sábado, 28 de febrero de 2015

La destrucción de la conciencia en la Academia Nacional de las Ciencias de EE UU. Entrevista

    
                 


Marshall Sahlins · David H. Price 
24/03/13
 
El pasado viernes, Marshall Sahlins, un respetado antropólogo de la Universidad de Chicago, dimitió formalmente de la Academia Nacional de las Ciencias (NAS), la sociedad científica más prestigiosa de los Estados Unidos. Con este motivo, otro reputado antropólogo, David H. Price le entrevistó para CounterPunch.

Sahlins dice que dimitió debido a sus «objeciones a la elección de (Napoleón) Chagnon y a los proyectos de investigación militares de la Academia.» Sahlins fue elegido miembro de la Academia Nacional de las Ciencias en 1991. Para explicar su dimisión emitió el siguiente comunicado:

«Según la evidencia de sus propios escritos, así como el testimonio de otros, entre ellos los pueblos amazónicos y los académicos de la región, Chagnon ha ocasionado importantes daños a las comunidades indígenas en las que investigó. Al mismo tiempo, sus declaraciones «científicas» acerca de la evolución humana y de la selección genética para la violencia masculina –como en el famoso estudio que publicó en 1988 en Science– han demostrado ser superficiales y sin fundamento, lo que perjudica a la ciencia antropológica. En el mejor de los casos, su elección para la NAS ha sido un golpe intelectual y moral a parte de los miembros de la Academia. Tanto, que mi propia participación en la Academia se ha vuelto embarazosa.

Tampoco quiero participar en la ayuda y el apoyo que la NAS está proporcionando a la investigación en ciencia social para mejorar la actuación en combate de los militares de EE UU, teniendo en cuenta el peaje que los militares han pagado en sangre, riqueza y felicidad del pueblo norteamericano y el sufrimiento impuesto a otros pueblos en las innecesarias guerras de este siglo. Creo que si la NAS se implica en este tipo de investigación debería ser para estudiar como promover la paz, no como hacer la guerra.»

Napoleón Chagnon saltó a la fama a raíz se su trabajo de campo entre los yanomami (también conocidos como yanomamo) en las selvas lluviosas de la cuenca del Orinoco al nordeste de Sudamérica, en los años 1960 y 70. Escribió una etnografía, que fue un bestseller, que se utilizó en las clases introductorias de antropología en todo el mundo, en la que describía a los yanomami como un «pueblo violento» debido a los elevados niveles de guerra, intra e inter grupo,  observados durante su trabajo de campo, propensión a la guerra que describía como innata y representativa de la humanidad en una especie de imaginado estado natural.


Actualmente Chagnon está disfrutando de su celebridad en una gira nacional para el lanzamiento de un libro (Nobel Savages) en el que pinta al grueso de los antropólogos norteamericanos como cretinos postmodernos anti-ciencia y con el cerebro reblandecido, enzarzados en una guerra contra la ciencia.

La verdad es que, excepto en el espacio distorsionado del New York Times y otros pocos medios por el estilo, no hay ninguna «guerra científica» en la antropología. Por el contrario, el amplio rechazo del trabajo de Chagnon por parte de muchos antropólogos tiene que ver con la baja calidad de su investigación. En su blog Anthropomics, el antropólogo Jon Marks describía recientemente a Chagnon como un «antropólogo incompetente», añadiendo:

“Permítanme que les aclare mi utilización de la palabra «incompetente». Sus métodos para recoger, analizar e interpretar los datos no pueden considerase como una práctica antropológica aceptable. Es verdad que vio a los yanomamo haciendo cosas desagradables. Pero al concluir de sus observaciones que los yanomamo son innata y primordialmente «violentos» ha perdido su credibilidad antropológica porque no ha demostrado nada en este sentido. Tiene derecho a sus puntos de vista, como lo tienen los creacionistas y los racistas, pero la evidencia no apoya la conclusión, lo que la hace científicamente incompetente”. 

El amplio rechazo de las interpretaciones de Chagnon entre los antropólogos proviene de la poca calidad de su trabajo y de la orientación sociobiológista de su análisis, no de una oposición a la ciencia.

Entre los más acérrimos críticos de Chagnon se encuentra el director de mi tesis doctoral, el antropólogo Marvin Harris, él mismo un archipositivista y gran defensor del método científico. Sin embargo, Harris rechazó a Chagnon y sus resultados sociobiológicos en unos duros debates académicos que duraron décadas, no porque Harris fuera anti-ciencia, sino porque Chagnon era un mal científico (quiero señalar que Harris y Sahlins también tuvieron debates famosos sobre diferencias teóricas fundamentales; no obstante ambos están de acuerdo al objetar la militarización de la disciplina y en el rechazo del trabajo sociobiológico de Chagnon).

Supongo que si realmente hubiera batallas a favor o en contra de la ciencia dentro de la antropología, me encontraría en el campo de la ciencia como el que más; pero si realmente existieran tales divisiones no estaría más dispuesto a aceptar la validez y fiabilidad (las señales distintivas de la buena ciencia) de los hallazgos de Chagnon que los de aquellos que supuestamente rechazan los fundamentos de la ciencia.

En el 2000 hubo, en efecto, una crisis importante y muy dolorosa en la Asociación Antropológica Americana a raíz de la publicación del libro de Patrick Tierney, Oscuridad en El Dorado, en el que se hacían numerosas acusaciones de explotación (y aún peor) contra Chagnon y otros antropólogos que trabajaban con los yanomami (ver el ensayo de Bárbara Rose Johnston sobre el film de José Padilla, Secretos de la Tribu). Sin entrar en todos los detalles y rodeos que fueron necesarios para demostrar el daño hecho por Chagnon y la insuficiencia de sus conclusiones, baste con decir que la decisión de ofrecer uno de los puestos más selectos de la Sección 51 de la Academia Nacional de las Ciencias al Dr. Chagnon es una ofensa a un amplio grupo de antropólogos, se identifiquen o no a sí mismos como científicos.

La dimisión de Marshall Sahlins es una heroica denuncia contra la subversión de la ciencia por parte de aquellos que declaran que la violencia humana es naturalmente innata, así como una oposición a la creciente militarización de la ciencia. Aunque las credenciales de Sahlins como activista contra la militarización del conocimiento están bien establecidas –es ampliamente reconocido como el creador del «teach-in» como forma de protesta, que organizó por primera vez en febrero de 1965 en la Universidad de Michigan– no le debe haber resultado fácil dimitir de este prestigioso puesto.

A finales de 1965 Sahlins viajó al Vietnam para conocer de primera mano la guerra y los norteamericanos que luchaban en ella, siendo su resultado su fundamental ensayo «La destrucción de la conciencia en Vietnam». Se convirtió en una de las voces más lúcidas y fuertes contra los esfuerzos (en la Norteamérica de los años 60 y 70 y luego, otra vez, después de los 09/11) para militarizar la antropología.

En 2009 participé en una conferencia en la Universidad de Chicago, que examinaba críticamente los renovados esfuerzos de las agencias militares y de espionaje de EE UU para utilizar datos antropológicos en campañas contra-insurgencia. La ponencia de Sahlins en la conferencia argumentaba que «en Vietnam la famosa estrategia contra-insurgente fue buscar y destruir; aquí es investigar y destruir. Quizás sea una buena noticia que la apropiación militar de la teoría antropológica es incoherente, simplista y pasada de moda –por no decir tediosa– incluso si sus protocolos etnográficos para estudiar la sociedad y la cultura local son fantasías imposibles».

Anteayer, Sahlins me envió un correo electrónico, que había estado circulando entre los miembros de la Sección 51 (Antropología) de la NAS, que anunciaba  dos nuevos «proyectos de consenso» bajo el patronazgo del Instituto de Investigación del Ejército. El primer proyecto examinaba «El contexto del entorno militar : los factores sociales y organizacionales», el segundo «La medida de las capacidades humanas: el potencial de actuación de individuos y colectivos». Leyendo el anuncio de estos proyectos enviado por Sahlins está claro que los militares buscan la ayuda de los científicos sociales, que pueden orientar las operaciones militares utilizando la ciencia social y la ingeniería social, para hacer posible que unidades intercambiables de personas que trabajan en proyectos militares interactúen sin problemas. Este parece ser cada vez más el papel que los norteamericanos asignan a los antropólogos y otros científicos sociales: el de mediador militar.

He aquí el intercambio que tuve con Sahlins sobre su dimisión, la elección de Chagnon a la Academia Nacional de las Ciencias y las  relaciones de la Academia con los proyectos militares.

Price: ¿Como ha conseguido Chagnon que los numerosos ataques a su investigación éticamente preocupante y a sus métodos y conclusiones científicamente cuestionables, se hayan convertido en algo que es ampliamente considerado como un ataque a la ciencia en sí misma ?

Sahlins: En el campo de Chagnon no se ha hablado de los temas, en especial de las críticas a sus supuestos resultados empíricos, como el artículo de Science de 1988 y las numerosas críticas de los antropólogos amazónicos a su superficial etnografía y su retrato perversamente distorsionado de los yanomami. Estos científicos pro-Chagnon simplemente rechazan discutir los hechos etnográficos. En vez de esto lanzan ataques ad hominem: antes era contra los marxistas, ahora contra los «humanistas desorientados». Mientras, intentan presentarlo como una persecución ideológica anti-ciencia. De nuevo, irónicamente, desviando el tema para eludir la discusión de los hechos empíricos. Mientras, el importante daño, físico y emocional, inflingido a los yanomami, además de la mezquina instigación a la guerra de sus métodos de trabajo, se ignoran completamente en nombre de la ciencia. Investiga y destruye, como califiqué el método. Un absoluto escaqueo moral.

Price: La mayor parte de la publicidad que gira alrededor de su dimisión de la Academia Nacional de las Ciencias se centra, o bien en la elección de Napoleón Chagnon a la Asociación, o en las supuestas «guerras científicas» en la antropología, mientras que los medios han prestado muy poca atención a sus declaraciones contra las crecientes relaciones de la NAS con los proyectos militares. ¿como reaccionaron los miembros de la Sección 51 de la NAS a la convocatoria de octubre 2012 dirigida a los miembros de la Academia para la realización de investigaciones con el objetivo de mejorar la eficacia de las misiones militares ?

Sahlins: La Academia Nacional de las Ciencias como tal no realizaría la investigación. Más bien alistaría gente de sus diversas secciones –como en las notas de la sección 51– y así participaría probablemente en la revisión de los informes antes de su publicación. El Consejo Nacional de Investigación es quien organiza realmente la investigación, obviamente en colaboración con la NAS. Aquí tenemos otro tentáculo de la militarización de la antropología y otras ciencias sociales, del que tenemos un ejemplo familiar en el Sistemas de Territorio Humano, que es tan pérfido como insidioso.

Price: ¿Hubo algún tipo de diálogo entre los miembros de la Sección 51 de la NAS cuando se publicaron estas convocatorias para estos nuevos proyectos financiados por el Instituto de Investigación del Ejército ?

Sahlins: No he tenido acceso a ningún tipo de correspondencia, si es que hubo alguna, lo ignoro, ya sea entre los funcionarios de la Sección o entre los miembros.

Price: ¿qué reacciones ha recibido de parte de otros miembros de la NAS, si es que ha habido alguna ?

Sahlins: Virtualmente ninguna. Alguien dijo que yo siempre he sido contrario a la sociobiología.

Price: combinando temas que impregnan las declaraciones de Chagnon sobre la naturaleza humana, y el apoyo de la Academia Nacional de las Ciencias a la ciencia social al servicio de los proyectos militares norteamericanos; ¿puede hablarnos del papel de la ciencia y de las sociedades científicas en una cultura, como la nuestra, tan centralmente dominada por la cultura militar?

Sahlins: Hay uno o dos párrafos en mi panfleto sobre Las ilusiones occidentales sobre la naturaleza humana, del que no tengo ahora ninguna copia, que cita a Rumsfeld respecto  a que (parafraseando a una frase del guión de la película Full Metal Jacket) dentro de cada musulmán del Oriente Medio hay un norteamericano en potencia, un americano amante de la libertad por su propio interés y que no tenemos más que ayudarla a salir o sacar a la fuerza los demonios que están imponiendo otras ideas en sus mentes (ver la pag. 42 de Sahlins; Las ilusiones occidentales sobre la naturaleza humana). ¿Acaso la política global norteamericana, especialmente la política neo-con, no está basada en la confusión entre la ambición capitalista y la naturaleza humana? No hay más que liberarla de sus ideologías equivocadas e impuestas externamente. En cuanto a las alternativas, ver el panfleto mencionado anteriormente sobre el parentesco único y universal y el pequeño libro que publiqué el pasado mes: Qué es parentesco – y qué no lo es.

Price: Usted menciona el deseo de que las tendencias fundamentalmente militaristas se conviertan en pacifistas. ¿Tiene alguna idea de que hacer para conseguirlo?

Sahlins: no he pensado en ello, probablemente porque la idea de que la Academia Nacional de las Ciencias pueda hacerlo es impensable actualmente.

Hay una creciente respuesta internacional en apoyo de la posición de Sahlins. Marshall recibió un mensaje, que me mostró, del profesor Eduardo Viveiros de Castro, del Museo Nacional de Río de Janeiro, en el que Castro escribía :

«Los escritos de Chagnon sobre los yanomami del Amazonas han contribuido enormemente a reforzar los peores prejuicios contra este pueblo indígena, que ciertamente no necesitan de este tipo de antropología seudo-científica estereotipada que Chagnon ha decidido seguir a coste de ellos. Los yanomami son cualquier cosa excepto los robots socio-biológicos, crueles y desagradables que pinta Chagnon – que probablemente proyecta su percepción de su propia sociedad (o personalidad) en los yanomami-. Hay indígenas que, contra todo pronóstico, han conseguido sobrevivir de acuerdo con sus tradiciones en una Amazonia cada vez más amenazada por la destrucción medioambiental y social. Su cultura es original, robusta e inventiva ; su sociedad es infinitamente menos «violenta» que las sociedades brasileña o norteamericana.
Prácticamente todos los antropólogos que han trabajado con los yanomami, muchos de ellos con mucha más experiencia de campo entre esta gente que Chagnon, encuentran objetables (por decirlo suavemente) sus métodos de investigación y fantástica su caracterización etnográfica. La elección de Chagnon no honra a la ciencia norteamericana ni a la antropología como disciplina y, además, es de mal augurio para los yanomami. Por lo que a mí respecta considero a Chagnon como un enemigo de los indios amazónicos. Tengo que felicitar al profesor Sahlins por su valiente y firme posición en defensa de los yanomami y de la ciencia antropológica».

No nos queda más que preguntarnos que será de la ciencia, ya sea practicada con una «C» mayúscula (a veces ciega) o con una variedad inquisitiva en minúscula, si quienes cuestionan algunas de sus prácticas, errores de aplicación y resultados son cada vez más marginalizados, mientras que aquellos cuyos resultados se alinean con nuestros valores culturales guerreros, más extendidos, son bienvenidos. Cuando la NAS toma partido por una figura tan  divisiva como Chagnon y demoniza a sus críticos pretendiendo que atacan no sus prácticas y teorías sino a la misma ciencia, está dañando la credibilidad de estos científicos. Es lamentable que la Academia Nacional de las Ciencias se haya puesto a sí misma en esta difícil situación.

La dinámica de este tipo de disensiones no se limita a este pequeño segmento de la comunidad científica. En su ensayo de 1966 sobre «La destrucción de la conciencia en Vietnam» Sahlins argumentaba que para poder continuar la guerra, EE UU tenía que destruir su propia conciencia –que enfrentarse a quienes han sido destruidos por nuestras acciones era demasiado duro para la nación, que era una forma de mostrarse al desnudo, y escribía: «La conciencia debe destruirse: tiene que terminar en la mira del rifle, no puede acompañar a la bala. Así, toda la lógica a su alrededor desaparece en los antecedentes. Se convierte en una guerra con un objetivo trascendente y en este tipo de guerra todos los esfuerzos en el lado de Dios son virtuosos y todas las muertes son, por desgracia, necesarias. El fin justifica los medios».

Estamos ante una situación trágica cuando la buena gente con conciencia ve como única alternativa la dimisión; pero, a veces, decisión de dimitir es la forma de protesta más valiente.





Marshall Sahlins, patriarca de la antropología en EE UU, profesor emérito de las Universidades de Columbia y Michigan, realizó intensos estudios de campo en Melanesia y Polinesia,. En los años 70, inspirándose y continuando la obra de Karl Polanyi, revolucionó la concepción del neolítico con su Economía de la Edad de Piedra (Akal, 1983). En los años 90, fue el principal crítico de la sociobiología en Uso y Abuso de la biología: crítica antropológica de la Sociobiología (Siglo XXI, 1990).  David H. Price es profesor de antropología en la Universidad de Sant Martin, en Lacey, Washington. Es el autor de La militarización de la antropología : la ciencia social al servicio del Estado militarizado, publicado por Counter Punch Books. 

Traducción para www.sinpermiso.info: Anna María Garriga Tarré

lunes, 23 de febrero de 2015

Reseña de "El capitalismo histórico" de Immanuel Wallerstein. Un lúcido y brillante análisis del Capitalismo

Luis Roca Jusmet




El capitalismo histórico
, de Immanuel Wallerstein, Traducción de Pilar López Mañez, Madrid, S.XXI, 2012


Immanuel Wallerstein es un analista clave para entender la sociedad en que vivimos. Lo es desde la perspectiva rigurosa, clara y crítica de un científico social que niega la división de las dos culturas, la científica y la humanística. Y que plantea una concepción integrada de todas las ciencias sociales: lo que él llama la sociología histórica. Esta sociología no sólo no está separada de la historia sino que además rompe las barreras entre la antropología, la sociología, la economía y la política. Porque esta división lo que marca una concepción del saber que se corresponde con el tipo de sociedad que emerge a partir del siglo XV y que ya está globalizada el siglo XIX. Esta sociedad es lo que Wallerstein llama un Sistema-Mundo. Con este término se refiere a un tipo de sociedad que tiende a la máxima expansión, a un dominio global. Hasta ahora estos sistemas eran los Imperios, que estaban basados en un poder político absoluto. Pero el Sistema-Mundo moderno es una Economía-Mundo. Esto quiere decir que su dominio no es político sino económico. Este dominio económico es impersonal, es la lógica que rige el funcionamiento del sistema, que es el de la acumulación de capital. Todo se ha ido ordenando alrededor de esta finalidad, que es totalmente irracional.

En contra de otros planteamientos, Wallerstein no cree que lo esencial del capitalismo sea su naturaleza de economía de mercado. En este sentido sigue la línea del historiador Fernand Braudel y el economista Karl Polanyi al considerar que el capitalismo es, en cierta forma, una economía anti-mercado. Lo es en la medida en que la lógica del sistema tiende al oligopolio o al monopolio y no a la libre competencia. Aunque lo que sí es cierto es que esta acumulación de capital la realiza a partir de una mercantilización progresiva de todos los elementos sociales. Otra cosa es lo que dice el liberalismo, que es una ideología que oculta más que muestra el funcionamiento real del capitalismo. Aquí es fundamental entender el papel del Estado, pieza fundamental para garantizar este mecanismo. El Estado es ambivalente. Aunque pueda recoger los frutos de los movimientos reivindicativos (a los que él llama antisistémicos) y ser así un elemento de redistribución de los recursos, no hay que olvidar su papel fundamental. El Estado crea las infraestructuras (de comunicación, de información, de energía..), las fronteras y la legalidad que necesita el capitalismo. Tiene además el monopolio de la violencia, que le permite garantizar el orden interno centrado en la propiedad privada (policía) como la competencia por los mercados (ejército) . Pero también se dedica a socializar las pérdidas de los oligopolios y los monopolios a través de subvenciones, los beneficios fiscales o simplemente inyectandoles el dinero que necesitan para seguir acumulando capital. Hoy más que nunca me parece que es evidente esta última afirmación. Otro elemento fundamental en el planteamiento de este gran sociólogo es la división entre países centrales y países periféricos. No se trata de algo contingente o accidental sino de algo sustancial. Hay un intercambio desigual que hace que las clases trabajadores de los países centrales recojan una parte del beneficio del excedente de esta relación de dominio de unos países sobre otros. Aunque aquí hay que decir que no es justo atribuir a Wallerstein la sustitución de la lucha de clases por la lucha entre países. Son dos aspectos del sistema que hay que entender de manera entrelazada como manifestaciones de la lucha de clases. La realidad es compleja, aunque sea más fácil verla de manera simplificada.

En este denso resumen que Immanuel Wallerstein hace en este libro de sus propias teorías hay otros aspectos que vale la pena remarcar. En primer lugar su noción de estructura dinámica, de crisis y de bifurcación. Estos conceptos los extrae de un científico que es Ilya Prigogine. Como él mismo este Premio Nobel de Química quiso trazar un puente entre las ciencias naturales y las sociales. Una estructura dinámica es un sistema ordenado de una determinada manera. Cada estructura tiene un inicio, una desarrollo, una crisis y dos salidas posibles. Aplicado a la sociedad humana la historia es la transformación de estructuras (larga duración) o lo que ocurre en cada estructura (corta duración). En este proceso no se contempla la idea de revolución porque un sistema se acaba por sus propias contradicciones internas y es en este momento cuando la acción humana decide cual será la salida. El capitalismo no fue resultado de una revolución burguesa, que según Wallerstein nunca existió, sino de una salida favorable a los grupos más poderosos del feudalismo, que se transformaron en la nueva burguesía. Otra opción hubiera sido la formación de comunidades más igualitarias de pequeños propietarios. El capitalismo llegará pronto a su fin porque es incapaz de resolver sus contradicciones internas. Será la lucha entre las élites económicas y los movimientos antisistémicos la que decidirá lo que vendrá después, que puede ser mejor o peor en función de quien gane la lucha. Sí se le puede criticar a Wallerstein la poca precisión de este término, por lo menos tal como aparece en el libro al situar en un mismo plano el nacionalismo y el socialismo (que por otra parte tiene un contenido muy poco matizado).

Desde el punto de vista ideológico el capitalismo es paradójico porque vive la tensión entre el universalismo y el particularismo. Su universalismo es el del mercado y el de la ciencia. Su particularismo es el del nacionalismo, el racismo y el sexismo. Wallerstein es contundente: el racismo es un invento del capitalismo para justificar las desigualdades económicas. Antes del capitalismo existió xenofobia, no racismo. Respecto al sexismo también sostiene que nunca fue tan claro como con el capitalismo, donde se convierte a la mujer en un ser improductivo y se forma una familia nuclear patriarcal. Aquí, evidentemente, habría mucho que discutir porque en lo que respecta al sexismo lo cierto es que el capitalismo ha sobrevivido a la crisis del patriarcado en los países centrales. Respecto al racismo habría aquí toda una reflexión sobre si hay un racismo cultural que es herencia del racismo genético.

Wallerstein no es marxista. Respeta a Marx pero considera que tuvo sus aciertos y sus errores, como podemos comprobar por los comentarios anteriores. Pero quizás la diferencia básica es que para Wallerstein el capitalismo no tuvo un carácter progresivo. Es un sistema totalmente irracional, sin ninguna función histórica y que ha empobrecido a la mayor parte de los habitantes del planeta, que viven peor que antes. Tampoco es comunista, ya que para él el llamado socialismo real no fue nunca una alternativa a la Economía-Mundo capitalista. Esta es una de las contradicciones de los movimientos antisistémicos: al tomar el poder del Estado se acaba convirtiendo en una pieza más dentro del sistema global. Esta afirmación es, sin duda, un escándalo para muchos sectores de la izquierda.

Quizás esta reseña sea un resumen del propio resumen que es en sí mismo el libro, sobre todo de su monumental estudio El moderno sistema mundial. Pero no puedo evitar dar a conocer en estas líneas la teoría del quizás más importante analista crítico del capitalismo en el momento actual. Nacido en Nueva York en 1930 Immanuel Wallernstein completa su inmenso trabajo teórico ( con una indudable base empírica) con artículos y entrevistas sobre el momento presente. Comprometido en una posición claramente de izquierdas nos proporciona un material que es, bajo mi punto de vista, imprescindible para cualquiera que quiera entender lo que estamos viviendo hoy a nivel mundial. No es desde lo más simple como vamos entendiendo lo más complejo (los ilusorios “hechos” del positivismo) sino construyendo un marco global dinámico como podemos ir situando y entendiendo lo más concreto. 

domingo, 22 de febrero de 2015

El pensamiento de Karl Marx

El análisis de la sociedad y su profundo sentido humano llevó a Karl Marx durante el siglo XIX a plantear un nuevo sistema económico de producción en el que las riquezas y los bienes sociales pertenecerían a la clase trabajadora y no a un determinado grupo como sucede en el Capitalismo. Esta corriente de pensamiento fue asumida por los intelectuales y la clase trabajadora que impulsó la Revolución Bolchevique en octubre de 1917 en Rusia. A este proceso los filósofos lo consideran un ensayo..




lunes, 9 de febrero de 2015

Movimientos sociales, toma del poder y transformación del Estado





Miguel Ángel Adame Cerón

Dr. en Antropología, Profesor-Investigador de la Escuela Nacional 

de Antropología e Historia. (ENAH-INAH)

adameguel@yahoo.com.mx
 


Fragmento del libro Movimientos sociales, políticos, populares y culturales. La disputa por la democracia y el poder en el México neoliberal (1982-2013), Itaca, México, 2013, 157 p. que se presentó en la XXXVI Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, el domingo 22 de febrero de 2015.


Varios de los analistas e investigadores de las protestas, las movilizaciones, las resistencias, las luchas, los conflictos, las sublevaciones y los movimientos sociopolíticos y culturales de los últimos 30 años, han venido discutiendo la cuestión del sentido, la orientación y los objetivos implícitos y explícitos de dichas acciones colectivas. ¿En última instancia hacia dónde conducen (o hacia dónde conducir las luchas) y/o hacia dónde se dirigen (o hacia dónde dirigir sus propósitos) a mediano y largo plazos? Una de las tendencias influyentes respecto a dicha cuestión ha sido la de plantear que los nuevos movimientos han rechazado la necesidad de tomar del poder, se han alejado o distanciado de la famosa estrategia simplificada por Wallerstein (2008) como de dos pasos: tomar el poder y luego desde allí llevar las transformaciones políticas y socioeconómicas para construir una sociedad diferente u otro mundo (p. 142). 

Esto es, ya no se trata de enfocar y concentrar las fuerzas y los objetivos en la toma del poder estatal y luego implementar los cambios. Pero esta estrategia que se desarrolló durante el siglo XX, dicen varios analistas, fracasó estrepitosamente, por tanto ya no es opción para las luchas antisistémicas de hoy. E. Wallertsein señala: “Una vez que la etapa uno estaba completada, y ellos habían llegado al poder, sus seguidores esperaban que cumplieran la promesa de la etapa dos: ‘transformar el mundo’. Y lo que descubrieron, si es que no lo sabían ya, fue que el poder estatal era más limitado de lo que habían pensado” (p. 145). Es más –abundan los críticos de esta supuesta “estrategia revolucionaria”, como Jorge Alonso (2013)– las “revoluciones anteriores evidencian que han sido realizadas por los de abajo, pero que han sido usurpadas por los nuevos de arriba, por la verticalidad imperante en esos cambios, lo cual convirtió a estos últimos en un nuevo poder opresor. En cambio, la perspectiva de los de abajo que se oponen al margen [¡sic!] del capital y del Estado es la de proporcionar de manera paulatina una convergencia horizontal, que a largo plazo mediante nuevas formas de hacer política construya autónomamente una convivencia horizontal” (pp. 115-116). 

Y más concretamente: la revolución socialista (y la revolución de liberación nacional agregaría Wallerstein), como planteamiento teórico-práctico predominante del siglo XX, intentó la toma masiva y armada del poder para intentar desde ahí, producir cambios sociales estructurales que condujeran a un nuevo modo de producción, “pero fracasó pese a que insistía en que era indispensable recorrer un largo tramo de transición” (Alonso 2013, ídem). 

Ninguna de esas revoluciones que se llamaron socialistas creó un nuevo modo de producción. Los modos de producción estatuidos “no implicaron rupturas totales, sino que se asemejaron a cambios evolutivos” (Alonso, ídem); específicamente cambios unilineales. Por lo que Jorge Alonso (2013), siguiendo a John Holloway  señala que para los cambios no hay una línea prefijada y determinista sino que existe la multilinealidad que depende de la participación de los sujetos (p. 124). En efecto, no hay teleología determinista ni menos fatalista, sino un telos que brota de la participación, del nivel de conciencia y organización, de las necesidades y de las capacidades  histórico-concretas de los sujetos.

Lo planteado por los intelectuales de izquierda que están desencantados de las revoluciones “socialistas” fracasadas, traicionadas, simuladas, defraudadas, etc., de que existe una imposibilidad constatada históricamente (principalmente durante el siglo XX) de triunfo democrático y auténtico con la estrategia de la conquista o toma del poder del Estado capitalista, tampoco es cierta o tan cierta. Pues si bien es evidente, que no ha habido hasta ahora una revolución socialista-comunista que haya cumplido completamente la trasformación radical del modo de producción capitalista, sí ha habido ejemplos históricos no sólo durante el siglo XX, sino también durante el XIX, de revoluciones de corte socialista que han sido inicialmente exitosas en la estrategia de apoderamiento del poder central capitalista y de la implementación de un conjunto de medidas radicalmente democráticas. Esto lo señala adecuadamente el historiador y economista Carlos Aguirre Rojas (2012:169-194 y 2013: 131-160), refiriéndose  a la Comuna de París de 1871, a la Revolución Rusa de los Soviets de 1917, la República de los Consejos de Hungría y a las experiencias de los Consejos obreros alemanes, italianos y a la Revolución Cultural China. 

En estas experiencias revolucionarias y de control político sustancial (aunque más o menos breve en términos temporales debido a su posterior represión o deformación bajo condiciones de hostigamiento militar y económico de las burguesías nacionales e internacionales) por parte de esas instancias populares democráticas como las comunas, soviets, consejos y comités; se establecieron medidas radicales de ejercicio de poder popular que abonaron históricamente a la posibilidad real de concretarlas, continuarlas y ampliarlas. Nos referimos específicamente a las más básicas: la toma de decisiones colectivas, la gestión y administración colectiva de las funciones,  la elegibilidad, revocabilidad, rendición de cuentas, rotación y responsabilidad (en todos los momentos) de los representantes y/o delegados, vasos comunicantes abiertos y fluidos entre las instancias de toma y ejecución de decisiones; es decir, en la toma de poder central se ejerció ampliamente la democracia directa, participativa y amplificada en los diferentes órdenes y niveles del autogobierno popular.

Pero vamos por partes, respecto a las contundentes afirmaciones de Jorge Alonso hay que cuestionar varios aspectos, ¿a qué se refiere con los de abajo?, ¿quiénes son los nuevos de arriba que usurpan la revolución?, ¿se trata de los mismos sujetos o de otros?, ¿cuáles son las condiciones socioeconómicas, políticas, militares, geoestratégicas, demográficas, internacionales, etc., que hacen posible la usurpación? ¿sólo la verticalidad los convirtió en nuevos opresores?, ¿por qué dice que no se lograron rupturas totales sino cambios evolucionistas unilineales?, ¿la convergencia horizontal, la horizontalidad convivencial, la autonomía y ponerse al margen del capital y del Estado (suponiendo que esto último realmente se pudiera hacer en el capitalismo salvaje y globalizado actual) son ingredientes suficientes para agrietar el sistema capitalista y crear otro modo de producción?. Y para cerrar nuestras interrogaciones: ¿esta estrategia de cambiar el mundo, agrietarlo o fisurarlo desde abajo sin el apoderamiento del Estado-gobierno –podríamos preguntar devolviendo el cuestionamiento del investigador Jorge Alonso y al teórico J. Holloway­–  dónde y cuándo ha triunfado en la instalación de una sociedad poscapitalista o un modo de producción diferente al del capitalismo?

Bien, nos parece que la llamada estrategia de dos pasos, es una caricatura política de los procesos revolucionarios, y que como el mismo E. Wallerstein dice, las condiciones, contextos, situaciones y procesos histórico-concretos son mucho más complejos y han intervenido e intervienen factores diversos y múltiples: intranacionales, nacionales generales e internacionales; tales como: guerras, sitiamientos, crisis, relaciones interestatales, escaseces, falta de unidad, traiciones, rupturas, abusos, saqueos, recomposiciones sociopolíticas, crisis económicas, intervencionismos, autoritarismos, resistencias, dinamismo social, asambleísmos, frentes y convergencias, festividades, creatividad popular y social, etc., etc. 

El “asalto al cielo” es un gran y dialéctico complejo desafío, y hoy día bajo las paradójicas condiciones del dominio subordinante y decadente del capital mundial, desarrollar y efectivizar un proceso revolucionario nacional e internacional es un desafío titánico. Quizá sea históricamente el máximo y contradictorio desafío consciente en que se ha encontrado el género humano y las sociedades concretas contemporáneas: tan cerca de terminar con la prehistoria humana (es decir terminar con las desigualdades, limitaciones  e injusticas de las sociedades escasas y clasistas), pero tan difícil de realizar mediante las revoluciones necesarias, suficientes y definitivas (y la revolución socialista-comunista total) para terminar con el capitalismo y superarlo con gobiernos auténticamente populares que lleven a sociedades a terminar con la lucha de clases y las clases mismas (las desigualdades, la explotación del humano por el humano, las opresiones, las discriminaciones, la propiedad privada, las inequidades y miserias, etc.); que conduzcan firmemente hacia sociedades  emancipadas, ricas en fuerzas productivas y relaciones interhumanas de calidad, sociedades de libres asociaciones de colectivos e individuos, etc., etc.

Las revoluciones, en efecto, no se circunscriben a la toma del poder, y específicamente la revoluciones socialistas del porvenir tienen que basarse en  procesos y experiencias efectivas y amplias de autogestión en todos los planos y niveles  de la vida productiva y reproductiva, a nivel micro, meso y macro;  antes, durante y después de las tomas de poder. Se trata de desarrollar y crear revoluciones integrales o totales. Pero los fracasos del pasado no tienen que negarnos o cancelarnos –para nada, sino por el contrario enseñarnos- la posibilidad objetiva-subjetiva de realizar revoluciones exitosas y permanentes: ¡que cumplan  verdaderamente el objetivo magno de desaparición  y superación positiva de sociedades enajenadas y desarrollen la plenitud humana en todas sus dimensiones! Pero algo fundamental para el arranque de dichas revoluciones es que necesaria y obligadamente tienen que pasar de una u otra manera por la toma del poder estatal, puesto que dicho poder tiene que ser apropiado por las masas trabajadoras y populares y luego transformado radicalmente hasta disolverlo a mediano plazo. ¿Por qué?, porque el Estado y sus regímenes y formas de gobierno estatales son el resultado histórico de la división social del trabajo, de la formación de las clases y sectores sociales divididos y su confrontación y guerra en múltiples planos. El Estado encarna e instrumentaliza a nivel supraestructural y estructural el poder de las clases y sectores dominantes, y concentra y centraliza sus dispositivos que garantizan (no sin contradicciones entre ellas mismas y con los dominados) su poder hegemónico, su reproducción, su violencia, su opresión y su control; ya que desde el Estado clasista centralizan y monopolizan  burocrática y parasitariamente fuerzas y capacidades creadas y practicadas por el conjunto de la sociedad. 

El Estado es, pues, una maquinaria regulativa y amortiguadora compleja a nivel político, jurídico, ideológico, simbólico y también económico que está controlada, subsumida  y funciona a favor de los intereses económicos, militares, judiciales, legislativos, fiscales, comunicativos, educativos, científicos, tecnológicos, médicos, artísticos, de vigilancia, de formación familiar y de reproducción cotidiana de las clases y sectores hegemónicos y dominantes, que reprimen y aplastan en general las iniciativas, la creatividad y la vitalidad de la inmensa mayoría de la población (que pertenece a las clases, sectores y grupos dominados y subalternos populares). Específicamente, en el caso del Estado capitalista moderno que nos incumbe, velan primordialmente por los intereses y el hambre de despojo acumulativo plusvalórico de los sectores capitalistas imperialistas y de vanguardia; aunque, en lo global, velan por la reproducción simple y ampliada de todo el sistema capitalista mundial y sus expresiones geopolíticas macroregionales y nacionales, tratando de incidir en el  amortiguamiento de sus crisis y  sus excesos sobreproductivos; y buscando paliar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia intrínseca a este modo de producción. 

Eso no quiere decir que como parte de la guerra de clases no se puedan crear espacios, órganos, movimientos, redes, relaciones antisistémicas y de convivencia real y experimental autogestivas y autónomas; pues de eso se trata también en la lucha revolucionaria: de crear,  inventar  y recuperar formas y laboratorios experienciales comunitarios autogestivos (como las comunas radicales juveniles de los 60 a la actualidad[1], o como los caracoles y municipios autónomos neozapatistas en Chiapas) que mellen las relaciones privadas, mercantilizadas, autoritarias, atomizadas y egoístas capitalistas y que potencien la perspectiva y la vida alternativa anticapitalista y procomunista: enriqueciendo la cultura política antisistémica, vivenciando, intercambiando experiencias-saberes[2] y prefigurando en los hechos el nuevo modo de producción y reproducción socialista-comunista. Empero por más que puedan extenderse  y conectarse esos tejidos alternativos bajo condiciones harto complicadas y a contracorriente (insertadas y acosadas constantemente y siempre por todas partes por el plusvalor, la mercancía, el capital, la propiedad privada, el mercado y el capitalismo avasallador), y ello pueda más o menos crear algunas islas, áreas, grietas y/o fisuras revitalizadoras (tal vez donde participen decenas de movimientos antisistémicos y anticapitalistas y  donde están activos la autogestión y el autogobierno de miles de personas), mientras millones y millones de personas ubicadas en cientos de pueblos y naciones sigan en la enajenación, en la opresión, en la exclusión, en la subsunción y en el consumismo capitalista, no se podrá terminar real y definitivamente con el sistema[3]

Sin la participación del sujeto histórico (diverso pero unificado) en el apoderamiento del monstruo-Estado (K. Marx: “Primer esbozo de la guerra civil en Francia”, 1978) para con determinación y sostenimiento de clase y de pueblo comenzar a darle un vuelco transformador; todo bajo su poder y sus intereses clasistas, liberadores, anticapitalistas y antisistémicos, intereses que son los de la inmensa mayoría de las poblaciones en todos los países del mundo; no habrá verdadera y permanente liberación humana (individual, de colectivo y de género). En efecto, hoy aproximadamente somos más del 95% de la población mundial no propietaria, frente a un 4% de las clases y sectores propietarios y un 1% de una minoría burguesa extraordinariamente privilegiada que superelitistamente toma decisiones en torno a los rumbos que debe seguir el sistema capitalista a su favor a través del control férreo y gansteril –espionaje, criminalizaciones, amenazas, represiones, guerras, torturas, intervenciones, etc.– de gobiernos, de organismos mundiales (ONU, FMI, Banco Mundial, OCDE, G-10, G-5, COP, etc.), ejércitos poderosos y tecnologías constantemente renovadas y cada vez más nocivas para el planeta y la humanidad como tal. Así pues, insisto, sin dicho apoderamiento no hay posibilidad de asegurar, respaldar y tener las palancas para romper el poder burgués y sus instancias, agencias, aparatos, dispositivos y mercados, tanto en el plano político como en el socioeconómico y cultural.

Esto tenemos que entenderlo con claridad meridiana pues las limitaciones (aunque de buena voluntad, pero finalmente ingenuas y parciales) de “cambiar el mundo sin tomar el poder” o de “revolucionar desde abajo el poder” sin generar la condiciones y luego efectivamente empoderase masiva, contundente y consistentemente conquistando la maquinaria central y determinante en la reproducción y permanencia del sistema; son eso, se quedan en eso: limitaciones del pensamiento y de la praxis revolucionarias que –de una u otra forma– contribuyen peligrosamente (o cuasi apocalípticamente dada la situación gravísima y cuasi-cataclísmica en que tiene a la humanidad y al planeta el capitalismo salvaje, expoliador y depredador) a aplazar las revoluciones nacionales, macroregionales y la revolución mundial global que son urgentes, pero que desgraciadamente han tardado en desarrollarse y avanzar en este básico “asalto” popular al poder. Entendiendo que son inmensas las tareas organizativas, coordinativas, concentradoras y desconcentradoras, etc., que hay consolidar; y que son gigantescos y numerosísimos los obstáculos que existen en las telarañas y relaciones capitalistas que hay que combatir y superar.

El apoderamiento revolucionario del Estado y sus regímenes y gobiernos para transitar racional y humanamente hacia una sociedad socialista-comunista es eje esencial, es una condición sine quan non, que dependiendo de las condiciones y la participación directa, consciente, decidida y democrática de las masas, en cada país y en varios y muchos países de manera intervinculada, cooperativa y coordinada, será más o menos violenta y dramática: entre mayor y mejor participación activa masiva, más pacífico, racional y tranquilo será ese apoderamiento del poder político nacional e internacional. El concepto científico dialéctico de dictadura del proletariado (que se mantiene en el poder y lo ejerce democráticamente como clases y sectores populares) implica una aparente paradoja, pues contra la dictadura de una minoría superprivilegiada de explotadores, saqueadores y opresores, se impone una dictadura revolucionaria o poder político revolucionario de la inmensa mayoría de trabajadores explotados, oprimidos y marginados. Dictadura necesaria, para en primer lugar combatir la resistencia furiosa de los capitalistas; en segundo lugar para descabezar los cuerpos represivos del monopolio de la violencia y reemplazarlos por cuerpos formados por trabajadores y gente del pueblo; en tercer lugar para sustituir a todos los funcionarios-burócratas de los órganos y agencias estatales por gente del pueblo (que rinda cuentas, que sean elegibles, responsables, revocables, etc.); en cuarto lugar para llevar a cabo las expropiaciones de las riquezas nacionales; en quinto lugar para efectuar las medidas para colectivizar todos los medios de producción y fuerzas productivas tecnológicas arrancados a los burgueses; en sexto lugar para decretar las medidas de apropiación de las instancias fundamentales del poder político, social, jurídico, judicial, comunicativo, educativo, salutífero y artístico-cultural-patrimonial[4]

Obviamente que con en estas acciones-dictados se destruirá la cabeza y los brazos del monstruo-Estado, pero –como los guajolotes cuando se decapitan– hay que dejarlo vivir sus estertores e irle arrancando de la supeditación de los capitalistas  todos los aparatos, dispositivos y estructuras por medio de los cuales los capitalistas controlaban y regulaban su poder hegemónico y dominante; subordinándolos y subsumiéndolos al poder de las comunidades, comunas, consejos, comités de base, asambleas, etc.; poder directo y representacional, poder autogestivo y coordinado; poder democrático y consensuado, poder mayoritario y diversificado; poder igualitario y desigual; poder recuperado y revitalizado por el conjunto  de los  miembros de los pueblos; en suma: poder de los de abajo y poder popular.

La dictadura del proletariado –si garantiza la democracia participativa y directa inmensamente mayoritaria–, no es/no tiene que ser/no será, pues, una dictadura unilateral y antidemocrática sino una dictadura que tiene que dictar (decretar) y llevar a cabo dictados (decretos) que lleven a corto, mediano y largo aliento a la liberación humana a través de o mediando provisoria y transitoriamente un Estado o nueva modalidad de Estado. Que como dijo Federico Engels –y hemos visto arriba– tiene que ser modificado a fondo antes que pueda cumplir sus nuevas funciones. Pero no puede ser destruido completamente en lo inmediato, como han propuesto las corrientes anarquistas[5], pues hacerlo así en el momento inicial: significaría: “destruir el único instrumento con cuya ayuda el proletariado victorioso puede utilizar el poder recién conquistado, aplastar a sus enemigos y llevar a cabo la revolución económica de la sociedad” (1978, p. 36).

Dicho de otra manera es un Estado que se convierte inmediatamente –sin dejar de ser totalmente un Estado– en un no Estado, anti-Estado o contraEstado que inaugura “la reasunción del poder estatal por la sociedad”. Pero dicha dictadura, y sus dictados democráticamente generados y efectivizados, es transitoria o es la forma transicional que se extinguirá como tal; y en ese sentido, extinguirá y mandará a los museos de la historia (junto otras reliquias de la prehistoria humana como la industria lítica, la rueca, los telares de vapor, la familia, la propiedad privada, etc.) al Estado mismo y bajo esa dinámica transformadora conducirá hacia la abolición a mediano-largo plazos de todas las clases, de todas las jerarquizaciones, las estratificaciones, las opresiones, las discriminaciones y las enajenaciones-reificaciones de las sociedades humanas habidas hasta entonces.

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ADAME Miguel Ángel (2005). “Comunas contraculturales: ¿Antifamilias o nuevas familias?, en Revista Casa del Tiempo. UAM, febrero. En http://www.difusioncultural.uam.mx/revista/feb2005/adame.html
ALONSO Jorge (2013). Repensar los movimientos sociales. CIESAS, Casa Chata, México.
AGUIRRE Carlos Antonio (2012). Movimientos antisistémicos, pensar lo antisitémico a inicios del siglo XXI. Protohistoria. Rosario.
ENGELS Friedrich (1978). “Principios de comunismo”, en C. Marx y F Engels, Obras completas, tomo 4, progreso, Moscú, pp. 355-360.
MARX Karl (1978). “Primer esbozo de la guerra civil en Francia”,en C. Marx y F Engels, Obras completas, Progreso, Moscú, pp.250-321.
WALLERSTEIN Immanuel (2008). Historia y dilemas de los movimientos antisistémicos. Contrahistorias, México.
ZIBECHI (2013). “Sobre la forma superior de lucha”, en La Jornada, 27 de diciembre, p. 26.




[1] Véase Migue Ángel Adame C. (2005: 64-73).
[2]Raúl Zibechi señala al respecto que: “Siento que hay múltiples diálogos entre todas estas experiencias [de los nuevos movimientos y organizaciones sociales latinoamericanos de los últimos 20 años] no al estilo de encuentros formales y estructurados, sino intercambios directos entre militantes, capilares no controlados, sino el tipo de trueques de saberes y experiencias que necesitamos para potenciar el combate al sistema”   (2013: 26).
[3] Real e idealmente: mientras no se haya emancipado el conjunto de la humanidad no existirá un solo humano libre; mientras haya un solo ser humano miserable y/o oprimido, no seremos verdaderamente felices.
[4] F. Engels en uno de sus escritos planteó que la revolución tendrá que crear la dominación política del proletariado, o sea el régimen político democrático, que utilizará inmediatamente como medio para llevar a cabo amplias medidas [instrucciones, decretos, implementaciones, operaciones, expropiaciones, puestas en marcha, etc.] que tendrán que atentar directamente contra la propiedad privada como las siguientes: expropiaciones con pago o sin pago a los propietarios de fábricas, buques, ferrocarriles, talleres, etc.; confiscación de otros bienes; organización del trabajo y ocupación de los trabajadores y masas populares urbanas y rurales de fábricas, fincas y centros de trabajo; aumento de estos; trabajo obligatorio y formación de ejércitos de trabajadores en las industrias; cultivo de todas las tierras; educación para todos y todas en escuelas públicas en todos los niveles; construcción de viviendas y destrucción de las insalubres y mal construidas; concentración y organización del transporte, etcétera (“Principios de comunismo”, 1978).
[5]Ese aspecto ha sido un eje constante de discusión entre corrientes  (pro) anarquistas y marxistas; sin embargo extraña que Carlos A. Aguirre que al parecer se reivindica marxista, insista que se trata desde el comienzo de la conquista del poder, de la destrucción completa del Estado, no sólo de la destrucción del poder central o dominante  burocrático-militar del Estado-gobierno burgués.

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