), que entre otras cosas, sustituyó deidades prehispánicas por santos católicos, templos por iglesias, lenguas locales por el idioma español, etc. A partir de ese contacto, el flujo de información desde los centros de poder no ha cesado, se ha incrementado en razón del desarrollo de los medios de comunicación y de difusión masiva. Del adoctrinamiento en los templos católicos del siglo XVI arribamos al adoctrinamiento cotidiano que llevan a cabo las cadenas televisivas, las radiodifusoras y la mayoría de los diarios de difusión nacional en nuestras propias casas, además de la educación formal basada en principios occidentales y que ha modelado el comportamiento de las familias en América Latina.

La consolidación de los Estados-Nación en Occidente durante el siglo XIX, impuso un conjunto de ideas presuntamente universales que atravesaron la cosmogonía de los pueblos y dieron un nuevo sentido a su actuar cotidiano: los conceptos de individuo, ciudadanía, soberanía y privacidad; la idea de avance social asociada al progreso tecnológico; las ideas de libertad e igualdad jurídicas, entre otras.

Para el Siglo XX, el discurso de los Derechos Humanos homogeniza el deber ser de las naciones, que criminaliza, aísla políticamente e incluso justifica intervenciones militares en los países que no se subordinan plenamente a él y que de paso expresan oposición a los acuerdos de libre comercio y las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI), El Banco Mundial (BM) y la Organización Mundial del Comercio (OMC), como ha sido el caso de Afganistán, Irak, Irán, Venezuela, Cuba y Corea del Norte.

Chakrabarty (2008:77) señala que lo que realmente se minimiza en las historias que celebran el advenimiento del Estado moderno y la idea de ciudadanía es la represión y la violencia que resultan tan decisivas para el triunfo de lo moderno como el poder de persuasión de sus estrategias retóricas.

Al transcurrir las primeras décadas del Siglo XXI, la diversidad cultural o multiculturalismo que tanto celebran los teóricos del Capitalismo, aparece sesgada y degradada por el supremo mercado. Como lo describe Kohan (2003:128-129):

Para desgracia de la antropología (que nació al calor de las administraciones colonialistas), desaparece el exotismo, todo se tiñe del color mercantil: El folk, antes aislado, se disuelve ahora en el torrente de la oferta y la demanda. En la cultura actual ya no hay “paraísos vírgenes” ni “islas perdidas” (uno de los sueños fundacionales del pionner capitalista). La virginidad es la virginidad previamente prostituida y corrompida por el dólar. El habitante “típico” de las colonias se disfraza para el tour. Las “costumbres ancestrales” se reconstruyen en la vidriera armada artificialmente al ritmo de las agencias de viaje y de los guías turísticos. Y además in english, always in english. Of course (en inglés, siempre en inglés. Por supuesto). Con sus miserias y sus múltiples coloridos, el mundo se unifica, se vuelve uno. El imperialismo extiende su agresividad por todo el planeta. El valor de cambio se torna entonces rey mundial, coronado por el otrora valor de uso, recientemente mercantilizado. El reinado del fetiche se universaliza al infinito.

De esta manera, el sistema de mercado sólo muestra tolerancia por las expresiones culturales comercializables. Emerge entonces la razón de ser del Capitalismo: la acumulación ilimitada de riqueza material en manos de particulares a costa del trabajo de millones de personas en todo el mundo, a través de cuando menos los últimos 250 años, periodo durante el cual, el colonialismo, el saqueo y la destrucción cultural, allanaron el camino para la sustitución de la producción de valores de uso por valores de cambio en las antiguas formaciones sociales:  

El capital se forma rápidamente un mercado interno a través de la aniquilación de toda la industria campesina accesoria y así hila y teje para todos, a todos viste, etc., en suma, otorga la forma de valores da cambio a todas las mercancías antes creadas como valores de uso inmediato, un proceso que se deriva por sí mismo de la separación de los trabajadores con respecto al suelo y a la propiedad… Por lo tanto, ante todo, separación del trabajador con respecto a la tierra como su laboratorium natural y, por consiguiente, disolución de la pequeña propiedad de la tierra… (Marx 1989:67,115).

Para facilitar el predominio del mercado, se ha instalado una infraestructura económica (rutas de comercio, transportes, almacenes y centros de distribución), la cual permite que las mercancías circulen de unas regiones a otras, que sean adquiridas y consumidas en las diversas poblaciones, que se genere ganancia a los capitalistas y que se inicie un nuevo ciclo de producción, distribución y consumo. Pero la infraestructura económica, por sí misma, no es capaz de generar los mercados si no existen los hábitos de consumo necesarios dentro de una población. Bauman (1969:20) sostiene que el pensamiento administrativo enseña como manipular la conducta humana ordenando la pauta de situaciones externas; restringe la gama posible de elección “libre”, haciendo que la cadena de hierro de la necesidad sea lo suficientemente apretada para asegurar un alto grado de predictibilidad y manejabilidad de los comportamientos. Augé (1993:13) señala que el Capitalismo tiende a la uniformidad y estandarización de las necesidades y de los comportamientos de consumo.

Asimismo, el sistema de mercado debe promover la vigencia de dichas necesidades para ser satisfechas a través del consumo de mercancías efímeras, que conduce al fetichismo por la innovación tecnológica. De esta manera, un teléfono celular, se convierte en un lapso breve de tiempo, también en reloj, despertador, calculadora, reproductor de música, cámara fotográfica, de vídeo y hasta en dispositivo de acceso a Internet y televisor, convirtiendo en anacrónicas las versiones anteriores. Se da así salida, en forma vertiginosa, al ciclo de la producción y el consumo.

La producción alienada somete a los individuos a procesos monótonos y repetitivos que condicionan a los trabajadores a aceptar la innovación del exterior y a tener que pagar por ella. De esta manera, observamos que el Capitalismo genera individuos emocionalmente dependientes, que durante su tiempo libre desahogan en el consumo parte de la tensión acumulada durante las jornadas de trabajo. Esta situación alcanza su clímax en las celebraciones sociales, las cuales adquieren emotividad en el derroche económico. Ejemplos de ello, son la Navidad, año nuevo, día de las madres, del niño, los cumpleaños, aniversarios, etc.

Es evidente que al iniciarse el proceso de producción masiva y distribución a distancia sólo unas cuantas mercancías habrían sido consumidas. Seguramente, las equivalentes a las que ya existían, pero que ofrecían alguna ventaja adicional como un menor costo o una presentación más atractiva.

Pérez Castro (1982:88-89) incursiona en el proceso de la producción capitalista que modifica los hábitos de consumo en las comunidades de México:

La presencia del capitalismo se había empezado a sentir en las comunidades desde la época colonial, cuando la producción de la cochinilla y de fibras producidas fueron destinadas al mercado nacional e internacional, adquiriendo su exportación un fuerte impulso de 1860 a 1878. Además, el proceso de proletarización que se gestaba a través del trabajo asalariado que muchos indígenas desempeñaban en las minas, fueron procesos que llevaban a que el capitalismo desarrollase una loca carrera, la cual se vio frenada para continuarla después, lenta, pero en forma segura en el interior de las comunidades… Con la consolidación de la producción mercantil, las comunidades ejidales quedaron dependientes del mercado. Esta dependencia se hace mayor en la medida que se especializan en determinados productos, llevando a que todo el tiempo de trabajos se destine a su producción y, con ello, se releguen o se dejen de producir otros para el consumo; consecuentemente necesitan comprarlos, aumentándose así la dependencia del mercado. Ya no importa producir valores de uso, sino que la producción de valores de cambio, pasa a ocupar un primer plano, dándose la base para la creación de un mercado interno.
La producción mercantil produjo la especialización en la agricultura, manifestada en el hecho de que los ejidos, comunidades y pequeñas propiedades destinaron su producción al monocultivo de café, algodón, caña de azúcar, tabaco, maíz, trigo u otras materias primas. Como resultado de la venta de sus productos, se crea la demanda de ciertos artículos para el consumo –ropa, medicinas, alimentos y artículos para festividades, entre otros- determinándose así que los ingresos obtenidos por la venta de sus productos, penetren nuevamente a la esfera de la circulación a través del mercado… La tierra, al ser un recurso limitado, y encontrándose que, las de mayor extensión, de mejor calidad, con riego, y generalmente ubicadas en las partes planas continuaron en poder de la burguesía terrateniente, produjo que esa población campesina desposeída fuera en aumento –ya que a ella empezaron a sumarse los hijos de ejidatarios y los campesinos que vendían sus tierras, creándose en el agro mexicano un proletariado agrícola dependiente del trabajo asalariado.

Por su parte, Artis y Coello (1982: 75) registran cambios en los hábitos de consumo de la zona chol; en el municipio de Tila del Estado de Chiapas:

Se operó un visible cambio en el consumo, tanto el productivo como el individual, esto es, en la indumentaria, en la alimentación, en los medicamentos, en las casas habitación. Las transformaciones que se sucedieron en los objetos de consumo fueron en un primer momento meros reemplazos de lo que había dejado de producir, o sea, se trataba de objetos de utilidad semejante. Sin embargo, el asiduo contacto con el mercado y con los comerciantes y la nueva situación toda, fueron creando cada vez más necesidades, de manera que no se dejó esperar mucho en Tila la invasión de objetos como radios, relojes, etcétera.

El consumo cubre necesidades básicas de sobrevivencia: habitación, comida, vestido; pero también necesidades psicológicas; de aceptación, reputación y prestigio. De esta manera, se amplía la producción a bienes de identidad como casas, objetos de arte, empresas; objetos que intentan afirmar la pertenencia a un grupo, nación, cultura o religión (Attali 1992). 

Durante el siglo XX, se conformó el bloque de países socialistas dirigidos por la Unión Soviética, el cual ejerció límites al expansionismo colonial de Occidente, pero una vez superada esta contradicción -debido a la descomposición interna de este conjunto de naciones y bajo la presión de las fuerzas económicas, ideológicas y militares de las potencias occidentales-, el Capitalismo desarrolló una política de expansión más agresiva para consolidar su presencia y dominio en el mundo, diluyendo las resistencias económicas, políticas y militares en vastas regiones y reavivando nuevas oposiciones como en el caso de Medio Oriente y algunos países de Sudamérica.

Asistimos entonces a un reacomodo del modo de producción capitalista, asentado en las corporaciones transnacionales, la fuerza militar y el poder financiero internacional.

En términos leninistas, nos encontramos ante una profundización de la fase imperialista:

Si fuera necesario dar una definición lo más breve posible del imperialismo, debería decirse que el imperialismo es la fase monopolista del capitalismo. Esa definición comprendería lo principal, pues, por una parte, el capital financiero es el capital bancario de algunos grandes bancos monopolistas fundido con el capital de los grupos monopolistas industriales y, por otra, el reparto del mundo es el tránsito de la política colonial, que se extiende sin obstáculos a las regiones todavía no apropiadas por ninguna potencia capitalista, a la política colonial de dominación monopolista de los territorios del globo enteramente repartido (Lenin 1976: 237-38).

Como plantea Ortiz (1996), la mundialización de la cultura trae consigo poderosos vectores de dominación hasta el punto de articularse a nivel planetario.

No obstante, también observamos una cantidad importante de oposiciones, no sólo de ciertos sectores sociales organizados políticamente, sino de países y conjuntos de naciones como Irán, Cuba, Corea del Norte y los países que integran la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), impulsado por Venezuela, que se propuso incluir a todos los países latinoamericanos, y en el que Estados Unidos quedaba excluido, buscando con ello dar un viraje a las relaciones de poder a nivel regional.

Durante el siglo XXI, la mayoría de las formaciones sociales de base étnico-campesina que se oponían al desarrollo del Capitalismo parecen haber sido destruidas. Pero esta destrucción debemos entenderla en sentido dialéctico, es decir, que esos distintos modos de producción fueron integrados a la lógica del Capital como contradicciones emergentes, en un proceso paulatino que se inicia en la etapa colonialista y culmina en nuestros días.

Así, encontramos en la actualidad ejemplos como el de China, un país con 1350 millones de habitantes, que cuenta con un mercado potencial para las marcas extranjeras de 250 millones de personas (clases medias y acomodadas), localizadas en las ciudades grandes y medianas. Quedan excluidas de este mercado, la clase trabajadora, que muestra una fuerte preferencia por las marcas locales; y las zonas rurales (70% del total), donde los individuos perciben un salario entre 15 y 40 dólares al mes (Casaburi y Sánchez 2010). Este ejemplo nos muestra una de las contradicciones insalvables del Capitalismo, que ofrece a los pueblos un estilo de vida basado en la individualización y el consumo de sus productos manufacturados, pero que no les proporciona los medios económicos suficientes para acceder a ellos. 

De esta manera, la individualización de la cotidianidad y la idea de avance social a través del progreso material en un ambiente hostil de competencia a todos los niveles de las relaciones sociales, constantes flujos migratorios, saqueo de los recursos naturales comunitarios, incertidumbre, violencia, represión y explotación económica, no son capaces de generar seres humanos plenos, por lo que la tradición o legado cultural, se convierte en un referente de identidad, incluso en un arma de lucha política y social de esas mismas formaciones sociales o conjuntos de comunidades, que se rearticulan para constituirse en oposición interna al Capitalismo de esta época. 


Bonfil Batalla, en su célebre publicación (1994:11), señalaba que los pueblos del México profundo crean y recrean continuamente su cultura, la ajustan a las presiones cambiantes, refuerzan sus ámbitos propios y privados, hacen suyos elementos culturales ajenos para ponerlos a su servicio, reiteran cíclicamente los actos colectivos que son una manera de expresar y renovar su identidad propia; callan o revelan, según una estrategia afinada por siglos de resistencia.

Se recurre entonces, a los legados históricos, plenos de significados, aun cuando estos mismos se encuentren atravesados por contenidos opresivos como el patriarcado, el etnocentrismo y el dogmatismo religioso.

Es en esta lucha –en la que el Capitalismo es predominante-, en la que observamos la disolución completa de muchas comunidades etnológicas, otras resisten apelando a la tradición y unas más -ya integradas plenamente-, ceden elementos de su cultura como las tierras y bosques, los lugares sagrados, las zonas arqueológicas, los platillos, el vestido, la música; para ser convertidos por el Capital en mercancías exóticas dirigidas al turismo y al mercado internacional.

De esta manera, la lucha proletaria, sustentada en la conciencia de clase, no constituye la única oposición al Capitalismo, aunque sí, su contradicción fundamental, interactuando y mezclándose dinámicamente con esos otros proyectos alternativos de sociedad, aunque de carácter conservador, que se constituyen en contradicciones secundarias. Como las definiría Marx en el mismo Manifiesto:

De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar.
Los estamentos medios –el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino-, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales estamentos medios. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. Más todavía, son reaccionarios, ya que pretenden volver atrás la rueda de la historia. Son revolucionarios únicamente por cuanto tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así, no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, por cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado (Marx 1983:38).

Esta argumentación alcanza a las luchas religiosas, feministas, ambientalistas y estudiantiles, de carácter multiclasista; derivadas de las contradicciones internas del Capitalismo de nuestra época, que intentan alcanzar sus objetivos de inclusión, reconocimiento, equidad de género, respeto por el ambiente y educación pública gratuita, dentro de un sistema depredador que en su naturaleza no concibe la convivencia entre los seres humanos y la armonía con su entorno físico, sino que sólo manifiesta compulsión por la acumulación de riqueza material, aun a costa de la destrucción de regiones y poblaciones enteras de seres humanos.

También en el ámbito intelectual surgen voces críticas al Capitalismo, pero que terminan planteando salidas conservadoras:

Ante la amenaza de uniformidad… se reivindica la urgencia de volver a las raíces, de recobrar peculiaridades y afirmar diferencias, de hacer efectiva la pluralidad de la sociedad contemporánea, como riqueza irrepetible de la condición humana (Tovar 1994: 532).

Todas estas luchas pueden abandonar la franca y estoica resistencia; y proveerse de un bagaje teórico descolonizador, opuesto al Capitalismo, que depure su legado histórico-cultural con un sentido revolucionario, a través de la perspectiva socialista, cuyo objetivo es construir un sistema social a nivel planetario en el que el trabajo sea liberado, sus productos equitativamente distribuidos y en el que cada grupo humano tenga cabida para desplegar su producción económica y su cultura en forma armónica con la naturaleza.

Avanzado el siglo XXI, la lucha de clases a nivel mundial es más que evidente. El Capital continúa su expansión a costa del trabajo de millones de personas, las cuales, lejos de mejorar su calidad de vida, se siguen empobreciendo y buscan la manera de oponerse organizadamente. La disyuntiva, se establece entonces, entre seguir resistiendo indefinidamente a través de generaciones, apelando al legado histórico-cultural, o desarrollar una praxis científica y transformadora que conduzca a la destrucción del Capitalismo, tarea que sólo puede ser realizada por las diversas corrientes marxistas.

                 

Habría que señalar que el Capitalismo no sólo provoca degradación humana, genera también conciencias internacionalistas o globales que manifiestan su solidaridad con los trabajadores explotados, los que sufren discriminación, los que padecen guerras, hambre y con los que enfrentan desastres en otras latitudes. En la dictadura del mercado también se construye una identidad planetaria que es consciente de los peligros ambientales que conlleva la explotación desmedida de los recursos naturales. 

Al correr la primera mitad del Siglo XXI, otro mundo es posible y necesario. La historia continúa… y ésta es la principal promesa para el presente siglo.




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