martes, 9 de octubre de 2018

De bárbaros a chichimecas. Arqueología de la Comarca Lagunera



En principio, estamos aquí, juntos, todos los seres resultantes de la evolución, formando cadenas, redes y tejidos de interdependencias y coexistencias medio fraternas y medio violentas... Se trata de la cadena de las dependencias y autonomías en las que las especies se parasitan y poseen o disponen mutuamente.
Alfredo Gutierrez G.


Víctor Manuel Ovalle Hernández
Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), México

RESUMEN
El presente texto analiza críticamente los conceptos atribuidos comúnmente a los pobladores antiguos del Norte de México: cazadores-recolectores, nómadas, bandas y chichimecas, términos que aluden a sociedades simples, pero que ante la exposición al análisis más detallado, no parecen reflejar al tipo de sociedades que ahí habitaron. 



L
eer actualmente sobre Mesoamérica es asistir a una obra magna en la que los actores desempeñan su papel en forma puntual y emotiva; leer sobre el Norte de México, en cambio, es extraviarse en un mar de historias, ajenas unas de las otras, entre espacios imprecisos y temporalidades inciertas.
Oír de Mesoamérica es sorprendernos con relatos mágicos, simbología, astronomía, construcciones monumentales, agricultura extensiva, prácticas guerreras y comercio; escuchar del Norte de México es conformarnos con descripciones de objetos y formas de vida "primitiva", sin conexión aparente con nuestras poblaciones actuales.
La producción intelectual se desarrolla al máximo con las culturas mesoamericanas; la indiferencia cobija a los chichimecas y no chichimecas de las regiones septentrionales prehispánicas:
La arqueología del norte de México se ha caracterizado por muchas ausencias, dentro de las cuales destacan la ausencia de investigadores y de apoyos presupuestales. Los arqueólogos presentes en los estados norteños no llegan a una docena y tienen la responsabilidad de salvaguardar el patrimonio arqueológico de casi la mitad del territorio nacional, mientras que en el resto del país se concentran no sólo los recursos humanos, sino en gran medida los presupuestales (Villalpando 1999:1).
¿A que debemos este hecho? ¿Podemos aspirar a una explicación histórica que equilibre la relación complejidad-simplicidad que permea a las interpretaciones predominantes de la arqueología mexicana?
Es común que las personas interesadas en la arqueología de alguna región del Norte de México, se acerquen a ella a través de cierta literatura de difusión local o regional. Estas publicaciones pueden ser artículos de revistas o libros que en general comparten un rasgo en común: son más narrativas que analíticas. Un ejemplo concreto lo constituye la literatura arqueológica en la Comarca Lagunera, en donde, no obstante, haber contado con un periodo de auge en los años 1950 y de haber involucrado varios proyectos posteriores, las referencias predominantes son como la siguiente:
Por el año de 1594, cuando el P. Jerónimo Ramírez hizo su primera visita a Cuencamé, los laguneros propiamente dichos se hallaban en el estado de salvajes primitivos... Andan desnudos, no tienen pueblos ni casas, ni siembran ni comen más que los frutos que la tierra voluntariamente les produce de maguey, mezquite, lechuguilla y tunas y lo que les ofrece la pesca y la caza que es allí abundante en sus lagunas y montes, y aunque quieran los misioneros vivir entre ellos con toda incomodidad, no están seguros en su compañía, sino con mucho peligro de que, por su antojo o por satisfacer su hambre, les maten y coman (Guerra 1953).
El autor, quien es un prestigiado escritor de los primeros libros de historia de Torreón, presenta una narrativa que se reproduce constantemente:
Es un hecho histórico que a estos grupos, cuando los españoles se internaron al norte de la Nueva España, los designaron con el nombre genérico de chichimecas, dando a esta palabra el significado de indios bárbaros, crueles, belicosos, incultos y salvajes... Los naturales que habitaron estas regiones no tuvieron asiento fijo permanente y, por esta causa, no dejaron huellas arquitectónicas de casas ni de templos. Sólo se han podido localizar algunas cuevas que utilizaban como habitación (?) y algunas pinturas rupestres y petroglifos, indescifrables en su mayoría... Se alimentaban de frutos silvestres, de raíces de árboles y plantas, de pescados y de los animales que cazaban, aves y cuadrúpedos... De la forma en que se alimentaban se deriva la certeza (?) de que desconocían las faenas agrícolas (Sánchez 1978:11).
En esta publicación, el autor recaba información sin hacer cuestionamientos, analogía etnográfica o mayores reflexiones. De esta forma, menciona que en la región, las cuevas eran utilizadas como habitación, pero omite que también las hubo de tipo funerario como las de La Candelaria y de La Paila, trabajadas por la arqueología mexicana en los años 1950.
Este tipo de publicaciones corresponden a una tradición de autores locales y regionales con formación académica en diversas áreas –principalmente historiadores- que difunden a sus lectores una visión digerible de los pobladores originarios y que no los compromete con la contrastación analítica, sino con la amenidad y el estilo al presentar sus escritos.
Se trata de una presentación reduccionista de la realidad prehispánica que trasciende a los antiguos pobladores del Norte de México, abarcando a los pueblos del Suroeste de los Estados Unidos:
Hasta la llegada de los europeos a Norteamérica, los pueblos indios vivieron como cazadores y labradores sedentarios a un nivel de edad de piedra... En el sur de Arizona surgió, hacia el 100 a.C., la cultura de Hohokam (casas, sistemas de regadío, cerámica fina, primeros montículos piramidales, llamados mounds en los Estados Unidos)... Es interesante que en su segunda fase (500-900) tenían también juegos de pelota que, junto con los relieves de animales en piedra y unos espejos de pizarra pulida incrustada con lajas de pirita, indican nexos con la alta cultura mexicana (Benesch 1981:179-180, subrayados nuestros).
Para un lector desentendido, la cita puede pasar desapercibida, pero para los ojos críticos, resulta sospechoso leer que habiendo grupos de labradores sedentarios (o sea, agrícolas), vivieron a un nivel de edad de piedra (junto a cazadores, como aquí se entiende). Llama también la atención que algunos rasgos de cultura material como el juego de pelota, deban tener nexos inseparables con la “alta cultura mexicana”. La importancia de una cultura, se define entonces, a partir de si cuenta o no con una serie de rasgos en donde lo relevante son las construcciones monumentales.
Volviendo a nuestra región de estudio, existe entre la población norteña actual un marcado desinterés por temas de carácter cultural y científico. No obstante, cuando el interés subsiste, son los medios de difusión masiva -televisión, radio y periódicos nacionales- los que se encargan de diluirlo, reduciendo sus contenidos a una información digerible y entretenida, sin mayor compromiso, más que con los patrocinadores.
Es en este contexto –al que se suman las carencias presupuestarias en la investigación- en el que aparecen una serie de estudiosos regionales y locales, en cada uno de los estados norteños, que más que generar conocimiento, reproducen el ya existente, además de difundir diversos prejuicios.
Un rasgo más que caracteriza a varios de estos escritores, es no citar las fuentes de sus argumentaciones, no obstante, constituir la metodología mínima de la investigación documental, a la que sin duda recurren. Esto se explica por la existencia de lugares comunes en la arqueología de la región. Es decir, una cantidad de información comúnmente aceptada que no parece necesitar ajustes.
Dichos intermediarios del conocimiento se convierten asimismo, en fuentes o referencias de "nuevos" estudios, prolongando indefinidamente el círculo vicioso en que lo “interesante” -diríamos lo económico- predomina sobre la producción  arqueológica-histórica.
Y ¿Cuál ha sido es el papel de los arqueólogos en la comprensión del devenir histórico en el Norte de México? ¿Cuál es la imagen que ellos han desarrollado para estas regiones septentrionales?
Veamos un ejemplo:
La cultura de los recolectores-cazadores de la zona del Norte de México marcada en el mapa adjunto ostenta una unidad básica, no sólo en contraste con las culturas circundantes de cultivadores superiores e inferiores, sino también en contraste con las de otros recolectores-cazadores cercanos, como por ejemplo los de la Baja California o los de la Gran Cuenca y Montañas Rocallosas… Sólo en el Sur de Tamaulipas y la subárea Pame se conocía el cultivo, debido a la influencia de Mesoamérica. La existencia pre-europea del cultivo en La Laguna, afirmada por varios autores, queda aún como dudosa (Kirchhoff 1943:133,137).
Que se puede acompañar con la visión de alguien que ha trabajado la región con profundidad:
Como contraste, la región que ahora nos ocupa se ubica, en términos generales, al norte del Trópico de Cáncer, por lo que, en consecuencia, es mucho más árida. De ahí que la agricultura fuera riesgosa o imposible, lo que a su vez limitó la posibilidad del asentamiento en aldeas y pueblos y dificultó grandemente la capacidad para alcanzar la civilización (Braniff 1993:305). 


Mapa presentado por Kirchhoff para la publicación de la Tercera Reunión de la Sociedad Mexicana de Antropología sobre el Norte de México y el Sur de Estados Unidos en 1943.

En realidad son pocos los arqueólogos que se han dedicado a estudiar ampliamente estos territorios, aunque la mayoría coincide con la visión evolucionista propuesta por el promotor del concepto Mesoamérica y con la difusora de La Gran Chichimeca.[1]
La insuficiencia de estudios integrales da como resultado la existencia de historias locales y regionales, por un lado, y modestos estudios arqueológicos por el otro. Sin embargo, ambos comparten en general las mismas conclusiones emanadas de las crónicas de los misioneros franciscanos y jesuitas de los siglos XVI y XVII.
Es notable la ausencia de hipótesis, propias de las teorías sociales  y de explicaciones de los procesos históricos que trasciendan a las fuentes coloniales. Unos y otros estudios comparten un conjunto de términos que se han vuelto comunes para definir a las sociedades originarias de estas regiones: cazadores-recolectores, nómadas, bandas, chichimecas, además de beligerantes, bárbaros y salvajes que se congregan en la noción de sociedades simples.
Analicemos ahora estos conceptos:

Cazadores-Recolectores
El concepto cazador-recolector ha sido utilizado para referirse a todos aquellos grupos primitivos o modernos carentes de agricultura, productores de instrumentos y utensilios de piedra, madera y hueso y con amplia movilidad territorial.
Para la arqueología mexicana los cazadores-recolectores son sociedades simples:
Dicho de otra forma, los recolectores y cazadores nómadas -que dependían esencialmente del medio vegetal y animal- se agrupaban en bandas menores o mayores según las potencialidades de su ambiente; tenían una tecnología sencilla en función de sus necesidades más apremiantes (Piña Chan 1985-b:43).
Esta idea proviene de un modelo teóricamente aceptado, que parece resolver los problemas de evolución cultural y que de paso asigna a la civilización occidental el pináculo del desarrollo evolutivo:
... y así, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo, las sociedades han evolucionado de formas sencillas a formas cada vez más complejas, sin que necesariamente todas ellas hayan progresado igual, o hayan tenido que pasar por una serie sucesiva de formas de desarrollo (Piña Chan 1985-b:50-51).
En los hechos se ha simplificado el desarrollo histórico en nuestro país y son pocos los arqueólogos que se han preocupado por reconocer las posibilidades evolutivas alternas.
No resulta extraño, si tomamos en cuenta que los autores que más han influido en la arqueología nacional utilizan un tipo similar de explicación acerca del desarrollo universal. Gordon Childe, por ejemplo, incluye en su obra los conceptos de hombre primitivo, comunidades primitivas, cazadores y recolectores, asociados a los de bárbaros y salvajes para referirse a las sociedades ancestrales desde un enfoque evolucionista:
Los pueblos salvajes producen el fuego por la chispa que resulta al golpear el pedernal contra un trozo de pirita de hierro o de hematites... De las costumbres de los salvajes contemporáneos, se pueden inferir algunas medidas para la conservación de la caza (Childe 1986:67-68).
Y aunque salvaje significó originario de la selva en alguna época, en el contexto del Colonialismo adquiere una connotación de inferioridad cultural.
Elman Service –otro autor de gran influencia antropológica- aclara el carácter de este tipo de sociedades:
Los cazadores... no son salvajes. Su cultura y sociedad son rudimentarias en algunos aspectos, sobre todo en lo que se refiere a la tecnología y a la complejidad social, pero en otros aspectos su cultura es tan elaborada como la nuestra. En muy importantes aspectos de comportamiento, moralidad, religión, arte, vida familiar, reglas y sentimientos de parentesco y amistad (Service 1984:10).
Aunque describe detalladamente a estos grupos humanos, no los define formalmente.
Es relevante mencionar que los cazadores-recolectores adquieren rango y personalidad cuando sus vestigios son de los más antiguos, generando prestigio a un investigador, una localidad o un país. Así surgen, el Hombre de Pekín, el Hombre de Cro-Magnon y Neanderthal, la Cultura Clovis, y hasta el Hombre de Tepexpan, de la Cuenca de México. Sonaría extraño referirnos al salvaje de Pekín, a los cazadores de Cro-Magnon, a los nómadas Clovis o al incivilizado de Tepexpan.
En la literatura prehistórica, el concepto cazador-recolector no figura en primer término, sin embargo, implícitamente se acepta como un rasgo en la designación de los hombres primitivos. Houghton Brodrick hablaba del hombre de Folsom y del hombre de Tepexpan. También mencionaba a los hombres de Cro-Magnon; a las culturas del paleolítico superior; o a la cultura Cochise que relaciona a una forma de vida de recolectores (Brodrick 1984:210,255,352). En el mismo sentido, Paul Rivet se refería a los indios de América y al hombre prehistórico, sin mayores complicaciones (Rivet 1960:11,41).


Se acepta que fueron cazadores-recolectores los primeros homínidos de hace 500,000 años, como el Homo Erectus, quien ya utilizaba el fuego y fabricaba utensilios de piedra; fueron cazadores-recolectores los pobladores del Paleolítico Superior en Europa; los inmigrantes de Bering; las sociedades Clovis y Folsom de principios del Holoceno en nuestro continente. Fueron también cazadores-recolectores los chichimecas, enemigos de los españoles y son cazadores-recolectores algunos grupos comunales como los pigmeos, los esquimales, los bosquimanos de África del Sur y decenas de aborígenes del Pacífico y de la selva amazónica en la actualidad. 
Surgen entonces las siguientes preguntas: ¿Define dicho concepto a todas las culturas mencionadas? ¿Son de la misma calidad cada una de ellas? También se puede preguntar: ¿Por qué la arqueología mexicana no continuó con la tradición emanada de la Prehistoria? ¿Por qué no se habla del Hombre de la Laguna -por ejemplo- en donde existen evidencias arqueológicas de una ocupación humana de varios miles de años? La respuesta parece provenir de la valorada atención que tiene el Estado por la arqueología monumental mesoamericana, que ha contribuido a fortalecer el discurso nacionalista, además de generar importantes divisas turísticas, aunque mantenga en la opacidad al inventario arqueológico del Norte de nuestro país.

Como lo expresaba Angel Bassols Batalla, autor de gran autoridad en la Geografía Mexicana:

Allá en las montañas de la Baja California y del Nayarit central, en las cuevas de la Comarca Lagunera y en lo alto de la Sierra de Tamaulipas, yacen -casi ignoradas- esas expresiones geográficas de los primigenios habitantes del México antiguo. Cazadores, recolectores, pescadores y agricultores rudimentarios (Bassols 1982:12).
El indiscriminado uso del término ha llevado a arqueólogos y a otros especialistas a no diferenciar entre cazadores-recolectores de inicios del Holoceno -hace unos 12,000 años- y cazadores recolectores al momento del contacto con los españoles. Dicho concepto alude a un periodo tan amplio del desarrollo humano que limita la explicación de las particularidades históricas.
El asunto se complica, si añadimos que los cazadores-recolectores, pueden ser, pescadores y agricultores a la vez. Los grupos humanos han adoptado a través del tiempo diferentes estrategias de apropiación y producción de alimentos, de intensidades diversas, sin abandonar las precedentes. De esta manera, resulta inadecuado oponer sin reservas, cazadores-recolectores a grupos agrícolas, ya que aunque pueden ser opuestos en un momento particular de la historia, en otro pueden llegar a complementarse e incluso diluirse. 

Ya desde el Paleolítico superior, las poblaciones magdalenienses distribuidas en lo que hoy son territorios de Francia, España, Suiza, Bélgica y Alemania cazaban renos, bisontes, mamuts, caballos, aves migradoras y otras especies; recolectaban vegetales y pescaban algunas especies como el salmón (Campbell 1985:138, 140, 142, 146).

El asentamiento prehispánico de Machomoncobe en el sur de Sonora, México; practicaba el cultivo de maíz y dos especies de frijol; la recolección de vegetales y de moluscos marinos; la caza y la pesca entre los años 170 a.C.-1000 d.C (Álvarez 2001:91,94).

La diversidad alimentaria favorece la supervivencia, el crecimiento y el desarrollo social y cultural. La sociedad moderna es el mejor ejemplo de esta diversificación, lo que ha permitido que aquellas actividades de subsistencia  predominantes en el pasado, se combinen en la actualidad.

El término cazador-recolector ha sido asociado con lo simple y lo incipiente. Para cambiar este enfoque, propongo explicar el concepto desde la teoría social marxista y definir su calidad a partir del Modo de Producción. Toma así reconocimiento el hecho de que una definición no significa lo mismo en situaciones históricas distintas y de que la teoría puede realizar las delimitaciones correspondientes.  

En concordancia con lo anterior, se puede plantear que los cazadores-recolectores-pescadores, descritos por la arqueología de la Comarca Lagunera, corresponden cuando menos, a 2 tipos distintos de Formación económico-social:

1) Cazadores-recolectores prehistóricos, como Modo de Producción predominante, Modo de Producción de la comunidad primitiva de cazadores recolectores o Modo de Producción Comunal: se trata de sociedades humanas en que las relaciones de producción debieron ser equitativas; los medios de producción como la tierra y los instrumentos de trabajo habrían sido de propiedad comunal; desarrollaron jerarquías -por experiencia, conocimiento o destreza- pero no clases sociales; implementaron su división del trabajo por sexo y edad; basaban su organización social en lazos de parentesco por consanguinidad y por afinidad y estrategias de movilidad amplia. El producto del trabajo era distribuido de manera proporcional a las necesidades de los miembros del grupo. Se trata de los cazadores-recolectores que dominaron el Norte de México a finales del Pleistoceno y durante el periodo del Holoceno, hace unos 10,000 años, hasta, aproximadamente 1,200 años adne, durante el Formativo Medio en que son desplazados, dominados o influenciados por las sociedades cacicales-tributarias, productoras de alimentos;[2] dejaron evidencia tecnológica en forma de puntas de proyectil e instrumentos de molienda y no necesariamente mantuvieron la continuidad socio-cultural en la región. Al desplegarse una nueva formación social en el continente, los remanentes de la sociedad cazadora recolectora original, serían integrados como contradicción en conflicto permanente con el Modo de Producción predominante.  
2) Cazadores-recolectores arqueológicos, como Modo de Producción subordinado dentro del Modo de Producción Cacical: son reconocibles durante el segundo milenio de nuestra era en sitios como la Cueva de la Candelaria y La Paila; se trata de sociedades integradas regionalmente, tanto con otros cazadores-recolectores, como con sociedades agrícolas, cacicales, estatales,  clasistas y tributarias, que son en este momento predominantes a nivel continental; con quienes intercambiaron rasgos simbólicos, mercancías y se relacionaron conflictivamente.
Un tercer tipo de Formación Social, que integra cazadores-recolectores a su esfera, corresponde a los cazadores-recolectores históricos, como Modo de Producción subordinado dentro del Capitalismo en su fase de acumulación originaria: son las poblaciones resultado del genocidio, desplazamiento y aculturación durante la colonización española, que se extendió al periodo liberal-republicano durante el siglo XIX, en el que los europeos imponen un Modo de Producción ajeno en estas tierras. Aunque estos grupos humanos no parecen mostrar diferencias sustanciales con los cazadores-recolectores arqueológicos, sostienen nuevas relaciones de subordinación con el actor social emergente. No existe registro de su supervivencia en la Comarca Lagunera en donde la población local habría sido sustituida por grupos de población étnica, trasladados desde la región central de México.
Las sociedades cazadoras-recolectoras mantienen sus rasgos distintivos de organización social y movilidad, definen sus particularidades históricas a través de los intercambios en las esferas de la economía y la cultura.
Al distinguir la presencia de sucesivos modos de producción, se pretende ordenar la información disponible, y generar interpretaciones más consistentes sobre el desarrollo histórico de la región. Nos complacerá presenciar el momento en que el cazador-recolector de la Comarca Lagunera transite a convertirse en el Hombre de la Laguna.

Petrograbados en la Comarca Lagunera. Cortesía de Jesús Ramírez. 


Nómadas
Otra idea comúnmente aceptada acerca de la vida en el desierto mexicano, es la que sostiene, que por las condiciones tan hostiles para los seres vivos, los grupos que habitaron este ambiente sólo podrían alcanzar un nivel de vida nomádico, de manera aislada y con escasa población:
El país de los apaches, en sus partes más elevadas, es frío y durante el Invierno tiene épocas de temperaturas muy bajas; pero en los desiertos y en las llanuras, en ciertas épocas del año, cuando el sol abrazador quema desde arriba y las arenas ardientes nos hacen sentirnos dentro de un horno, la vida del hombre parece imposible. La escasa vegetación del país que ofrece al indio una que otra fruta silvestre y algunas raíces comestibles obligaban al indígena de aquellos lugares a moverse frecuentemente de un lugar a otro o a perecer de hambre y de sed (Sandomingo 1953:358).
Quienes sostienen este tipo de argumentos, consciente o inconscientemente navegan por los mares del determinismo ambiental a bordo de la etnografía existente sobre los habitantes del desierto en varias partes del mundo. Sin embargo, estos autores pasan por alto un hecho sumamente importante para entender el modo de vida de estos pueblos: los seres humanos no sólo se adaptan a las condiciones del ambiente, sino que las modifican consciente y constantemente. Los humanos transformamos la Naturaleza, haciéndola más idónea para solventar nuestras necesidades primordiales y mantener condiciones adecuadas de vida. La ruta de esta transformación pasa por el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de propiedad.
El cuadro que nos vende el determinismo ambiental se asemeja más al de las manadas de animales que no pueden hacer algo por cambiar su realidad, más que emigrar en busca de ambientes más propicios para la vida, objetivo que logran aunque sea temporalmente:
Asimismo, y para contradecir las afirmaciones de las cédulas, podemos hacer referencia primero a que en los lugares donde habitaban los nómadas los españoles practicaron la agricultura, es decir, el medio ambiente, quizá efectivamente limita, pero no determina el tipo de vida, ni es un impedimento para ser sedentarios (Ramírez 1999:188).
¿Cómo transforman el ambiente los habitantes del desierto? En primer lugar, construyendo sus campamentos y viviendas en espacios seleccionados: limpiando la zona de grava, cantos rodados y vegetación, delimitando espacios con muros, utilizando madera para producir fuego y para protegerse de los animales, extrayendo materias primas para la elaboración de herramientas de trabajo, objetos de culto y adornos, favoreciendo las especies vegetales que serán explotadas, generando senderos y caminos para comunicarse con los distintos campamentos.

 






 Bosquimanos de Botswana en el Desierto de Kalahari.

Es necesario contar con habitaciones frescas durante el día y cálidas durante la noche. Esto es posible si se cuenta con los materiales adecuados y la técnica precisa de construcción; sabemos por ejemplo, que el adobe mantiene caliente el interior de las viviendas durante las temporadas frías, mientras que lo conserva seco en verano; los asentamientos pueden también mantenerse al pie de las colinas o los cerros, aprovechando al máximo las horas de sombra para las actividades productivas; tanto mejor si se cuenta con abrigos rocosos y cuevas que faciliten la estancia. En los años 1960, Eduardo Noguera registró unas localidades en los límites de los estados de Durango y Chihuahua, que contenían casas semi-subterráneas, con pisos de adobe y techos de jacal, colocadas en hileras con un eje este-oeste y vista al norte (Noguera 1975:201). La existencia de afluentes, ríos o manantiales cerca de los campamentos, resuelve la necesidad prioritaria de contar con el vital líquido en forma directa.
El extremo calor del día también puede atenuarse como lo hacían los apaches, quienes interactuaban en ambientes desérticos y semi-desérticos sin sucumbir por ello:
Algunas familias indígenas acostumbran a cubrirse el cuerpo de barro, formando con él una plasta que desde la cabeza a los pies los protegía contra los rayos solares y a la vez impedía que se desarrollaran los insectos, parásitos de que se veían abrumados (Ramírez 1999:360).
Sobre el punto de los alimentos, se puede decir que en los ambientes desérticos existen especies alimenticias que pueden sostener a una localidad humana. Jaén (1988:249) asienta que en la Comarca Lagunera las poblaciones prehispánicas debieron nutrirse de gusanos, víboras, ratas, ranas, conejos, aves, peces, ciervos, cactus, mezquites, tunas, hierbas y raíces, pues no se han detectado deficiencias nutricionales en los restos físicos de los laguneros (Jaén 1988:249). Alvarado (1999:59-61) identifica 24 especies vegetales que producen ya sea frutos, semillas, raíces, flores o renuevos comestibles y que pueden ser aprovechadas por los grupos humanos. Lo que sabemos es que estos recursos alimenticios no son suficientes durante todo el año. Antes de pensar en migraciones, es factible plantear la producción de alimentos propios, aunque sea en pequeña escala, para el autoconsumo. Si esta alternativa no satisface a algunos autores, aun puede apelarse a los intercambios tribales -tan socorridos en la literatura arqueológica- y que debieron haber contenido una importante dotación de alimentos.
Ambas posibilidades, la “agricultura incipiente” y los intercambios, debieron ser comunes entre los pobladores del Norte, cuando menos durante los últimos dos mil años, en que ambas prácticas se encuentran generalizadas -y por supuesto, documentadas- a lo largo del continente.
La primera imagen, la del grupo de trashumantes consumiendo extensos territorios en busca de alimentos, es impensable en el contexto de la Revolución urbano-agrícola y de los Estados despótico-militares, que se disputaban territorios y cuya influencia debía percibirse aún a miles de kilómetros de sus principales metrópolis.
Los supuestos nómadas eran guerreros -y de eso no parece haber duda- que combatían entre sí -mucho antes de la llegada de los españoles-, seguramente no sólo por alimentos, sino por afrentas como el robo de alimentos o de mujeres, por invasión de territorios y aún por una tradición ancestral u odio mutuo ventilado a través de generaciones.
Cualquier grupo que decidiera explorar nuevos territorios tendría que sortear los posibles enfrentamientos con la infinidad de tribus asentadas en las distintas regiones del Continente.
Un modelo más convincente es aquel en el que los miembros de una comunidad se desplazan dentro de un territorio reconocido con la finalidad de aprovechar racionalmente los recursos alimenticios y las materias primas existentes. Así, se establecen campamentos que podrán ser reutilizados cíclicamente:
... andan por los montes, viviendo dos días aquí y cuatro aculla; más no por esto se ha de entender salen del termino y territorio que tienen señalado con otra ranchería, si no es con su consentimiento y permiso, en cada rancho o bajío... (León 1961(1649):18, citado en González Arratia 1990:6).
Se trata de una estrategia estacional que algunos autores han denominado macrobanda-microbanda (Cassiano 1991:21) o semi-nomadismo. La investigadora Leticia González parece haber encontrado este tipo de asentamientos en sus recorridos de campo por el Bolsón de Mapimí, que abarca porciones de los estados de Chihuahua, Coahuila y Durango. Sostiene la arqueóloga la posibilidad de que algunos artefactos hallados fueran reutilizados al volver los grupos de otros campamentos. Este tipo de movilidad pudo haber sido utilizada por los productores de cuevas mortuorias en la región de la Laguna.
Alvarado (1999:51) también registra este patrón de asentamiento en Baja California, plantea que un solo grupo indígena hacía uso de toda la cuenca del arroyo San José de Gracia, que abarca la zona cercana de la Sierra de Guadalupe, la llanura y la costa, hasta su desembocadura en el Océano Pacífico.
Conviene entonces dejar claro que el nómada no regresa a su lugar de origen; el concepto se aplica a la familia o pueblo que anda vagando sin domicilio fijo (Diccionario Enciclopédico Hachette Castell 1981:1529), o como lo definiría el maestro Piña Chan:
nomadismo es el cambiar de lugar frecuentemente, propio de grupos no civilizados o de bajo nivel cultural, en tanto que sedentarismo es lo contrario (Piña Chan 1985-b:52).
Esta designación no coincide con el modo de vida de los pobladores prehispánicos de La Comarca Lagunera, de otras zonas del Norte de México y quizá ni siquiera de sociedades más primitivas, ya que como podemos sostener, los seres humanos no acarreamos la fatalidad de conformarnos con nuestras condiciones de existencia, a no ser que existan limitantes ideológicas, asociadas a la explotación, la opresión y el dominio cultural entre clases y grupos étnicos.
Un etnohistoriador de gran prestigio, Wigberto Jiménez Moreno, entendía el Norte de México, como el Área de los Nómadas, aunque él mismo reconoce que en ella también habitaban algunos pueblos sedentarios:
Sabemos que entre los zacatecos no todos eran nómadas, sino que existía un grupo que era vecino de los tepehuanes, el cual practicaba la agricultura. A la inversa, parece que tanto entre los tepehuanes como entre los tarahumares –que en su mayor parte eran agricultores-, existían pequeños grupos de cazadores. En la región de La Laguna había pueblos sedentarios, pero allí parece haberse operado una serie de cambios culturales que no es posible todavía fechar con precisión, porque no sabemos si todos ellos fueron debidos a la influencia de las misiones jesuíticas, o si algunos fueron anteriores a ellas (Jiménez Moreno 1943-b:121,130).
Para los cazadores-recolectores históricos como los irritilas o laguneros, la defensa del territorio debió constituir un mecanismo de cohesión social y supervivencia.
De esta manera, resulta pertinente sugerir un concepto que sustituya al nómada tradicional y se apegue más a la realidad de la arqueología del Norte de México. Pienso que éste es el de sociedades estacionales, insertas en un proceso cíclico a lo largo del año, que como ya explicamos, son grupos de amplia movilidad con asentamientos temporales o campamentos, delimitados a un territorio conocido. Este modo de vida, genera el reconocimiento territorial entre grupos de filiación étnica distinta, siendo una práctica social extendida, que debió volverse predominante  por la repetición constante de los ciclos productivos. El abandono de la búsqueda de nuevos territorios y el reconocimiento a la territorialidad entre las sociedades originarias se debe a la aplicación de trabajo sobre el medio natural, permitiendo incrementar las fuerzas productivas, extender la división del trabajo, arribando paulatinamente a la noción de propiedad, que para este momento de desarrollo histórico, es indudablemente comunitaria.

Bandas
Hablar de bandas no difiere mucho de los anteriores conceptos, sólo que ahora, el término se refiere a grupos humanos con población limitada, de ahí, su referencia a sociedades simples. La antropología neoevolutiva es la que ha definido el parámetro:
La sociedad de bandas es una sociedad basada en el parentesco, es decir, una sociedad familiar... vemos que la banda primitiva es de treinta a sesenta personas más numerosa que la familia de la América urbana (Service 1984:34).
Pero parece que al final de la era prehispánica los territorios del Norte contaban con amplias poblaciones. Manuel Orozco y Berra publica en 1864 un libro sobre la geografía de las lenguas de México, en el que dedica un capítulo al Estado de Coahuila, señalando el nombre de 148 grupos indígenas, de donde se desprende que existieron tres familias lingüisticas, representadas por 1) guachichil o cuachichil y el toboso, ambos de la familia yutoazteca; 2) el cuahuilteca, de la familia coahuileña y 3) el lagunero, sin clasificar (Moctezuma 1988:256).
También Ángel Santos en su historia sobre los Jesuitas en América, reconstruye la Misión de Parras de 1598:
Al suroeste del actual estado de Coahuila. Unos 12.000 indios, laguneros y coahuilas... Comprendía esta misión también el territorio de la Laguna. En 1594 lo visitaba por primera vez el padre Jerónimo Ramírez, desde Durango. Indios totalmente salvajes, sin pueblos, sin agricultura... El total de Parras y Laguneros podría ser de unos 12.000, sin entrar en la cuenta los desperdigados por los montes (Santos 1992:208).
Es difícil pensar en el establecimiento de una Misión sin una población importante en la zona. Parras es actualmente un municipio coahuilense colindante con la Comarca Lagunera, aunque en el siglo XVI, era parte del complejo territorial dominado por los irritilas. Ellos debieron constituir la fuerza de trabajo que garantizaría la realización de las labores cotidianas de los nuevos asentamientos. Aunque la historia oficial asegura que Parras se fundó con tlaxcaltecas:
En 1591, 80 familias tlaxcaltecas aceptaron viajar mil kilómetros hasta Saltillo, desde un pueblo de Tlaxcala llamado Tizatlán. Para convencerlos, el virrey llegó a un acuerdo con su gobernador, don Buenaventura de Paz, y les ofreció una serie de privilegios, de los cuales disfrutarían de por vida y además podrían heredarlos. Entre otras cosas, tenían permiso de montar a caballo ensillado, privilegio del que sólo gozaban los españoles… En sus huertas, los tlaxcaltecas cultivaban árboles de membrillo, nogal y perón. Con los frutos elaboraban dulces y conservas que también vendían en los poblados cercanos. La población española también creció mucho en la época colonial. A diferencia de los tlaxcaltecas que se dedicaron sobre todo a la siembra y a la artesanía, los españoles se especializaron en la cría de ganado: criaron caballos, mulas, ovejas, reses y cabras (Valdés 2000:89-91).
¿Qué pasó entonces con los laguneros? ¿Los exterminaron a todos? ¿O es que al haber sólo grupos locales pequeños, los tlaxcaltecas introdujeron los cultivos a la región, y a la vez, edificaron nuevas poblaciones? Los yacimientos de oro y plata[3] seguramente atrajeron a los españoles, quienes exterminarían y desplazarían a la población lagunera, y una vez controlada la zona, una parte de la fuerza de trabajo local pudo haber participado -junto con los tlaxcaltecas y otros grupos étnicos- en la edificación de las misiones y los nuevos  asentamientos coloniales.
Las cifras pueden ser imprecisas, pero nos sugieren poblaciones del tipo de tribus y no bandas. La imagen del desierto parece contrastar esta idea. Sin embargo, mientras exista la posibilidad de obtener alimentos; se pueda contar con materias primas, rutas de comunicación y fuentes de agua con cierta peridiocidad como ríos, arroyos y manantiales, existen condiciones para el desarrollo de las poblaciones humanas.
La Comarca Lagunera, ubicada en la Altiplanicie Mexicana, corresponde a un ambiente semiárido[4] que en épocas prehispánicas se encontraba favorecida por corrientes permanentes de aguas superficiales; constituía una serie de cuencas de tipo endorreico, que generaban tres corrientes fluviales importantes: el Río Nazas, el Río Aguanaval y el Río de Parras, los cuales desembocaban en un cuerpo de agua, que al fraccionarse posteriormente, daba forma a varias lagunas como la de Mayrán, la de Viesca y la de Tlahualilo, hoy completamente secas. Este ambiente favoreció la proliferación de especies vegetales y animales, así como el establecimiento de rutas de comunicación siguiendo los cauces de los ríos, llegando a ser una zona más propicia para los asentamientos, que los bolsones del desierto de Chihuahua, hacia el norte, en donde, por cierto, también hubo desarrollo importante de poblaciones. 


En nuestros días subsiste en la literatura y en la industria del cine, una imagen de banda más cercana al de los guerreros atapascanos o apaches,[5] no obstante, que estas comunidades -con estrategias de subsistencia estacional- contaban con más de 200 miembros, aunque lo que veían los colonos eran grupos de 4 a 30 guerreros bastante beligerantes. Se sabe que hacia el final de la guerra, en el año 1879, el jefe indio Victorio contaba con una fuerza estimada de 200 guerreros, y que más de 100 personas –entre guerreros, mujeres y niños- siguieron a Gerónimo y otros jefes en su última correría (Pesqueira 1984:254,256). Dichos pueblos, con una organización social modificada en el curso de la guerra, constituyen el epílogo de una obra que se intenta recuperar.

Chichimecas
Quizá el término más utilizado en la literatura arqueológica para distinguir a los pobladores originarios del Norte sea el de chichimeca. No obstante, la gran ambigüedad que presenta en las Crónicas del siglo XVI.
Jiménez Moreno, experto en el estudio de las fuentes coloniales, aseguraba que el vocablo chichimeca significa “linaje de perros”, por lo que podía compararse con otros nombres tribales como el de los “cazcanes” que quizá equivaldría a “coyotes” (Jiménez Moreno 1943-a:18).
Podemos recordar que para el mundo prehispánico la asociación con animales era parte de su tradición cosmogónica, el animal sagrado remitía a los orígenes míticos de la tribu, en contraposición a la tradición occidental, que los ubica como seres inferiores de la creación, constituyendo objetos de explotación e incluso de extinción.
En esta misma lógica habría sociedades incivilizadas, las que se encontraban fuera del Cristianismo:
Llamáronse tierras de chichimecas porque por allí suelen habitar ahora los chichimecas, que son unas gentes bárbaras que se sustentan de la caza que toman, y no pueblan; y aunque los mexicanos se dicen chichimecas, empero propiamente se dicen atlacachichimeca, que quiere decir pescadores que vinieron de lejanas tierras (Sahagún 1989:614).
Observamos entonces que el término contiene otra vertiente. Los mexicas eran también chichimecas, por lo que debían tener aspectos en común con las tribus del Norte, quienes fueron también sus rivales.
Es otra vez Fray Bernardino quien describe las clases de chichimecas de que tuvo conocimiento:
Los que se nombran chichimecas eran de tres géneros: los unos eran los otomíes, y los segundos eran los que se llamaban tamime, y los terceros son los que se dicen teochichimecas y por otro nombre zacachichimecas. Este vocablo que dicen tamime quiere decir tirador de arco y flechas… y aunque por la mayor parte vivían en cuevas y peñascos, algunos de ellos hacían chozas o casillas de paja…Los que se llamaban teochichimecas que quiere decir del todo bárbaros, que por otro nombre se decían zacachichimecas, que quiere decir hombres silvestres, eran los que habitaban lejos y apartados del pueblo por campos, cabañas, montes y cuevas, y no tenían casas ciertas sino que de unas partes en otras andaban vagueando, y donde les anochecía, si había cueva se quedaban allí a dormir (Sahagún 1989:598-599).
La descripción anterior se ajusta casi perfectamente a la imagen clásica de los cazadores-recolectores de “escasa cultura” o como grupos dispersos, y digo casi por que en la misma crónica aparecen también indicios de una situación diferente: la existencia de sociedades plenamente consolidadas o, en palabras del evolucionismo: de culturas de “nivel superior” o “más desarrolladas”.
Por ejemplo, de los tamime también nos dice que “fueron algo republicanos” (Sahagún 1989:599); de los teochichimecas, “que eran oficiales de pluma y hacían obras de pluma pulidas”, que “vivían mucho y andaban sanos y recios; por maravilla moría uno, y el que moría, moría ya tan viejo y cano que de viejo moría” (Sahagún 1989:600) esto sin mencionar la producción de alimentos, que resulta asombroso no concebir, en una época en la que predominaban los cultivos a nivel continental.
De los mismos otomíes -quienes tenían la peor imagen- Sahagún escribió: “… y no carecían de policía, vivían en poblado y tenían su república”, aunque en ellos sí se vislumbran los beneficios agrícolas:
Su comida y mantenimiento era el maíz y frijoles, y ají, sal y tomates; usaban también por comida tamales colorados que llaman xocotamales y frijoles cocidos, y comían perritos, conejos, venados y topos (Sahagún 1989:603).
Lo que empezamos a reconocer es que el término chichimeca no era exclusivo de los cazadores-recolectores.
La siguiente cita en la que Sahagún se encuentra hablando de los teochichimecas nos ofrece más pistas al respecto:
De estos chichimecas unos había que se decían nahuachichimecas, llamándose de nahuas y de chichimecas, porque hablaban algo de la lengua de los nahuas, o mexicanos, y la suya propia chichimeca. Otros había que se decían otonchichimecas, los cuales tenían este nombre de otomíes y chichimecas, porque hablaban la lengua suya y la otomí. Otros había que se llamaban cuextecachichimecas, porque hablaban la lengua chichimeca y cuaxteca. Todos los cuales vivían en policía y tenían sus repúblicas, señores, caciques y principales, poblados con sus casas, abundantes en el victo y vestido, cuyo oficio era también traer y usar flechas y arcos (Sahagún 1989:601).
Reconocemos entonces que lo chichimeca abarcaba un amplio abanico de culturas, tanto agrícolas como de cazadores-recolectores. De esta manera, en su concepción original no denotaba una connotación negativa. El concepto chichimeca parece más bien aludir a una familia lingüística o a un origen común.

Dos destacadas investigadoras del Norte de México, Marie-Areti Hers y Beatriz Braniff definen lo chichimeca como norteño, es decir, todo lo que quedaba al norte de la frontera señalada por Kirchhoff para el siglo XVI; una línea que recorre los ríos Pánuco-Moctezuma, Santiago y Sinaloa (Braniff y Hers 1998:56).
La diferencia que tienen con el promotor del concepto Mesoamérica radica en que mientras que para Kirchhoff el Norte de México -más allá de la frontera mesoamericana- eran tan sólo tribus de cultura inferior - recolectores y cazadores-, para las investigadoras, ese mismo “Norte” representa una amplia variabilidad cultural:
De acuerdo con la información histórica recopilada por Di Peso (1974: 49-52), la Gran Chichimeca incluye grupos en el extremo noroeste, tanto históricos como prehistóricos: los chichimeca ootam, hopi, zuñi y pueblo –que son grupos sedentarios, algunos de nivel urbano como Paquimé, Chihuahua-; así como recolectores-cazadores –los chichimeca seri, apache, suma, entre muchos otros- y también aquellos que conociendo bien la agricultura, ante ciertas circunstancias debieron vivir básicamente como recolectores; así como recolectores que aprendieron a cultivar en una sola generación (Braniff, 1977; Braniff y Hers 1998:56).
Bajo dicho esquema -por encontrarse dentro del territorio mesoamericano- podríamos definir a los chichimecas mencionados por Sahagún (otomíes, tamimes, y teochichimecas) como cultivadores superiores, aunque la información del cronista sugiera otra cosa. Lo que entonces habría que preguntarse es ¿por qué si en el Norte se ha empezado a reconocer una amplia variabilidad cultural, en el Centro y Sur se tiene que seguir pensando en culturas homogéneas?[6]
La respuesta parece venir de otra fuente histórica: La Historia Tolteca-Chichimeca, la cual se integra de:
veinticinco preciosas láminas, restos de un códice pictográfico; y el comentario a este códice, escrito por un indígena del pueblo de Quauhtinchán en el Estado de Puebla, en idioma náhuatl, idioma que ese indio de nombre desconocido había aprendido a escribir en alfabeto europeo, como fruto de la primera campaña de alfabetización en México que emprendieron los misioneros del siglo XVI (Kirchhoff 1947:191).
Esta fuente, que ubica el primer acontecimiento de su narración a principios del siglo XII y que cubre un periodo de 430 años, relata la historia de nueve tribus “chichimecas”, las cuales salieron de unos lugares llamados Colhuacatépec y Chicomóztoc, quizá al noroeste de la actual Tula, Hidalgo, dirigiéndose a los actuales estados de Puebla y Tlaxcala en donde lucharon con los olmeca-xicalanca por el control regional:
Las nueve tribus se dividen en dos grupos de nivel cultural marcadamente distinto: los nonoualca-chichimeca y tolteca-chichimeca por una parte, y por otra las siete tribus restantes que formaban un grupo más o menos homogéneo, probablemente de origen e idioma comunes. Mientras las primeras dos, ya al momento en que aparecen en las páginas de nuestro códice, han alcanzado un nivel cultural bastante alto, más o menos comparable a aquel de los olmeca-xicalanca; las restantes siete tribus tenían originalmente una cultura muy rudimentaria basada en la caza y la recolección, y sólo bajo la tutela de los tolteca-chichimeca aprendieron el uso y cultivo del maíz que antes desconocían por completo (veánse los párrafos 210-213), la confección de vasijas de barro y su uso en la preparación de comidas (Berlin, Rendon y Kirchhoff 1947:XXV).
Los párrafos anteriores –escritos por Kirchhoff- apoyan la idea de un origen común “chichimeca”, unidad que se fue diluyendo por las disputas continuas a través del tiempo, hasta arribar a las alianzas regionales del Posclásico tardío.
Los párrafos siguientes llevan al citado autor a concluir que fueron los tolteca los que enseñaron el arte de los cultivos a los demás chichimecas:
210. Ahora el intérprete, el Couatzin, dijo a Icxicóuatl y Quetzalteuéyac: ‘Así dice tu padre, tu señor: << Está bien. ¿Ea, que cosa deben pedir los chichimecas? ¿Qué cosa deben exigir? >>”
211. Hablaron después Icxicóuatl y Quetzalteuéyac, diciendo a Couatzin: “Esta bien, mi gran príncipe. Que exijan, que pidan los chichimecas.” Después sacaron maíz de su morral, lo desgranaron a la entrada de la cueva y cantaron de esta manera:
212. Aquí está el canto de los señores chichimecas:
El llega, él come. El llega, él come. Oh, que viniera a comer; llega, come. Oh, que el Otomí, el Otomí comiera.
213. Luego Icxicóuatl se levantó y dio de comer mucho maíz a cada uno de los chichimecas, al Aquiyáuatl, Teuhctlecozauhqui, Tecpatzin, Tzontecómatl y Moquíuix. Gastó todo y entonces los chichimecas hablaron desvariadamente (Berlin, Rendon y Kirchhoff 1947:93).

La interpretación de Kirchhoff es una visión difusionista acorde a su modelo meosamericano, en donde las “altas culturas” irradiaron el desarrollo a las culturas de cazadores-recolectores.
Lo que parece factible es que todas estas sociedades conocieran la agricultura desde épocas anteriores al auge mexica, combinándola a la caza y la recolección e intercambiando alimentos y otros excedentes, abatiendo así las necesidades de alimento en las regiones áridas, en donde las poblaciones debieron ser más compactas pero con mayor movilidad.
Esta idea acabaría con otro de los esquemas “clásicos” de la arqueología mesoamericana: la de los grupos migrantes que terminan transformándose en una gran civilización:
De esa confusión[7] ha nacido la idea ingenua, aún vigente en nuestros días, de que esos migrantes norteños, antepasados de los pueblos que dominaban gran parte de la Mesoamérica nuclear en el siglo XVI, de los toltecas a los mexicas, pasando por los purépechas y muchos otros pueblos más, habían sido otrora cazadores-recolectores y que en el lapso de una o dos generaciones se habían transformado milagrosamente en pueblos plenamente urbanizados (Hers, Mirafuentes, Soto y Vallebueno 1999:42).
En suma, los cazadores-recolectores debieron estar más hacia el Norte, más allá del río Lerma, aunque seguramente ya no eran chichimecas.

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NOTAS

[1] Utiliza el concepto en el sentido de diversidad cultural. Es decir, de un espacio multicultural no homogéneo.
[2] En este periodo los cazadores-recolectores debieron ser tribalizados como los concibe  Flores (2006:35-36): “…partimos del supuesto que la tribalización es un proceso antecedente a la aparición de la producción de alimentos como un patrón de subsistencia generalizado. Pues dicho proceso trajo consigo el impulso de nuevas estrategias y modos de trabajo que incidieron sobre el desarrollo del proceso productivo y en la transformación del tipo de relación que tenían con la naturaleza las antiguas bandas de cazadores recolectores pre-tribales, entre las que la domesticación de las plantas (y, posteriormente, de animales) sólo fue otra más de las estrategias utilizadas por algunos de los nuevos pueblos tribales… la constitución de cazadores recolectores como grupos tribales fue fundamental para sentar las bases de lo que posteriormente sería la consolidación de los grupos productores de alimentos”.
[3] Existen yacimientos de oro, plata, fierro y mercurio en los municipios de Cuencamé y Mapimí, en la parte duranguense de la Comarca Lagunera.
[4] También se considera parte del extenso Desierto de Chihuahua.
[5] Quienes resistieron hasta finales del siglo XIX, con una estrategia de guerra de guerrillas a los colonos mexicanos y norteamericanos, a quienes hostigaban permanentemente buscando desalentarlos de ocupar sus territorios ancestrales.
[6] Aunque éstas sean grandiosas.
[7] Las autoras están hablando de que el término chichimeca llegó a denominar a todo tipo de pobladores del Norte.



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