martes, 18 de julio de 2023

No hay diferencia entre narco, burguesía y élites

 

Raúl Zibechi

Tomado de La Jornada, Viernes 14 de noviembre de 2014.


Propongo que dejemos de hablar de narco (narcotráfico o tráfico de drogas) como si fuera un negocio distinto a otros que realizan las clases dominantes. Atribuir los crímenes a los narcos contribuye a despolitizar el debate y desviar el núcleo central que revelan los terribles hechos: la alianza entre la élite económica y el poder militar-estatal para aplastar las resistencias populares. Lo que llamamos narco es parte de la élite y, como ella, no puede sino tener lazos estrechos con los estados.

La historia suele ayudar a echar luz sobre los hechos actuales. La piratería, como práctica de saqueo y bandolerismo en el mar, jugó un papel importante en la transición hegemónica, debilitando a España, potencia colonial decadente, por parte de las potencias emergentes Francia e Inglaterra. La única diferencia entre piratas y corsarios es que éstos recibían “patentes de corso”, firmadas por monarcas, que legalizaban su actuación delictiva cuando la realizaban contra barcos y poblaciones de naciones enemigas.

Las potencias disponían así de armadas adicionales sin los gastos que implicaban y conseguían debilitar a sus enemigos “tercerizando” la guerra. Además, utilizaban los servicios de los corsarios sin pagar costos políticos, como si los destrozos que causaban fueran “desbordes” fuera del control de las monarquías, cuando en realidad no tenían la menor autonomía de las élites en el poder. La línea que separa lo legal de lo ilegal es tenue y variable.

Encuentro varias razones para dejar de considerar a los narcos como algo diferente de la burguesía y del Estado.

La primera, es histórica. Es bien conocido el caso de Lucky Luciano, jefe de la Cosa Nostra preso en Estados Unidos. Cuando las tropas estadunidenses desembarcaron en Sicilia, en 1943, para combatir al régimen de Mussolini, contaron con el apoyo activo de la mafia. El gobierno de Estados Unidos había llegado a un acuerdo con Luciano, por el cual éste movilizó a sus partidarios a favor de los aliados a cambio de su posterior deportación a Italia, donde vivió el resto de su vida organizando sus negocios ilegales.

Los mafiosos eran, además, fervientes anticomunistas, por lo que fueron usados en el combate a las fuerzas de izquierda en el mundo y como fuerza de choque contra los sindicatos estadunidenses.

En segundo lugar, la superpotencia utilizó el negocio de las drogas en su intervención militar en el sureste de Asia, en particular en la guerra contra Vietnam. Pero también a escala local, en el mismo periodo, para destruir al movimiento revolucionario Panteras Negras. En ambos casos la CIA jugó un papel destacado. Sobre estos dos primeros puntos hay decenas de publicaciones, lo que hace innecesario entrar en detalles.

En tercer lugar, Colombia ha sido el principal banco de pruebas en el uso de las bandas criminales contra las organizaciones revolucionarias y los sectores populares. Un informe de Americas Watch de 1990 establece que el cártel de Medellín, dirigido por Pablo Escobar, atacaba sistemáticamente a “líderes sindicales, profesores, periodistas, defensores de los derechos humanos y políticos de izquierda, particularmente de la Unión Patriótica” (Americas Watch, La guerra contra las drogas en Colombia, 1990, p. 22).

A renglón seguido destaca que “los narcotraficantes se han convertido en grandes terratenientes y, como tal, han comenzado a compartir la política de derecha de los terratenientes tradicionales y a dirigir algunos de los más notorios grupos paramilitares”.

Este es el punto clave: la confluencia de intereses entre dos sectores que buscan enriquecerse y mantener cuotas de poder, o adquirir más poder, a costa de los campesinos, los sectores populares y las izquierdas. Todo indica que la experiencia colombiana –en modo particular, la alianza de los narcos y los demás sectores de las clases dominantes– está siendo replicada en otros países como México y Guatemala, y está disponible para aplicarla donde las élites globales lo crean necesario. De más está decir que esto no podía hacerse sin el concurso de la agencia “antidrogas” estadunidense, así como de sus fuerzas armadas.



En cuarto lugar, hace falta comprender que el negocio de las drogas forma parte de la acumulación por desposesión, tanto en su forma como en su contenido. Funciona como una empresa capitalista, como “una actividad económica racional”, como concluye el libro Cocaína & Co., de los sociólogos colombianos Ciro Krauthausen y Luis Fernando Sarmiento (Tercer Mundo Ediciones, 1991). Tiene algunas diferencias con los demás negocios capitalistas, sólo por tratarse de una actividad ilegal.

La violencia criminal, considerada a veces como demencial, es el argumento que suelen utilizar los medios y las autoridades para enfatizar los aspectos especiales del negocio de las drogas. Es tan falso como lo sería atribuir un carácter criminal al cultivo y comercialización de bananas porque en diciembre de 1928 fueron asesinados mil 800 huelguistas que trabajaban en la United Fruit Company en la Ciénaga de Santa Marta, norte colombiano. Algo similar podría atribuirse al negocio minero o al petrolero, manchados de sangre en todo el mundo.

El negocio de las drogas está en sintonía con la financierización de la economía global, con la cual confluye a través de los circuitos bancarios donde se lavan sus activos. Es bueno recordar que durante la crisis de 2008 el dinero del narco mantuvo la fluidez del sistema financiero, sin cuyos aportes hubiera padecido un cuello de botella que habría paralizado buena parte de la banca.

Por último, eso que mal llamamos narco tiene exactamente los mismos intereses que el sector más concentrado de la burguesía, con la que se mimetiza, que consiste en destruir el tejido social, para hacer imposible e inviable la organización popular. Nada peor que seguir a los medios que presentan a los narcos como forajidos irracionales. Tienen una estrategia, de clase, la misma a la que pertenecen.

 



jueves, 15 de junio de 2023

Braudel, Lévi Strauss y la CIA. La CIA y los intelectuales franceses

 

Fuentes: De igual a igual


«Desviar la atención del capitalismo (y los Estados Unidos) como causante de los problemas del mundo, hacia problemas como el consumo, la falta de democracia o de educación (y la URSS)»


La Agencia Central de Inteligencia (CIA) norteamericana acaba de desclasificar un documento de trabajo que comprueba, y brinda algunos datos nuevos, sobre su política hacia la intelectualidad progresista y de izquierda (PDF). El documento se titula «Francia: la defección de los intelectuales de izquierda» y describe, detalladamente, cómo captar e influenciar intelectuales, particularmente aquellos nucleados en la revista Annales, la Ecole des Hautes Etudes, y los que se referenciaban en Michel Foucault, Jacques Derrida y Jacques Lacan, en que lo visualiza como «una guerra cultural». Si bien el eje del documento son los intelectuales franceses, los principios y criterios que plantea fueron aplicados a través del mundo. En el mismo se describen sus tácticas y estrategias para generar un ambiente intelectual antimarxista a partir de influenciar a los intelectuales posmarxistas y a los críticos del Partido Comunista francés.

El documento establece que «durante las protestas de mayo-junio de 1968 […] muchos estudiantes marxistas miraban hacia el PCF para liderazgo y la proclamación de un gobierno provisional, pero la dirección del PCF trató de aplacar la revuelta obrera y denunció a los estudiantes como anarquistas». A partir de ahí surgieron los «Nuevos Filósofos» que, desilusionados con la izquierda, «rechazaron su alianza con el PCF, el socialismo francés, y las premisas básicas del marxismo». Estos intelectuales posmarxistas son considerados como mucho más efectivos en la guerra cultural que los intelectuales conservadores de la derecha, como Raymond Aron. Esto se debió a que los intelectuales conservadores se habían desprestigiado por su apoyo al fascismo. En cambio, los así denominados intelectuales democráticos, con su crítica a la URSS y al comunismo, eran útiles y, sobre todo, efectivos.

A partir de estas consideraciones iniciales, el documento señala que:

«Entre los historiadores franceses de la posguerra, la influyente escuela vinculada con Marc Bloch, Lucien Febvre y Fernand Braudel ha avasallado a los historiadores tradicionales marxistas. La escuela de Annales, como es conocida por su principal publicación, ha dado vuelta la investigación histórica francesa, principalmente desafiando primero, y rechazando después, las teorías marxistas del desarrollo histórico. Si bien muchos de sus exponentes pretenden que están dentro «de la tradición marxista», la realidad es que solo utilizan el marxismo como un punto crítico de partida […] para concluir que las nociones marxistas sobre la estructura del pasado -de relaciones sociales, del patrón de los hechos, y de su influencia en el largo plazo- son simplistas e inválidas.»

«En el campo de la antropología, la influencia de la escuela estructuralista vinculada con Claude Lévi Strauss, Foucault y otros, ha cumplido esencialmente la misma función. […] creemos sea probable que su demolición de la influencia marxista en las ciencias sociales perdure como una contribución profunda tanto en Francia como en Europa Occidental.»

En particular los autores del documento alaban a Foucault y Lévi Strauss por «recordar las sangrientas tradiciones de la Revolución Francesa» y que el objetivo de los movimientos revolucionarios no era tanto la profunda transformación social y cultural de una sociedad, sino más bien el poder. Por ende, según el documento, la teoría francesa posmarxista realizó una contribución inapreciable al programa cultural de la CIA que intentaba mover a los intelectuales de izquierda hacia la derecha, mientras desacreditaban el antiimperialismo y el anticapitalismo, permitiendo la creación de un ambiente intelectual donde sus proyectos podían ser llevados a cabo sin ser molestados por un serio escrutinio intelectual.

El eje no solo era desacreditar al marxismo como teoría, sino también tenía cuatro aspectos vinculados entre sí:

Fracturar a la izquierda cultural en diversos movimientos a través de lo que se denomina «políticas de identidad». En este sentido, las reivindicaciones de clase, el concepto en sí, y la lucha de clases como motor de la historia, se diluyen en una cantidad grande de diversos movimientos, sin que ninguno acepte la primacía del concepto básico del marxismo, las clases sociales: estos intelectuales de Nueva Izquierda se opondrán «a cualquier planteo de unidad de la izquierda».

Se desvía la atención del capitalismo (y los Estados Unidos) como causante de los problemas del mundo, hacia problemas como el consumo, la falta de democracia o de educación (y la URSS). «El antisovietismo se ha convertido en la base de legitimidad del trabajo intelectual».

Se torna difícil movilizar a las élites intelectuales en oposición a las políticas imperiales de Estados Unidos, apuntando a fracturar sectores medios de la clase obrera. De hecho, señala que «hay un nuevo clima de antimarxismo y de antisovietismo que dificultará movilizar una oposición intelectual a las políticas de Estados Unidos».

Se equiparaba al marxismo con «anticientificidad», y el compromiso político de izquierda entre los intelectuales es considerado como «poco serio» y «subjetivo»: los intelectuales de la Nueva Izquierda están «menos dispuestos a involucrarse y tomar partido».

Mucho de lo que se plantea en el documento no es nuevo, si bien es una confirmación de la importancia que la CIA le dio a las nuevas tendencias intelectuales en su lucha antimarxista. Un elemento notable es que no haga casi referencias a los cuantiosos fondos que destinó la CIA a captar intelectuales de izquierda. Por ejemplo, Frances Stonor Saunders (La CIA y la Guerra Cultural) señaló que la Agencia no informaba al gobierno norteamericano que estaba financiando diversos proyectos «de izquierda» que contribuyeran a alejar a los seres humanos de planteos igualitarios o clasistas. De hecho, uno de los aspectos que ella revela es que la CIA prefería «marxistas reformados» a los tradicionales conservadores y derechistas. Por «reformados» se entendía aquellos izquierdistas que se habían decepcionado del comunismo, o eran críticos de la URSS.

Esta promoción de intelectuales «reformados», en especial los posmarxistas, se vio acompañada de importantes recursos económicos, acceso a editoriales y medios de comunicación, e inclusive a nombramientos académicos. Así, señala el documento, diversas obras de personajes como André Glucksmann y Bernard Henri Levy se convirtieron en best sellers. Por ejemplo, según Tom Braden, que fue el director de la Rama de Organizaciones Internacionales de la CIA, la Agencia compró miles de ejemplares de las obras de Hannah Arendt, Milovan Djilas, y Isaiah Berlin para promoverlos. Otro ejemplo, no mencionado por el documento, es que la VI sección de la Ecole Pratique des Hautes Etudes, que alojaba a Lucien Febvre y Fernand Braudel, se estableció con un financiamiento recibido a través de la Fundación Rockefeller en 1947. Y luego fue financiada a través de la Fundación Ford, incluyendo los dineros e influencias necesarias para convertirse en la Ecole Pratique des Hautes Etudes en Sciences Sociales, con habilitación para otorgar títulos universitarios. Como señaló Kristin Ross, en su libro Fast Cars, Clean Bodies: Decolonization and the Reordering of French Culture (1996):

«En las décadas de 1950 y 1960 Braudel, Le Roy Ladurie y otros de la VIeme Section, crearon lo que Braudel denominó ‘una historia donde los cambios son casi imperceptibles […] una historia donde el cambio es lento, de repetición constante, de ciclos recurrentes’. Sus enemigos más formidables habitaban en frente, en la [Universidad de la] Sorbonne: un largo linaje de historiadores marxistas de la Revolución Francesa, como Georges Lefebvre y Albert Soboul. Y lo que estaba en juego era que reemplazaban el estudio de la historia de los movimientos sociales y el cambio abrupto o la mutación histórica por el estudio de las estructuras, o sea se borraba la idea misma de la Revolución. Estos historiadores marxistas [se enfrentaban…] a colegas modernizados, con exceso de fondos, y muy bien equipados con computadoras y fotocopiadoras» (pág. 189).

Lo anterior se complementó con viajes, becas, subsidios, y una cantidad importante de seminarios internacionales destinados a promover tanto la visión de Annales como el estructuralismo de Claude Lévi Strauss. En síntesis, si los intelectuales de izquierda no encuentran los recursos necesarios para llevar adelante sus investigaciones, o para publicarlas, entonces se encuentran sutilmente forzados a aceptar el orden establecido, mientras adoptan las modas intelectuales hegemónicas para poder encontrar empleo. El resultado es el debilitamiento del pensamiento de izquierda y de la conformación de un efectivo accionar revolucionario.


PDF del documento desclasificado de la CIA: http://www.cia.gov/library/readingroom/docs/CIA-RDP86S00588R000300380001-5.PDF


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