lunes, 17 de noviembre de 2014

¿Es la ciencia una herramienta útil para el cambio social?


Víctor Manuel Ovalle Hernández
Profesor de Asignatura de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), México.


Para contestar con precisión a la pregunta planteada es necesario tener claro a qué denominamos ciencia y cuáles son sus características distintivas.


Cuando definimos a la ciencia, generalmente estamos de acuerdo en designarla un conocimiento sistematizado, entendiendo la sistematización como la existencia de un conjunto coherente de nociones, de principios unidos lógicamente y considerados como un todo; de un ordenamiento, de rigor y método en los procedimientos del quehacer científico. No obstante, podemos preguntarnos si esta definición distingue a la ciencia de otras formas de pensamiento como la religión, el derecho o la filosofía. La respuesta  pensamos que es negativa. No es difícil darnos cuenta que los saberes religiosos, jurídicos y filosóficos son también conjuntos de conocimientos sistematizados y estructurados. Las diferentes iglesias organizan su conocimiento en forma rigurosa y se plantean también disciplinas de estudio, es decir, métodos en la formación y reproducción de sus adeptos; el saber jurídico queda plasmado en las constituciones, leyes y códigos; y la filosofía se configura en torno a dos campos opuestos de pensamiento: el idealismo y el materialismo. 



Podríamos también argumentar que la ciencia produce continuamente nuevo conocimiento. La religión, el derecho y la filosofía no se abstienen de este hecho, tienen incidencia en la sociedad capitalista contemporánea porque actualizan sus debates y contenidos para continuar orientando el comportamiento social. La Iglesia Católica –por ejemplo- se ha visto dividida en torno a problemas como el celibato o el del papel de la iglesia en relación con los pobres. El debate interno y la reinterpretación de sus escrituras ha permitido al catolicismo mantenerse vigente a través de los siglos.

 

Llegamos entonces a la conclusión que la designación de ciencia como conocimiento sistematizado y productora de nuevos saberes es insuficiente para distinguirla, por lo que necesitamos seguir indagando.

 

Otra creencia mal fundada es aquella que sostiene que la ciencia es objetiva, entendida esta característica como imparcialidad, neutralidad o asepsia de los hombres y mujeres de ciencia con respecto a la política y los eventos histórico-sociales. Esta posición -surgida del positivismo- no reconoce que los seres humanos llegamos a la vida adulta con prejuicios, valores, intereses, compromisos ético-políticos, visiones del mundo, actitudes, anhelos, creencias, intenciones, representaciones, lealtades, miedos, traumas y frustraciones, por lo que la subjetividad se compone de todas las experiencias previas, sin importar la teoría y el método utilizados. Entonces, hasta la selección de un tema de investigación es producto de nuestra experiencia subjetiva. 


El discurso de la objetividad no impidió que los positivistas mexicanos encontraran en el porfiriato de finales del siglo XIX y principios del XX, a su mejor benefactor.

 

La objetividad es una característica de la materia, la cual evoluciona o transita por el universo con independencia de la conciencia. El pensamiento no crea el universo, sólo lo interpreta desde diferentes nociones, teorías, puntos de vista, narrativas y cosmovisiones. Dios no crea el mundo, el pensamiento humano crea a Dios para explicar los hechos incomprensibles de la existencia humana, como la muerte. Todo lo que existe cambia de posición continuamente (evoluciona) y está íntimamente entrelazado en el devenir universal. Querámoslo o no, tarde o temprano moriremos y esto no es una fatalidad subjetiva, es sólo un momento de transición en los procesos de existencia material.


La realidad es representada desde cualquier ámbito del pensamiento: filosófico, religioso, político y científico. De esta manera, los científicos son objetivos, en tanto existen como materia orgánica y social que evoluciona, y subjetivos en la forma de abordar un tema de investigación. 


Otra idea discutible comúnmente ligada a la ciencia, es la de ser un conocimiento comprobable. La comprobación que según la Real Academia Española significa verificar, confirmar la veracidad o exactitud de alguna cosa [1]. Entonces, es común escuchar entre las personas cercanas la frase: “está comprobado que...” cuando intentan convencernos sobre alguna idea o punto de vista. Al afirmar que algo está comprobado, se alude a la ciencia, no a la religión, ni al derecho, ni a la filosofía. Al hablar de comprobación emerge la idea de que algo ha sido confirmado a través de algún tipo de prueba o experimento. Éste un legado del positivismo del siglo XIX, quien no concebía una ciencia independiente de la verificación empírica. Tampoco admitía la práctica científica deducida de enunciados teóricos generales.

 

El positivismo se equivocó al discriminar a las ciencias sociales del ámbito científico, quienes, si bien no pueden manipular las variables de las relaciones sociales, sí pueden explicar sus conexiones internas.

 

En lo que el positivismo no se equivocó es que la ciencia debía contar con un mecanismo que le permitiera depurar el conocimiento y diferenciarlo de la metafísica. Este procedimiento fue la contrastación, que la ciencia positiva otorga a la experimentación.

 

Podemos entonces suponer que el conocimiento científico es la práctica humana que admite contrastación a todos sus niveles, es decir, somete a prueba todos sus postulados, tanto generales como particulares. El conocimiento religioso aun cuando soporta tórridos debates, no expone sus fundamentos a juicio. Si acaso, lleva al ámbito de la demostración los aspectos periféricos del culto, los que incluso podrían ser sustituidos sin afectar sus postulados centrales. Es en el núcleo de su discurso, en donde se resguarda la existencia de Dios y en el caso del cristianismo, la leyenda de Jesucristo y los evangelios.


Un ejemplo de contrastación periférica fue el realizado en los últimos años de la década 1970 con el Santo Sudario de Turín, el lienzo que presumiblemente envolvió a Cristo después de la crucifixión. La tela fue sometida al examen del carbono 14, arrojando como resultado un rango temporal  que va de 1260 a 1390 dne. No obstante, algunas autoridades religiosas cuestionaron el procedimiento llevado a cabo y propusieron reconsiderar los primeros resultados.

 

A final de cuentas, el conocimiento religioso antepone la fe a cualquier tipo de duda o sospecha. La fe, que no es otra cosa que la creencia irrefutable en algo que está más allá del entendimiento y la cual no admite réplicas. La ciencia en cambio, necesita autocorregirse de vez en cuando, cada vez que se vuelve dogma y sus enfoques predominantes entran en crisis.

 

Asegurar que algo ha sido comprobado o verificado, no significa haber conseguido la verdad absoluta sobre algún tipo de fenómeno social o natural, sino que bajo ciertas circunstancias se obtienen determinados resultados, que seguramente serán distintos en circunstancias novedosas. La evolución continua de la realidad material y del pensamiento racional, nos conduce a plantear generalidades sobre el comportamiento social y los procesos naturales, pero no leyes generales inmutables, como si viviéramos en un mundo estático, que de ser así, la búsqueda científica no tendría razón de ser y bastaría con el culto religioso para interactuar en el mundo.

 

Llegamos entonces a la conclusión de que el conocimiento científico es superable –como también es superable el conocimiento jurídico y filosófico-. Esto quiere decir que las definiciones, generalidades y postulados que hoy podamos establecer, probablemente serán trascendidas al cabo de unos cuantos años, cuando la información con la que contamos acerca de un fenómeno social se amplíe o cambien las condiciones históricas que le dieron forma. 

 

La contrastabilidad en la ciencia tiene modalidades diferentes, ya sea que nos ubiquemos en el campo de las ciencias naturales o en el de las ciencias sociales. En las ciencias de la naturaleza se lleva a cabo a través de la experimentación en laboratorio, que es la práctica que somete a prueba las hipótesis valiéndose de un diseño, que puede confirmar o poner en entredicho a las mismas Leyes Generales. Pero en las ciencias sociales, al no poder manipular las variables del comportamiento humano, el laboratorio de estudio recae en la sociedad misma, la cual puede ser reducida a algún tipo de muestra. Se accede a ella a través de posiciones teóricas, que explican en forma general los hechos sociales y se confrontan las teorías unas a otras al intentar monopolizar la explicación científica en un momento particular del devenir histórico. De esta manera, la existencia de teorías constituye el fundamento de las ciencias sociales en particular, y de la ciencia en general. Las teorías se componen de categorías (modo de producción, lucha de clases...) y conceptos (plusvalía, explotación, alienación...), los cuales se articulan jerárquicamente para representar un todo social, ya sea económico, político, histórico o cultural. Las teorías tienen un carácter deductivo e intentan explicar procesos sociales de distintas escalas, registrando conexiones en fenómenos y hechos que aparentemente se encuentran aislados.


La contrastación teórica entonces: 1) evalúa y expone desde un enfoque alternativo, la coherencia interna y las inconsistencias discursivas del enfoque teórico oponente 2) evidencia en la teoría cuestionada, su presunto alejamiento e incapacidad de acercarse a los hechos y acontecimientos de la realidad, al presentar una visión deformada de la misma y 3) cuestiona la efectividad de la teoría rival para resolver problemas sociales latentes.

 

Con la introducción de la contrastabilidad el problema esta resuelto, si es ésta una característica propia de la ciencia, pero no es así. La contrastación en varios niveles también está presente en el derecho y la filosofía. Así es como se actualizan estas disciplinas y generan nuevo conocimiento.


¿Y no será que la ciencia, que comparte varias características con otras formas de organización del conocimiento y que han sido ubicadas por Carlos Marx en la superestructura jurídico-política e ideológica, corresponde también a esta esfera que es sostenida por la estructura económica? Planteado llanamente: ¿no es la ciencia una forma más de ideología?

 
Marx aclara el asunto: "El capital no crea la ciencia, pero la explota al apropiársela en el proceso de producción. Así, se da al mismo tiempo, separación de la ciencia del trabajo directo y ciencia aplicada a la producción... La ciencia adquiere el carácter de medio de producción de la riqueza, medio para el enriquecimiento"[2]. 


¿Y cuál es entonces el papel de la ciencias sociales institucionalizadas? Legitimar al poder y fortalecer la ideología dominante: "pues, en general, la función ideológica de la ciencia ha sido la de lograr que relaciones específicamente sociales aparezcan como naturales, es decir, como inevitables"[3]. 

 

De esta manera, el Capitalismo se ha apropiado del conocimiento científico y tecnológico, para desplegar el colonialismo en todo el planeta; ampliar y hacer más eficiente la producción de mercancías a nivel mundial y sostener una continua tasa de ganancia; y como un bien estratégico en la lucha por la supremacía militar del planeta.

 

Y todo el tiempo ha sido acompañado por diversas corrientes de pensamiento o teorías, que promueven la implantación, preservación y presunta superioridad del Capitalismo sobre otras sociedades y formas de organización de la producción. Las denominamos teorías burguesas como el evolucionismo lineal, el positivismo, el culturalismo, el funcionalismo, y en esta época, las corrientes posmodernas. 


Aunque existen múltiples enfoques teóricos en la disputa científica, son pocos los favorecidos por los presupuestos públicos y privados que se manifiestan en plazas de investigación, cátedras universitarias, publicaciones, becas de posgrado, viáticos para intercambios académicos en otros países, cursos de actualización y demás, que se otorgan a quienes se alinean ideológicamente a los requerimientos del Capital financiero internacional y menos a quienes conciben la ciencia como un bien público y un instrumento de liberación de los seres humanos.


Las teorías aspiran a reflejar la realidad, es decir, intentan explicar el mundo –o una parte de él- de la manera más fidedigna posible. Explicar los procesos naturales y sociales, es proporcionar significación y sentido a los problemas que interesan a la humanidad. Si una teoría sirve para explicar la realidad y señala los procedimientos adecuados para resolver los problemas que aquejan a la población, podrá trascender los círculos académicos e intelectuales y será adoptada por un mayor número de personas, además del grupo intelectual que la impulsa. Un ejemplo de ello lo encontramos en la persistencia del marxismo, que ha sido reivindicado por incontables pensadores desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días. No obstante las debacles constantes que ha padecido el movimiento obrero ante el Capitalismo mundial. Esto debido a su afán por resolver la contradicción social más importante de la humanidad: la explotación del trabajo de la población mayoritaria por una clase, numéricamente reducida, pero que detenta el poder de los medios sociales de producción a nivel mundial. 




La consistencia teórica del marxismo como herramienta intelectual y de lucha ante el Capitalismo, logró tener una influencia notable en los círculos académicos occidentales –que tienden a ser conservadores- en las décadas de 1960 y 1970, por lo que muchos intelectuales y científicos tomaron partido, apoyando e incluso integrándose a los movimientos sociales de la época. No obstante, los Estados burgueses hicieron todo lo posible por desalentar la utilización del marxismo en las academias de Europa, Estados Unidos y América Latina después del “Mayo francés” de 1968. 


Incluso la Agencia Central de Inteligencia (CIA) norteamericana financió publicaciones que aglutinaban a intelectuales “desencantados” del comunismo y críticos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Autores como Fernand Braudel quien proponía ‘una historia donde los cambios son casi imperceptibles” y no producto de procesos revolucionarios; Claude Lévi Strauss y sus estructuras simbólicas alejadas del devenir histórico y Michel Foucault quien sustituía la centralidad de la lucha de clases por el discurso del poder, fueron promovidos por la Agencia. La CIA también les facilitó equipo de trabajo, viajes, becas, subsidios, seminarios internacionales, acceso a medios masivos de difusión e inclusive nombramientos académicos. Se promovió un ambiente intelectual antimarxista en el que se desviaba la atención del Capitalismo (y los Estados Unidos) como causante de los problemas del mundo, hacia problemas como el consumo, la falta de democracia o de educación (y la URSS). El antisovietismo se convertía en la base de legitimidad del trabajo intelectual [4]. 

 

Lo anterior demuestra que la ciencia no se encuentra al margen de los conflictos políticos y que es atravesada por los intereses de clase, por lo que la lucha teórica es también una lucha política, que refleja el dominio de una clase sobre otra en un país o región del planeta.

 

En el mundo intelectual y científico de las universidades, los centros de investigación, las sociedades científicas, las publicaciones y las instituciones culturales trasnacionales contemporáneas surgen teorías a cada momento –algunas, incluso atractivas-, que sin embargo, no se dirigen a resolver los problemas apremiantes de la humanidad, y sí, diluyen la atención sobre asuntos como la explotación, la opresión, el colonialismo, el imperialismo y el dominio cultural. Es por ello, que sólo son utilizadas por sus creadores y un reducido número de seguidores. Si acaso tienen algún mérito, es el de posicionar al pensador o filósofo dentro del marco de la ciencia institucionalizada, finalmente constituida por una elite. En este sentido, es factible hablar -además de teorías burguesas-, de la existencia de “teorías desechables” y de “consumidores de teorías”, quienes pretenden estar siempre al día de los “nuevos paradigmas” científicos, aunque sean inconsistentes, por idealistas subjetivos y eclécticos[5]. 

 

Los científicos comprometidos con el pensamiento crítico marxista conocemos de cerca la exclusión de los espacios académicos institucionalizados, lo cual también confirma que la ciencia contemporánea no es democrática, sino una institución de la clase burguesa, pero también nos queda claro que trabajamos a cambio de un salario, vendemos nuestra fuerza de trabajo intelectual al Estado o a una institución privada, por lo que somos trabajadores de la ciencia y nuestro espacio real está al lado de la lucha de los demás trabajadores del campo y la ciudad, quienes requieren una ciencia  propia para su autoliberación.

 

Construir, aplicar y difundir esa ciencia con base en el pensamiento marxista es la labor a la que estamos dedicados… 

 




NOTAS

 

[1] Diccionario de la Lengua Española, T. 1, Madrid, 1984, p. 349.

 

[2] MARX, Carlos; 1983, Ciencia y Capitalismo, Cuicuilco, marzo, México, p.13.

 

[3] SMITH, Neil; 2006, La producción de la naturaleza, La producción del espacio, Traducción: Claudia Villegas Delgado, Biblioteca Básica de Geografía, Serie Traducciones 2, Sistema Universidad Abierta, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, p. 49.


[4]
POZZI Pablo; 2017, Braudel, Lévi Strauss y la CIA, De igual a igual, 22 de junio, Documento electrónico, 

https://www.deigualaigual.net/cultura/2017/1222/braudel-levi-strauss-y-la-cia/ 


[5] Tomar elementos ontológicos, epistemológicos y metodológicos de diversas fuentes de pensamiento, incluso opuestas. 

2 comentarios:

  1. tienes toda la razón, pero... desde mi punto de vista debemos ser más estrictos y aislar a la arqueología como ciencia social, ya que al generalizarla le imponemos una estructura filosofica, olvidandonos de la arqueológica. Dar por sentado que es una ciencia social, pero dedicarnos a buscar explicaciones a problemas arqueológicos y esto es a travez de la contrastación de la base histórica de la arqueología, las fuentes. Dirás que no es la forma de hacer una arqueología científica, que es histórica, pero según he observado la versión que usa cualquier arqueólogo, sus bases son históricas.
    este es nuestro problema principal explicar a las sociedades mesoamericanas, desde su propia perspectiva y esta es el registro arqueológico.

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