Emir Sader.
Publicado en el periódico La jornada, México, el domingo 19 de noviembre de 2017.
Los
mal llamados paraísos fiscales funcionan como prostíbulos del capitalismo. Se
hacen allí los negocios turbios, que no pueden ser confesados públicamente pero
que son indispensables para el funcionamiento del sistema. Como los prostíbulos
en la sociedad tradicional.
Conforme
se acumulan las denuncias y las listas de personajes y empresas que tienen
cuentas en esos lugares, nos damos cuenta del papel central y no apenas
marginal que ellos tienen en la economía mundial. “No se trata de ‘islas’ en el
sentido económico, sino de una red sistémica de territorios que escapan a las
jurisdicciones nacionales, permitiendo que el conjunto de los grandes flujos
financieros mundiales rehuya sus obligaciones fiscales, escondiendo los
orígenes de los recursos o enmascarando su destino” (A era do capital
improductivo, Ladislau Dowbor, Ed. Autonomia Literaria, Sao Paulo, 2017,
pág. 83).
Todos
los grandes grupos financieros mundiales y económicos en general tienen hoy
filiales o incluso matrices en paraísos fiscales. Esa extraterritorialidad (offshore)
forma una dimensión de prácticamente todas las actividades económicas de los
gigantes corporativos, constituyendo una amplia cámara mundial de
compensaciones, donde los distintos flujos financieros ingresan a la zona del
secreto, del impuesto cero o algo equivalente y de libertad relativamente a
cualquier control efectivo.
En
los paraísos fiscales los recursos son reconvertidos en usos diversos,
repasados a empresas con nombres y nacionalidades distintos, lavados y fomalmente
limpios. No es que todo se vuelva secreto, sino con la fragmentación del flujo
financiero el conjunto del sistema lo vuelve opaco.
Hay
iniciativas para controlar relativamente ese flujo monstruoso de recursos, pero
el sistema financiero es global, mientras las leyes son nacionales y no hay un
sistema de gobierno mundial. Asimismo, se puede ganar más aplicando en
productos financieros y, sobre todo, sin pagar impuestos; es un negocio
redondo.
“El
sistema offshore creció con metástasis en todo el globo y surgió un
poderoso ejército de abogados, contadores y banqueros para hacer funcionar el
sistema. En realidad, el sistema raramente agrega algún valor. Al contrario,
está redistribuyendo la riqueza hacia arriba y los riesgos hacia abajo,
generando una nueva estufa global para el crimen” (Treasured Islands:
Uncovering the Damage of Offshore Banking and Tax Havens, Shaxon, Nicholas.
St. Martin’s Press, Nova York, 2011).
El
tema de los impuestos es central. Las ganancias son offshore, donde
escapan de los impuestos, pero los costos y el pago de los intereses son onshore,
donde son deducidos los impuestos. La mayor parte de las actividades son
legales. No es ilegal tener una cuenta en las islas Caimán. “La gran corrupción
genera su propia legalidad, que pasa por la apropiación de la política, proceso
que Shaxon llama de
captura del Estado(Dowbor, pág. 86).
Se
trata de una corrupción sistémica. La corrupción envuelve a especialistas que
abusan del bien común, en secreto y con impunidad, minando las reglas y los
sistemas que promueven el interés público y nuestra confianza en las reglas y
sistemas existentes, intensificando la pobreza y la desigualdad.
La base de la ley de las corporaciones y de las sociedades anónimas es que el anonimato de la propiedad y el derecho a ser tratadas como personas jurídicas, pudiendo declarar su sede legal donde quieran e independiente del local efectivo de sus actividades, tendría como contrapeso la transparencia de las cuentas (Dowbor, pág. 86).
Las
propinas contaminan y corrompen a los gobiernos, y los paraísos fiscales
corrompen el sistema financiero global. Se ha creado un sistema que vuelve
inviable cualquier control jurídico y penal de la criminalidad bancaria. Las
corporaciones constituyen un sistema judicial paralelo que les permite incluso
procesar a los estados a partir de su propio aparato jurídico.
La
revista británica The Economist calcula que en los paraísos fiscales se
encuentran 20 trillones de dólares, ubicando a las principales plazas
financieras que dirigen estos recursos en el estado norteamericano de
Delaware y en Londres. Las islas sirven de localización legal y de protección
en términos de jurisdicción, fiscalidad e información, pero la gestión es
realizada por los grandes bancos. Se trata de un gigantesco drenaje que permite
que los ciclos financieros queden resguardados de las informaciones.
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