Miguel Ángel Adame Cerón
Dr. en Antropología,
Profesor-Investigador de la Escuela Nacional
de Antropología e Historia.
(ENAH-INAH)
adameguel@yahoo.com.mx
Fragmento del libro Movimientos
sociales, políticos, populares y culturales. La disputa por la democracia y el
poder en el México neoliberal (1982-2013), Itaca, México, 2013, 157 p. que se
presentó en la XXXVI Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, el
domingo 22 de febrero de 2015.
Varios de los analistas e investigadores de
las protestas, las movilizaciones, las resistencias, las luchas, los conflictos,
las sublevaciones y los movimientos sociopolíticos y culturales de los últimos
30 años, han venido discutiendo la cuestión del sentido, la orientación y los
objetivos implícitos y explícitos de dichas acciones colectivas. ¿En última
instancia hacia dónde conducen (o hacia dónde conducir las luchas) y/o hacia
dónde se dirigen (o hacia dónde dirigir sus propósitos) a mediano y largo
plazos? Una de las tendencias influyentes respecto a dicha cuestión ha sido la
de plantear que los nuevos movimientos han rechazado la necesidad de tomar del
poder, se han alejado o distanciado de la famosa estrategia simplificada por
Wallerstein (2008) como de dos pasos: tomar el poder y luego desde allí llevar
las transformaciones políticas y socioeconómicas para construir una sociedad
diferente u otro mundo (p. 142).
Esto es, ya no se trata de enfocar y concentrar
las fuerzas y los objetivos en la toma del poder estatal y luego implementar
los cambios. Pero esta estrategia que se desarrolló durante el siglo XX, dicen
varios analistas, fracasó estrepitosamente, por tanto ya no es opción para las
luchas antisistémicas de hoy. E. Wallertsein señala: “Una vez que la etapa uno
estaba completada, y ellos habían llegado al poder, sus seguidores esperaban
que cumplieran la promesa de la etapa dos:
‘transformar el mundo’. Y lo que descubrieron, si es que no lo sabían ya, fue
que el poder estatal era más limitado de lo que habían pensado” (p. 145). Es
más –abundan los críticos de esta supuesta “estrategia revolucionaria”, como
Jorge Alonso (2013)– las “revoluciones anteriores evidencian que han sido
realizadas por los de abajo, pero que han sido usurpadas por los nuevos de
arriba, por la verticalidad imperante en esos cambios, lo cual convirtió a
estos últimos en un nuevo poder opresor. En cambio, la perspectiva de los de
abajo que se oponen al margen [¡sic!] del capital y del Estado es la de
proporcionar de manera paulatina una convergencia horizontal, que a largo plazo
mediante nuevas formas de hacer política construya autónomamente una
convivencia horizontal” (pp. 115-116).
Y más concretamente: la revolución socialista
(y la revolución de liberación nacional agregaría Wallerstein), como
planteamiento teórico-práctico predominante del siglo XX, intentó la toma
masiva y armada del poder para intentar desde ahí, producir cambios sociales
estructurales que condujeran a un nuevo modo de producción, “pero fracasó pese
a que insistía en que era indispensable recorrer un largo tramo de transición”
(Alonso 2013, ídem).
Ninguna de esas
revoluciones que se llamaron socialistas creó un nuevo modo de producción. Los
modos de producción estatuidos “no implicaron rupturas totales, sino que se
asemejaron a cambios evolutivos” (Alonso, ídem);
específicamente cambios unilineales. Por lo que Jorge Alonso (2013), siguiendo
a John Holloway señala que para los
cambios no hay una línea prefijada y determinista sino que existe la
multilinealidad que depende de la participación de los sujetos (p. 124). En
efecto, no hay teleología determinista ni menos fatalista, sino un telos que brota de la participación, del
nivel de conciencia y organización, de las necesidades y de las
capacidades histórico-concretas de los
sujetos.
Lo planteado por los intelectuales de
izquierda que están desencantados de las revoluciones “socialistas” fracasadas,
traicionadas, simuladas, defraudadas, etc., de que existe una imposibilidad
constatada históricamente (principalmente durante el siglo XX) de triunfo
democrático y auténtico con la estrategia de la conquista o toma del poder del
Estado capitalista, tampoco es cierta o tan cierta. Pues si bien es evidente,
que no ha habido hasta ahora una revolución socialista-comunista que haya
cumplido completamente la trasformación radical del modo de producción
capitalista, sí ha habido ejemplos históricos no sólo durante el siglo XX, sino
también durante el XIX, de revoluciones de corte socialista que han sido
inicialmente exitosas en la estrategia de apoderamiento del poder central
capitalista y de la implementación de un conjunto de medidas radicalmente
democráticas. Esto lo señala adecuadamente el historiador y economista Carlos Aguirre
Rojas (2012:169-194 y 2013: 131-160), refiriéndose a la Comuna de París de 1871, a la Revolución
Rusa de los Soviets de 1917, la República de los Consejos de Hungría y a las
experiencias de los Consejos obreros alemanes, italianos y a la Revolución Cultural
China.
En estas experiencias revolucionarias y de control político sustancial
(aunque más o menos breve en términos temporales debido a su posterior
represión o deformación bajo condiciones de hostigamiento militar y económico
de las burguesías nacionales e internacionales) por parte de esas instancias
populares democráticas como las comunas, soviets, consejos y comités; se
establecieron medidas radicales de ejercicio de poder popular que abonaron
históricamente a la posibilidad real de concretarlas, continuarlas y
ampliarlas. Nos referimos específicamente a las más básicas: la toma de
decisiones colectivas, la gestión y administración colectiva de las
funciones, la elegibilidad,
revocabilidad, rendición de cuentas, rotación y responsabilidad (en todos los
momentos) de los representantes y/o delegados, vasos comunicantes abiertos y
fluidos entre las instancias de toma y ejecución de decisiones; es decir, en la
toma de poder central se ejerció ampliamente la democracia directa,
participativa y amplificada en los diferentes órdenes y niveles del
autogobierno popular.
Pero vamos por partes, respecto a las
contundentes afirmaciones de Jorge Alonso hay que cuestionar varios aspectos,
¿a qué se refiere con los de abajo?, ¿quiénes son los nuevos de arriba que
usurpan la revolución?, ¿se trata de los mismos sujetos o de otros?, ¿cuáles
son las condiciones socioeconómicas, políticas, militares, geoestratégicas,
demográficas, internacionales, etc., que hacen posible la usurpación? ¿sólo la
verticalidad los convirtió en nuevos opresores?, ¿por qué dice que no se
lograron rupturas totales sino cambios evolucionistas unilineales?, ¿la
convergencia horizontal, la horizontalidad convivencial, la autonomía y ponerse
al margen del capital y del Estado (suponiendo que esto último realmente se
pudiera hacer en el capitalismo salvaje y globalizado actual) son ingredientes
suficientes para agrietar el sistema capitalista y crear otro modo de
producción?. Y para cerrar nuestras interrogaciones: ¿esta estrategia de
cambiar el mundo, agrietarlo o fisurarlo desde abajo sin el apoderamiento del
Estado-gobierno –podríamos preguntar devolviendo el cuestionamiento del
investigador Jorge Alonso y al teórico J. Holloway– dónde y cuándo ha triunfado en la instalación
de una sociedad poscapitalista o un modo de producción diferente al del
capitalismo?
Bien, nos parece que la llamada estrategia de
dos pasos, es una caricatura política de los procesos revolucionarios, y que
como el mismo E. Wallerstein dice, las condiciones, contextos, situaciones y
procesos histórico-concretos son mucho más complejos y han intervenido e
intervienen factores diversos y múltiples: intranacionales, nacionales
generales e internacionales; tales como: guerras, sitiamientos, crisis,
relaciones interestatales, escaseces, falta de unidad, traiciones, rupturas,
abusos, saqueos, recomposiciones sociopolíticas, crisis económicas,
intervencionismos, autoritarismos, resistencias, dinamismo social,
asambleísmos, frentes y convergencias, festividades, creatividad popular y
social, etc., etc.
El “asalto al cielo” es un gran y dialéctico complejo
desafío, y hoy día bajo las paradójicas condiciones del dominio subordinante y
decadente del capital mundial, desarrollar y efectivizar un proceso
revolucionario nacional e internacional es un desafío titánico. Quizá sea
históricamente el máximo y contradictorio desafío
consciente en que se ha encontrado el género humano y las sociedades
concretas contemporáneas: tan cerca de terminar con la prehistoria humana (es
decir terminar con las desigualdades, limitaciones e injusticas de las sociedades escasas y
clasistas), pero tan difícil de realizar mediante las revoluciones necesarias,
suficientes y definitivas (y la revolución socialista-comunista total) para
terminar con el capitalismo y superarlo con gobiernos auténticamente populares
que lleven a sociedades a terminar con la lucha de clases y las clases mismas
(las desigualdades, la explotación del humano por el humano, las opresiones,
las discriminaciones, la propiedad privada, las inequidades y miserias, etc.);
que conduzcan firmemente hacia sociedades
emancipadas, ricas en fuerzas productivas y relaciones interhumanas de
calidad, sociedades de libres asociaciones de colectivos e individuos, etc.,
etc.
Las revoluciones, en efecto, no se
circunscriben a la toma del poder, y específicamente la revoluciones
socialistas del porvenir tienen que basarse en
procesos y experiencias efectivas y amplias de autogestión en todos los
planos y niveles de la vida productiva y
reproductiva, a nivel micro, meso y macro;
antes, durante y después de las tomas de poder. Se trata de desarrollar
y crear revoluciones integrales o totales. Pero los fracasos del pasado no
tienen que negarnos o cancelarnos –para nada, sino por el contrario enseñarnos-
la posibilidad objetiva-subjetiva de realizar revoluciones exitosas y
permanentes: ¡que cumplan verdaderamente
el objetivo magno de desaparición y
superación positiva de sociedades enajenadas y desarrollen la plenitud humana
en todas sus dimensiones! Pero algo fundamental para el arranque de dichas
revoluciones es que necesaria y obligadamente tienen que pasar de una u otra
manera por la toma del poder estatal, puesto que dicho poder tiene que ser
apropiado por las masas trabajadoras y populares y luego transformado
radicalmente hasta disolverlo a mediano plazo. ¿Por qué?, porque el Estado y
sus regímenes y formas de gobierno estatales son el resultado histórico de la
división social del trabajo, de la formación de las clases y sectores sociales
divididos y su confrontación y guerra en múltiples planos. El Estado encarna e
instrumentaliza a nivel supraestructural y estructural el poder de las clases y
sectores dominantes, y concentra y centraliza sus dispositivos que garantizan
(no sin contradicciones entre ellas mismas y con los dominados) su poder
hegemónico, su reproducción, su violencia, su opresión y su control; ya que
desde el Estado clasista centralizan y monopolizan burocrática y parasitariamente fuerzas y
capacidades creadas y practicadas por el conjunto de la sociedad.
El Estado es,
pues, una maquinaria regulativa y amortiguadora compleja a nivel político,
jurídico, ideológico, simbólico y también económico que está controlada,
subsumida y funciona a favor de los
intereses económicos, militares, judiciales, legislativos, fiscales,
comunicativos, educativos, científicos, tecnológicos, médicos, artísticos, de
vigilancia, de formación familiar y de reproducción cotidiana de las clases y
sectores hegemónicos y dominantes, que reprimen y aplastan en general las
iniciativas, la creatividad y la vitalidad de la inmensa mayoría de la
población (que pertenece a las clases, sectores y grupos dominados y
subalternos populares). Específicamente, en el caso del Estado capitalista
moderno que nos incumbe, velan primordialmente por los intereses y el hambre de
despojo acumulativo plusvalórico de los sectores capitalistas imperialistas y
de vanguardia; aunque, en lo global, velan por la reproducción simple y
ampliada de todo el sistema capitalista mundial y sus expresiones geopolíticas
macroregionales y nacionales, tratando de incidir en el amortiguamiento de sus crisis y sus excesos sobreproductivos; y buscando
paliar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia intrínseca a este modo
de producción.
Eso no quiere decir que como parte de la guerra de clases no se
puedan crear espacios, órganos, movimientos, redes, relaciones antisistémicas y
de convivencia real y experimental autogestivas y autónomas; pues de eso se
trata también en la lucha revolucionaria: de crear, inventar
y recuperar formas y laboratorios experienciales comunitarios
autogestivos (como las comunas radicales juveniles de los 60 a la actualidad[1], o
como los caracoles y municipios autónomos neozapatistas en Chiapas) que mellen
las relaciones privadas, mercantilizadas, autoritarias, atomizadas y egoístas
capitalistas y que potencien la perspectiva y la vida alternativa
anticapitalista y procomunista: enriqueciendo la cultura política
antisistémica, vivenciando, intercambiando experiencias-saberes[2] y
prefigurando en los hechos el nuevo modo de producción y reproducción
socialista-comunista. Empero por más que puedan extenderse y conectarse esos tejidos alternativos bajo
condiciones harto complicadas y a contracorriente (insertadas y acosadas
constantemente y siempre por todas partes por el plusvalor, la mercancía, el
capital, la propiedad privada, el mercado y el capitalismo avasallador), y ello
pueda más o menos crear algunas islas, áreas, grietas y/o fisuras
revitalizadoras (tal vez donde participen decenas de movimientos antisistémicos
y anticapitalistas y donde están activos
la autogestión y el autogobierno de miles de personas), mientras millones y
millones de personas ubicadas en cientos de pueblos y naciones sigan en la
enajenación, en la opresión, en la exclusión, en la subsunción y en el
consumismo capitalista, no se podrá terminar real y definitivamente con el
sistema[3].
Sin la participación del sujeto histórico (diverso pero unificado) en el
apoderamiento del monstruo-Estado (K. Marx: “Primer esbozo de la guerra civil
en Francia”, 1978) para con determinación y sostenimiento de clase y de pueblo
comenzar a darle un vuelco transformador; todo bajo su poder y sus intereses
clasistas, liberadores, anticapitalistas y antisistémicos, intereses que son
los de la inmensa mayoría de las poblaciones en todos los países del mundo; no
habrá verdadera y permanente liberación humana (individual, de colectivo y de
género). En efecto, hoy aproximadamente somos más del 95% de la población
mundial no propietaria, frente a un 4% de las clases y sectores propietarios y
un 1% de una minoría burguesa extraordinariamente privilegiada que
superelitistamente toma decisiones en torno a los rumbos que debe seguir el
sistema capitalista a su favor a través del control férreo y gansteril
–espionaje, criminalizaciones, amenazas, represiones, guerras, torturas, intervenciones,
etc.– de gobiernos, de organismos mundiales (ONU, FMI, Banco Mundial, OCDE,
G-10, G-5, COP, etc.), ejércitos poderosos y tecnologías constantemente
renovadas y cada vez más nocivas para el planeta y la humanidad como tal. Así
pues, insisto, sin dicho apoderamiento no hay posibilidad de asegurar,
respaldar y tener las palancas para romper el poder burgués y sus instancias,
agencias, aparatos, dispositivos y mercados, tanto en el plano político como en
el socioeconómico y cultural.
Esto tenemos que entenderlo con claridad
meridiana pues las limitaciones (aunque de buena voluntad, pero finalmente
ingenuas y parciales) de “cambiar el mundo sin tomar el poder” o de
“revolucionar desde abajo el poder” sin generar la condiciones y luego
efectivamente empoderase masiva, contundente y consistentemente conquistando la
maquinaria central y determinante en la reproducción y permanencia del sistema;
son eso, se quedan en eso: limitaciones del pensamiento y de la praxis
revolucionarias que –de una u otra forma– contribuyen peligrosamente (o cuasi
apocalípticamente dada la situación gravísima y cuasi-cataclísmica en que tiene
a la humanidad y al planeta el capitalismo salvaje, expoliador y depredador) a
aplazar las revoluciones nacionales, macroregionales y la revolución mundial
global que son urgentes, pero que desgraciadamente han tardado en desarrollarse
y avanzar en este básico “asalto” popular al poder. Entendiendo que son
inmensas las tareas organizativas, coordinativas, concentradoras y
desconcentradoras, etc., que hay consolidar; y que son gigantescos y
numerosísimos los obstáculos que existen en las telarañas y relaciones
capitalistas que hay que combatir y superar.
El apoderamiento revolucionario del Estado y
sus regímenes y gobiernos para transitar racional y humanamente hacia una
sociedad socialista-comunista es eje esencial, es una condición sine quan non, que dependiendo de las
condiciones y la participación directa, consciente, decidida y democrática de
las masas, en cada país y en varios y muchos países de manera intervinculada,
cooperativa y coordinada, será más o menos violenta y dramática: entre mayor y
mejor participación activa masiva, más pacífico, racional y tranquilo será ese
apoderamiento del poder político nacional e internacional. El concepto
científico dialéctico de dictadura del proletariado (que se mantiene en el
poder y lo ejerce democráticamente como clases y sectores populares) implica
una aparente paradoja, pues contra la dictadura de una minoría
superprivilegiada de explotadores, saqueadores y opresores, se impone una
dictadura revolucionaria o poder político revolucionario de la inmensa mayoría
de trabajadores explotados, oprimidos y marginados. Dictadura necesaria, para
en primer lugar combatir la resistencia furiosa de los capitalistas; en segundo
lugar para descabezar los cuerpos represivos del monopolio de la violencia y
reemplazarlos por cuerpos formados por trabajadores y gente del pueblo; en
tercer lugar para sustituir a todos los funcionarios-burócratas de los órganos
y agencias estatales por gente del pueblo (que rinda cuentas, que sean
elegibles, responsables, revocables, etc.); en cuarto lugar para llevar a cabo
las expropiaciones de las riquezas nacionales; en quinto lugar para efectuar las
medidas para colectivizar todos los medios de producción y fuerzas productivas
tecnológicas arrancados a los burgueses; en sexto lugar para decretar las
medidas de apropiación de las instancias fundamentales del poder político,
social, jurídico, judicial, comunicativo, educativo, salutífero y
artístico-cultural-patrimonial[4].
Obviamente que con en estas acciones-dictados
se destruirá la cabeza y los brazos del monstruo-Estado, pero –como los
guajolotes cuando se decapitan– hay que dejarlo vivir sus estertores e irle
arrancando de la supeditación de los capitalistas todos los aparatos, dispositivos y
estructuras por medio de los cuales los capitalistas controlaban y regulaban su
poder hegemónico y dominante; subordinándolos y subsumiéndolos al poder de las
comunidades, comunas, consejos, comités de base, asambleas, etc.; poder directo
y representacional, poder autogestivo y coordinado; poder democrático y
consensuado, poder mayoritario y diversificado; poder igualitario y desigual;
poder recuperado y revitalizado por el conjunto
de los miembros de los pueblos;
en suma: poder de los de abajo y poder popular.
La dictadura del proletariado –si garantiza
la democracia participativa y directa inmensamente mayoritaria–, no es/no tiene
que ser/no será, pues, una dictadura unilateral y antidemocrática sino una
dictadura que tiene que dictar (decretar) y llevar a cabo dictados (decretos)
que lleven a corto, mediano y largo aliento a la liberación humana a través de
o mediando provisoria y transitoriamente un Estado o nueva modalidad de Estado.
Que como dijo Federico Engels –y hemos visto arriba– tiene que ser modificado a
fondo antes que pueda cumplir sus nuevas funciones. Pero no puede ser destruido
completamente en lo inmediato, como han propuesto las corrientes anarquistas[5],
pues hacerlo así en el momento inicial: significaría: “destruir el único
instrumento con cuya ayuda el proletariado victorioso puede utilizar el poder
recién conquistado, aplastar a sus enemigos y llevar a cabo la revolución económica
de la sociedad” (1978, p. 36).
Dicho de otra manera es un Estado que se
convierte inmediatamente –sin dejar de ser totalmente un Estado– en un no
Estado, anti-Estado o contraEstado que inaugura “la reasunción del poder
estatal por la sociedad”. Pero dicha dictadura, y sus dictados democráticamente
generados y efectivizados, es transitoria o es la forma transicional que se
extinguirá como tal; y en ese sentido, extinguirá y mandará a los museos de la
historia (junto otras reliquias de la prehistoria humana como la industria
lítica, la rueca, los telares de vapor, la familia, la propiedad privada, etc.)
al Estado mismo y bajo esa dinámica transformadora conducirá hacia la abolición
a mediano-largo plazos de todas las clases, de todas las jerarquizaciones, las
estratificaciones, las opresiones, las discriminaciones y las
enajenaciones-reificaciones de las sociedades humanas habidas hasta entonces.
____________________________________________________
ADAME Miguel Ángel (2005). “Comunas
contraculturales: ¿Antifamilias o nuevas familias?, en Revista Casa del Tiempo. UAM, febrero. En
http://www.difusioncultural.uam.mx/revista/feb2005/adame.html
ALONSO Jorge (2013). Repensar los movimientos sociales. CIESAS, Casa Chata, México.
AGUIRRE Carlos Antonio (2012). Movimientos antisistémicos, pensar lo
antisitémico a inicios del siglo XXI. Protohistoria. Rosario.
ENGELS Friedrich (1978). “Principios de
comunismo”, en C. Marx y F Engels, Obras
completas, tomo 4, progreso, Moscú, pp. 355-360.
MARX Karl (1978). “Primer esbozo de la guerra
civil en Francia”,en C. Marx y F Engels, Obras
completas, Progreso, Moscú, pp.250-321.
WALLERSTEIN Immanuel (2008). Historia y dilemas de los movimientos
antisistémicos. Contrahistorias, México.
ZIBECHI (2013). “Sobre la forma superior de
lucha”, en La Jornada, 27 de
diciembre, p. 26.
[1] Véase Migue Ángel Adame C. (2005: 64-73).
[2]Raúl Zibechi señala al respecto que:
“Siento que hay múltiples diálogos entre todas estas experiencias [de los
nuevos movimientos y organizaciones sociales latinoamericanos de los últimos 20
años] no al estilo de encuentros formales y estructurados, sino intercambios
directos entre militantes, capilares no controlados, sino el tipo de trueques
de saberes y experiencias que necesitamos para potenciar el combate al
sistema” (2013: 26).
[3] Real e idealmente: mientras no se haya
emancipado el conjunto de la humanidad no existirá un solo humano libre;
mientras haya un solo ser humano miserable y/o oprimido, no seremos
verdaderamente felices.
[4] F. Engels en uno de sus escritos planteó
que la revolución tendrá que crear la dominación política del proletariado, o
sea el régimen político democrático, que utilizará inmediatamente como medio
para llevar a cabo amplias medidas [instrucciones, decretos, implementaciones,
operaciones, expropiaciones, puestas en marcha, etc.] que tendrán que atentar
directamente contra la propiedad privada como las siguientes: expropiaciones
con pago o sin pago a los propietarios de fábricas, buques, ferrocarriles,
talleres, etc.; confiscación de otros bienes; organización del trabajo y
ocupación de los trabajadores y masas populares urbanas y rurales de fábricas,
fincas y centros de trabajo; aumento de estos; trabajo obligatorio y formación
de ejércitos de trabajadores en las industrias; cultivo de todas las tierras;
educación para todos y todas en escuelas públicas en todos los niveles;
construcción de viviendas y destrucción de las insalubres y mal construidas;
concentración y organización del transporte, etcétera (“Principios de
comunismo”, 1978).
[5]Ese aspecto ha sido un eje constante de
discusión entre corrientes (pro)
anarquistas y marxistas; sin embargo extraña que Carlos A. Aguirre que al
parecer se reivindica marxista, insista que se trata desde el comienzo de la
conquista del poder, de la destrucción completa
del Estado, no sólo de la destrucción del poder central o dominante burocrático-militar del Estado-gobierno
burgués.
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