José Luis Izquieta
Etulain*
Francisco Javier Gómez
González
Universidad de
Valladolid
Departamento de
Sociología y Trabajo Social
José Luis Izquieta Etulain
Profesor de Sociología y Antropología del Departamento de Sociología y
Trabajo Social de la Universidad de Valladolid. Ha realizado trabajo de campo
en la Amazonía peruana (Bajo Urubamba) y en las comunidades beduinas del río
Zarka (Jordania). Ha impartido clases en la Escuela Nacional de Antropología e
Historia (México D.F.). Coordina el Grupo de Investigación Reconocido de
Ciencias Sociales Aplicadas de la Universidad de Valladolid. De entre sus
publicaciones pueden destacarse: Los
métodos en la antropología (1983); Mito
e Historia en el Alto Ucayali (1984); Materialismo,
culturas y modos de producción (1990); La
Antropología Social en España. Fundamentos, constantes y retos actuales (1991);
Voluntariado y Tercer Sector. Cultura,
participación cívica y organizaciones solidarias (2011)
Fco. Javier Gómez González
Profesor del Departamento de Sociología y Trabajo Social de la
Universidad de Valladolid. Ha realizado su trayectoria investigadora en el
campo de la sociología de la educación y la sociología de las organizaciones.
De entre sus publicaciones cabe destacar: Apropiación
Social de la Ciencia (2008)
y Voces escondidas (2009)
Resumen:
El análisis marxista tuvo en la década de los años setenta y ochenta del
siglo pasado un amplio reconocimiento dentro de la antropología social. En la
actualidad, a pesar de los cambios experimentados por esta disciplina y de la
crisis del marxismo, un grupo significativo de antropólogos siguen afirmando su
vigencia y legitimidad. El presente trabajo trata de explicar las condiciones
en las que se produjo el reconocimiento y la afirmación de la teoría marxista
en la antropología social; expone los rasgos que caracterizan y distinguen a
esta teoría del resto; trata de precisar las razones por las que sigue vigente
y explica el modo en que debe asumirse y seguirse en la actualidad.
Palabras clave:
Marx, antropología marxista, modo de producción, sociedades
precapitalistas, capitalismo
Abstract:
The Marxist analysis had
a great acknowledgment into the sphere of the social Anthropology, during the
seventies and the eighties of the last century. Nowadays despite of the changes
that have been underwent in this discipline and the crisis of the marxism, a very
important number of anthropologists keep on supporting its validity and
legitimacy. The project that we have developed tries to explain the context in
which the revival of this theory takes place; to show the characteristics that
make this theory different to others; to specify the reasons which make that
this theory is still valid and explains the way in which it must be assumed and
followed today.
Keywords:
Marx, marxist
anthropology, mode of production, precapitalist societies, capitalism
“No podemos prever las soluciones de los problemas a los que
se enfrenta el mundo en el siglo XXI, pero para que haya alguna posibilidad de
éxito deben plantearse las preguntas de Marx… Aunque no se quieran aceptar las
diferentes respuestas de sus disciplinas, hoy en día Marx es, otra vez, y más
que nunca, un pensador para el siglo XXI” (Hobsbawn, 2011:15).
El desarrollo de la teoría antropológica en las últimas décadas confirma
la expansión de nuevas corrientes en las que se aprecia el predominio de
orientaciones centradas en la dimensión simbólica, preocupadas por la
cultura, reacias a considerar las partes
“duras” de la sociedad y alejadas, consiguientemente del pensamiento de Marx
(Reynoso, 2008). Este giro no se ha producido, sin embargo, por igual en todos los
lugares ni ha sido asumido unánimemente. Existen, todavía, antropólogos y
centros de estudio que no han renunciado a la teoría de Marx y siguen
planteando el análisis de las sociedades a partir de sus propuestas. Las
evidencias de esa continuidad son diversas. Una muestra reciente pudimos
constatarla en el reciente Coloquio Internacional sobre Marxismo y Antropología,
celebrado en la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México (ENAH),
uno de los centros de enseñanza e investigación antropológica más prestigiosos
de América Latina.
Dicho Coloquio congregó a un grupo de estudiosos de diferentes lugares
con el objetivo de debatir y valorar la vigencia de la perspectiva marxista en
la Antropología social. Nuestra participación en este evento nos permitió
constatar su vitalidad y nos sirvió para exponer y contrastar las constantes y
los rasgos que han definido su trayectoria en las últimas décadas. Las
cuestiones en las que fijamos nuestra exposición fueron las siguientes:
¿Cuándo, cómo y por qué se reconocen y aceptan la teoría y el método marxista
en la Antropología? ¿Cuáles son los rasgos y las constantes propias y
representativas de esta perspectiva? ¿Cuál ha sido su itinerario en las dos
últimas décadas? ¿Sigue teniendo validez esta teoría para entender y explicar
los procesos que acontecen y en los que se hallan implicadas hoy las
sociedades? ¿Cómo debe asumirse y seguirse en la actual coyuntura económica y
política?
El presente trabajo recoge nuestra respuesta a estas cuestiones. La
exposición que realizamos se estructura en cinco apartados. Delimitaremos, en
primer lugar, el contexto y las condiciones en las que emergen y se afirman, en
el siglo pasado, la teoría y el método marxista dentro de la Antropología.
Resumiremos y expondremos, en segundo, lugar sus rasgos y sus aportaciones más
relevantes. En tercer lugar, nos referiremos a las causas y a las razones por
las que durante los últimos años ha sido desplazada u olvidada por los
antropólogos. En cuarto lugar, precisaremos los motivos por los que
consideramos que tanto la teoría como el método marxista siguen teniendo
validez para entender y explicar la situación en la que hoy se hallan las
sociedades. Finalmente, matizaremos y delimitaremos el modo en que deben
asumirse y seguirse en la actualidad.
1. Reconocimiento
y afirmación del marxismo en la Antropología.
Pocos antropólogos ignoran o cuestionan actualmente la preocupación de
Marx por las sociedades precapitalistas, su conocimiento de la obra de los
pioneros de la Antropología (Morgan, Maine, Maurer...) y su reflexión sobre
cuestiones etnológicas. No es tampoco desconocida la aportación realizada por
numerosos antropólogos, que desde mediados del siglo pasado, han estudiado y se
han ocupado del estudio de distintas sociedades a partir de las categorías y de
las pautas teóricas y metodológicas propuestas por Marx. Tanto el
reconocimiento de la obra etnológica de Marx como el reconocimiento dentro de
esta disciplina de su teoría han sido, no obstante, recientes. Hasta no hace
mucho tiempo (mediados del siglo pasado) los seguidores de Marx y los propios
antropólogos daban por hecho que Marx no se había interesado por las sociedades
precapitalistas y asumían también que su teoría no había aportado nada novedoso
u original a la Antropología. Los historiadores de la Antropología y del
marxismo confirman y corroboran el silencio y la ignorancia de los antropólogos
de las propuestas de Marx y el olvido de sus seguidores de su interés por los
estudios de los primeros antropólogos hasta bien entrado el siglo XX (Harris,
1978). Distintos acontecimientos contribuyeron, sin embargo, a la recuperación
de su obra y a la revalorización de su pensamiento. Sus seguidores aceptaron
que el conocimiento de las sociedades en las que fijaban su atención los
antropólogos entraba dentro de la jurisdicción del materialismo histórico, es
decir, de la ciencia de las formaciones sociales que Marx elaboró. Los
antropólogos reconocieron, a su vez, el valor y la legitimidad de su teoría en
la Antropología (Izquieta, 1983; Izquieta, 1990; Hobswaun, 2011).
A partir de los años sesenta del siglo pasado numerosos antropólogos se
plantean el proyecto práctico de analizar y de estudiar las sociedades
siguiendo los conceptos y las orientaciones desarrolladas por Marx; reconocen
no sólo el valor de su pensamiento, sino, lo que es más importante para la
Antropología, afrontan el estudio de las sociedades desde sus premisas teóricas
y acometen y se plantean una revisión y una reformulación de sus hipótesis, de
sus conceptos, y de su método.
Los años que transcurren desde 1970 hasta 1990 reflejan la consolidación
de la Antropología marxista. Un grupo amplio de antropólogos confrontan los
planteamientos marxistas con las posiciones teóricas de la Antropología y
publican numerosas monografías que demuestran la vigencia y la utilidad de la
teoría de Marx. Dentro de las universidades se organizan congresos y seminarios
en los que se debate la obra y el pensamiento de Marx y se analiza su
proyección en la Antropología. El éxito y la afirmación de su pensamiento se
generalizan en la mayor parte de los países. En Gran Bretaña, la Asociación de
Antropólogos sociales del Reino Unido, convocó en 1973, por primera vez en su
historia, un simposio sobre Antropología y marxismo. En los Estados Unidos Stanley
Diamond funda la revista “Dialectical
Antropology” en la que aparecen publicados numerosos trabajos centrados
sobre esta temática. Marvin Harris, reivindica y resalta la importancia de Marx
en la historia de la disciplina y se adhiere a sus postulados (Harris, 1982).
En Francia, la revista L’Homme publica distintos trabajos de antropólogos
que se reconocen marxistas. Sus textos suscitan el debate y la controversia. J.
Baudrillard y P. Clastres disienten y cuestionan sus propuestas y plantean una
amplia discusión sobre el alcance de sus trabajos (Baudrillard, 1980; Clastres,
1981). En América Latina, se vuelve igualmente la mirada al pensamiento de
Marx. En México, por ejemplo, tras los acontecimientos del movimiento - popular
estudiantil de 1968, la Antropología cultural es arrojada del currículum de la
ENAH, la más importante institución formadora de antropólogos profesionales del
país, y en su lugar se instala, tal como recuerda Andrés Medina: “una enorme
gama de tendencias izquierdistas que buscaban primeramente instruir en el
marxismo” (Medina, 1982: 9). Estas tendencias -nutridas por los debates entorno
a la categoría de colonialismo interno desarrollada
por Pablo González Casanova (González Casanova, 1963), por las propuestas de
Rodolfo Stavenhagen (Stavenhagen, 1963), acerca de la relación clase-etnia, y
por las discusiones sobre el compromiso social de los antropólogos- fueron el
sustrato de unos planteamientos en los que el pensamiento y la obra de Marx se
convirtieron en el referente para un grupo amplio de antropólogos mexicanos.
Este reconocimiento sitúa, durante esos años, al pensamiento de Marx en
el centro del debate antropológico. La teoría marxista se pone de moda en el
seno de la disciplina. Los estudios que realizan numerosos antropólogos que se
identifican como marxistas amplían el horizonte de la propia teoría marxista;
aportan además una nueva visión del objeto de estudio de la Antropología;
enriquecen sus distintas especialidades (Antropología económica, Antropología
política, Antropología simbólica) y refuerzan su reconocimiento académico como
ciencia.
- Identidad y singularidad de la nueva
Antropología marxista.
La afirmación de esta perspectiva dentro de la Antropología implica y
supone el reconocimiento de una propuesta en la que se aprecian toda una serie
de rasgos propios y diferenciados. La nueva Antropología marxista se distancia
de las otras teorías no sólo por la consideración del objeto de estudio, sino
también y, principalmente, por la introducción de unos marcos de análisis y de
comprensión distintos a los que siguen y proponen el resto de teorías. ¿Cuáles
han sido sus señas de identidad? ¿Qué diferencia a la Antropología marxista de
las demás escuelas o corrientes de pensamiento antropológico?
La aportación que realizan los antropólogos marxistas durante esos años
se caracteriza y distingue por su conexión con la obra de los fundadores del
marxismo, pero también por la renovación y la reformulación de sus propuestas
teóricas y metodológicas. Los antropólogos marxistas introducen una nueva
mirada, un modo singular de aproximarse a la comprensión y a la explicación de
la configuración y de la dinámica de las sociedades. No coinciden en sus
apreciaciones, ni en sus planteamientos, pero existen algunas constantes que
les aproximan. Mencionamos y enumeramos las más representativas:
1. La propuesta de los antropólogos marxistas, se caracteriza, en primer
lugar, por defender y afirmar el carácter científico de la Antropología. Para
los nuevos antropólogos marxistas la Antropología es una ciencia cuyo cometido
consiste en desvelar los hilos que configuran y definen las estructuras, el
funcionamiento de las sociedades. Su misión es descubrir y mostrar las
instancias que les dan forma, los procesos, tensiones y dinámicas en las que se
hallan inmersas. Estos antropólogos asumen que Marx construyó una teoría de la
sociedad y planteó su discurso como un discurso científico. La tradición
marxista ha sido configurada, al igual que otras teorías, por distintas
corrientes y por diferentes interpretaciones de la obra y del pensamiento de
Marx. Por una parte, el marxismo “crítico” o hegeliano, destaca la continuidad
entre Marx y Hegel y entiende el marxismo como crítica antes que como ciencia.
Esta corriente adopta una visión más historicista y humanista de los textos
(Lukács; Gramsci, Marcuse, Fromm…). Por otro lado, los marxistas “científicos”,
que ponen el acento en que el marxismo es una ciencia. Aquí pueden
diferenciarse también dos corrientes: la determinista y positivista (Kautsky,
Plekhanov), y la de los escritores modernos (Althusser, Poulantzas) seguida en
los años setenta del siglo pasado por algunos antropólogos marxistas (Terray,
Godelier). El debate y los entresijos de estas tradiciones han sido ampliamente
analizados y valorados (Gouldner, 1983; Llobera, 1980). Más allá de las
diferencias y discrepancias dentro de la Antropología se impone una corriente
caracterizada por su pretensión de superar el empirismo y el positivismo
dominantes en el funcionalismo y en el marxismo determinista.
2. La afirmación de que la Antropología es una ciencia autónoma no
significa que los antropólogos marxistas consideren a esta disciplina separada
de la historia. Los intereses y las orientaciones de la Antropología no son
iguales a los de la historia, pero para los antropólogos marxistas, a
diferencia de lo que sostienen los antropólogos funcionalistas y
estructuralistas, la Antropología y la historia son dos disciplinas que se
implican y complementan (Worsley, 1982). En el Capital la antropología y la
historia se combinan. Marx estaba preocupado por la génesis y la evolución del
capitalismo, así como por su estructura y funcionamiento. Los antropólogos
marxistas asumen esta doble orientación (Thomson, 1981). Ambas disciplinas
estudian estructuras específicas que evolucionan a distintos ritmos, lo cual
exigirá métodos distintos. Pero estas diferencias de método “no oponen”, tal
como señala M. Godelier, “una Antropología que prefiere el estudio de las
estructuras en detrimento del acontecimiento concreto, y una historia que
acumula con avidez, pero sin gloria, más documentos sobre más procedimientos
(…). El antropólogo y el historiador hacen realmente una obra científica cuando
piensan el acontecimiento en el seno de una estructura y disciernen las
estructuras por medio de los acontecimientos” (Godelier, 1966: 127).
3. Los antropólogos marxistas utilizan en su análisis de las sociedades
distintos conceptos. Los más frecuentes son el concepto de Modo de Producción y el de Formación
Económica y Social. El materialismo histórico construye el concepto de
“modo producción” para interpretar o producir el conocimiento científico de las
“formaciones sociales”. Se sirven, así mismo, aunque en menor medida, de la
metáfora: infraestructura y superestructura. Estas categorías y metáforas las
reformulan y asumen sin caer en esquematismos o simplificaciones.
Del conjunto de conceptos que emplean sobresale el concepto de “totalidad
social”. Este concepto implica asumir una visión de la sociedad en la que el
todo se impone sobre las partes. Para el marxismo la sociedad es anterior al individuo.
Los antropólogos marxistas dan importancia a la base institucional en la que se
desarrolla la vida de las personas; entienden que los individuos estamos
inmersos en estructuras y nos vemos envueltos por procesos que nos mediatizan y
condicionan. La afirmación del predominio de las estructuras sobre la acción
individual no supone negar su autonomía. El materialismo histórico es una
teoría multidimensional elaborada en tres niveles distintos de discurso: el
histórico mundial, el socioestructural y el de la acción individual. Por
decirlo de otra manera, hay de hecho tres teorías parciales interrelacionadas,
constitutivas del materialismo histórico: la teoría de las formaciones
socioeconómicas, en el nivel superior; la teoría de la lucha de clases en el
nivel intermedio; y la teoría del individuo humano (o del “ser- de- la-
especie”, por utilizar la frase de Marx) en el nivel más bajo. En el nivel
histórico-mundial se plantean los procesos macro, la transición de un modo de
producción a otro. En el nivel socioestructural se desarrolla la acción de los
grupos y los movimientos sociales (lucha de clases); implica los procesos que
conducen de la sociedad sin clases a la sociedad con clases. El nivel de la
acción individual es el nivel de la toma de conciencia, de la superación de la
alienación, del compromiso, de la emancipación y de la libertad (Sztompka,
1995).
4. En el análisis marxista de las sociedades, y, particularmente, en la
Antropología marxista, la dimensión económica ocupa un lugar central. Los antropólogos
marxistas se interesan, sobre todo, por las mediaciones materiales, por las
condiciones en las que los hombres producimos nuestra existencia, pero,
especialmente, por las relaciones que establecemos en la producción y la
distribución de los bienes. Marx considera que “las condiciones materiales de
existencia” son la base de la vida social y previas a la conciencia humana. Los
antropólogos marxistas asumen estas premisas. No olvidan, ni niegan, sin
embargo, la implicación que en la configuración de la vida de las personas y en
las sociedades tienen las creencias religiosas, los valores, el capital
simbólico y el capital social. La tendencia a situar el análisis de Marx dentro
de un andamiaje mecanicista y causal resulta parcial y es rechazada hoy por la
mayor parte de sus seguidores. Los antropólogos que siguen a Marx se oponen, en
general, a toda forma de materialismo reduccionista; son críticos con el
materialismo “vulgar” que reduce las relaciones sociales al status de epifenómenos que rodean a las
relaciones económicas. La mayor parte argumenta contra toda forma de
materialismo “reduccionista” que intenta explicar la vida cultural por
referencia a la tecnología o a la adaptación biológica. No se desentienden por
ello del estudio de otras dimensiones además de la “económica” y no diluyen el
parentesco o las representaciones religiosas en las actividades materiales;
analizan y se interesan por lo material y lo ideal, dan importancia a las
creencias, reconocen que “las creencias forman parte del mundo, pero, al mismo
tiempo, admiten que dan forma al mundo” (Godelier, 1989; Feuchtwang, 1977: 79 -
102).
5. Las preocupaciones que guían a los antropólogos marxistas no se
limitan únicamente a la reflexión teórica, al conocimiento y al desvelamiento
de las estructuras y de los procesos que caracterizan a las sociedades. Estos
tratan también de comprometerse “políticamente” con la realidad, con los
sujetos y con los colectivos sobre los que plantean su investigación. Su meta e
intención es la de practicar la Antropología más allá de los enclaves
académicos, de los guetos universitarios.
No buscan estudiar a los hombres como objetos, sino que pretenden
estudiar sus problemas con ellos como sujetos que son. Esta preocupación
conecta con el pensamiento y con la orientación de los fundadores del marxismo.
Marx afrontó el estudio de la sociedad sin renunciar al compromiso, a la praxis
social. Su pensamiento y su reflexión tuvieron desde muy pronto la aspiración
de entender y explicar la realidad, pero también de contribuir a su
transformación. Para él la ciencia, la política y la ética eran inseparables.
Su intención no fue sólo la de identificar las causas de la desigualdad, de la
explotación y de la alienación de los seres humanos, sino también la de
contribuir a su erradicación y a su superación. Marx entendió que la praxis sin
teoría era ciega, pero asumió, así mismo, que la teoría sin praxis estaba
vacía.
Estas orientaciones y preocupaciones son algunas de las más
representativas de la Antropología marxista. Es evidente que el modo en que los
antropólogos marxistas asumen estas pautas no ha sido homogéneo. La tradición
marxista no es una unidad monolítica, sino un territorio en disputa. En ella
han existido tres corrientes o tres líneas de interpretación del pensamiento de
Marx: la determinista (Kautsky, Plekhanov), la hegeliana (Lukács, Gramsci) y la
estructuralista (Althusser). Los antropólogos marxistas se adhieren y siguen
una u otra corriente, aunque la opción que triunfa o tiene mayor aceptación es
la estructuralista. Sus interpretaciones del pensamiento y de la obra de Marx
son, no obstante, diversas, así se explica que no hayan llegado a formar una
escuela.
3. Crisis y declive de la
Antropología marxista.
El breve recorrido y el reconocimiento de estos aspectos nos permite
constatar la originalidad de esta teoría y su pujanza durante varias décadas,
dentro de la disciplina. Paradójicamente, sin embargo, en el momento de mayor
reconocimiento y expansión, se produce y plantea una reacción crítica que
desplaza y cuestiona su alcance y validez. ¿Cuáles fueron las causas o los
motivos de ese desplazamiento? ¿Qué es lo que provoca el distanciamiento y el
olvido de esta perspectiva?
Las causas por las que se produce ese alejamiento son diversas.
Mencionamos y resaltamos algunas de las más relevantes. A partir de los años
ochenta del siglo pasado el pensamiento antropológico experimenta un giro
profundo. Después de una década en la que el estructuralismo y el marxismo se
imponen en las ciencias sociales un grupo de pensadores (Lyotard, Derrida,
Baudrillard, Vattimo...) inician un nuevo discurso distante y alejado de estas
corrientes y ponen las bases de la corriente filosófica posmoderna. La
cosmovisión posmoderna, en la medida en que puede describirse como un sistema
unitario, coincide en varias afirmaciones globales, entre las cuales se hallan:
el colapso de la razón y su incapacidad de presentarse como un modelo universal
de validación; la crisis de los metarrelatos y la afirmación de hallarnos en
una época post-metafísica, en la que es imposible encontrar una cosmovisión
aglutinadora de todas las culturas; la deconstrucción, como modelo crítico del
método hermenéutico de la realidad; y la creencia en el fin de la historia, en
cuanto que afirma que se ha roto su unidad y hemos perdido cualquier tipo de
referencia a una meta unitaria hacia la que encaminar nuestros pasos.
Estos postulados penetran en la Antropología y son refrendados en el
Seminario de Santa Fe, celebrado en la School of American Research de esta
ciudad de Nuevo México en abril de 1984 (Clifford y Marcus, 1991). A partir de
entonces un grupo de antropólogos norteamericanos (Marcus, Crapanzano, Rabinow,
Tyler...) cuestionan los paradigmas que hasta ese momento dominaban en la
disciplina y reivindican una nueva concepción del trabajo etnográfico
provocando un viraje en el desarrollo teórico de la Antropología. La
Antropología pasa de ser una ciencia de la conducta a ser el arte de
interpretar acciones significativas; deja de ser una ciencia y se convierte en
un discurso a interpretar. Los antropólogos no deben interesarse por el estudio
de la sociedad en cuanto hecho objetivo, sino por el texto antropológico, en su
dimensión literaria y retórica; deben ocuparse más de la deconstrucción de la
disciplina que de las condiciones de vida de los pueblos. La Antropología debe
pasar de la sociedad al texto, debe reducirse a etnografía, a un encuentro
entre psicoanalítico y literario con el otro. La Antropología se disuelve así
en hermenéutica, en análisis literario, en literatura. No es difícil darse
cuenta de que esta visión conduce a la reubicación de la antropología en el
terreno de las humanidades.
El giro hermenéutico aporta, así mismo, una dosis amplia de idealismo. La
cultura pasa a ser la variable independiente explicativa de casi todo, aunque
rara vez es explicable en ella misma. Frente a la construcción material de la
realidad se impone la construcción simbólica o social. “En la actualidad”,
reconocía en esos años J. Friedman, “Europa está cada vez más dominada por el
ascenso del primitivismo (Clastres, Deleuze, Guattari) y el simbolismo
culturalista (Augé, Ardeace, Needhan…). Aun quienes fueron materialistas hasta
hace algunos años trasladaron su interés a las cuestiones relacionadas con el
significado, la identidad y la creencia (Bloch, Godelier). Este alejamiento del
materialismo y el regreso del culturalismo se había iniciado antes en los
Estados Unidos” (Friedman, 2001: 93).
La opción por la cultura supone un cambio sustancial en la perspectiva
desde la que los antropólogos asumen el estudio de las sociedades. “El centro
de interés ya no reside”, tal como señala Geertz, “en la vida subjetiva como
tal, ni en el comportamiento externo como tal, sino en los “sistemas de
significación” socialmente disponibles –creencias, ritos, objetos
significativos- en cuyos términos es clasificada la vida subjetiva y dirigido
el comportamiento externo. Semejante proposición no es ni introspeccionista, ni
conductista; es semántica” (Geertz, 1984: 35).
El nuevo enfoque fija, consiguientemente su atención en temas y aspectos
alejados de las preocupaciones que guiaban o interesaban a la antropólogos
marxistas; deja en un segundo plano la consideración de los procesos
socioeconómicos, de los procesos de formación del poder y sus efectos; se
desliga o no da importancia al peso que en la conducta de los individuos y en
la configuración de las sociedades desempeñan los factores estructurales.
El desarrollo y la afirmación de esta perspectiva se producen en un
contexto sociopolítico en el que triunfan las directrices políticas y
económicas del neoliberalismo y en la misma década en la que tiene lugar el
derrumbe y la descomposición de los Estados socialistas del Este de Europa.
Estos procesos deslegitiman el discurso marxista y ponen en cuestión sus
propuestas teóricas y metodológicas. En la medida en que “aparentemente los
movimientos y sistemas marxistas antaño inspirados por Marx no habían logrado
sobrevivir o habían abandonado sus tradicionales objetivo, ya no era”, tal como
recuerda Eric Hobsbawn, “políticamente importante ni parecía intelectualmente
necesario dedicar mucho tiempo a teorías que la historia parecía haber
desacreditado” (Hobsbawn, 2011: 403).
En el mundo académico, y más concretamente en el horizonte de la
Antropología, se sigue afirmando, en círculos concretos y cada vez más
reducidos, el pensamiento de Marx, pero comienza un alejamiento y una creciente
desconfianza hacia sus tesis. Algunos de los antropólogos que en la década
anterior habían puesto a Marx en el centro de su discurso y de su reflexión se
alejan de él y reconocen los límites y los excesos de su teoría, renuncian, en
parte, a su pasado y se decantan por otras preocupaciones (Godelier, 2007). De
entender la antropología como un combate, de articular en ella la actividad
profesional y el compromiso militante algunos no sólo se alejan del marxismo,
sino que renuncian a la propia disciplina. “No creo” afirma en esos años E.
Terray “que las maniobras del etnólogo conduzcan a un verdadero conocimiento
del otro. El etnólogo quiere ubicarse a la vez en medio de los otros y separado
de ellos; es una ambición imposible; dar y retener no sirve. La etnología o el
conocimiento del otro: es muy probable que sea necesario elegir” (Terray, 1989:
37 - 38).
El retroceso y el desvanecimiento de la perspectiva marxista en el
horizonte de la Antropología se hacen ostensibles a partir de los años noventa.
Las editoriales dejan de publicar textos relacionados con Marx o con el
marxismo. Estas obras pasan a engrosar los fondos de las librerías de “viejo” o
de segunda mano, lo que refleja la puesta en saldo de su pensamiento. Muchos
docentes retiran de sus programas las referencias a su teoría. En los congresos
de Antropología y de Sociología desaparecen las ponencias que toman en consideración
sus ideas. Un ejemplo representativo lo encontramos en los contenidos de los
títulos de las ponencias presentadas en el IX Congreso de Sociología Española
en septiembre del año 2007. Más de 1.200 ponencias o comunicaciones fueron
presentadas y todas, por supuesto, llevaban su título. Pues bien, ¿Qué palabras
o conceptos aparecen con mayor frecuencia y cuáles no figuran? ¿Qué “marco
teórico en uso” aparece? Del análisis de estos títulos se extrae que los
términos más citados son “género” (62), “política” (60) “educación” (59) o
“valores” (36). Pero bastante más interesante es explicitar los conceptos que
no aparecen o lo hacen con escasa frecuencia. Así, los términos “obrero”,
“lucha de clases” o “modo de producción” no aparecen mencionados ni una sola
vez, al igual que “neocapitalismo”, “imperialismo”, “colonialismo”, “clase
obrera”, “fábrica”, “hambre” o incluso “sociedad industrial”. “Economía”
aparece mencionada sólo tres veces y para aludir a “economía informal”,
“sindicato” aparece cuatro veces, “capitalismo” sólo cinco veces, y “pobreza” tres. Este dato pone de manifiesto
un evidente alejamiento de un marco teórico y conceptual dominante hace un par
de décadas, y que es sustituido por otros cuyos términos usuales son nuevos.
Esta tendencia se generaliza e impone en la primera década de nuestro
siglo. Las referencias a Marx son hoy puntuales; las publicaciones relacionadas
con su pensamiento escasas. ¿Puede afirmarse que Marx ha desaparecido de
nuestro horizonte de pensamiento? ¿El olvido o el alejamiento que un sector
significativo de antropólogos manifiestan hacia su obra implican que su
discurso ya no sirve para entender o estudiar a nuestras sociedades? ¿Puede
afirmarse y aceptarse que Marx ha muerto y que estamos, como sostienen algunos,
en una época posmarxista? ¿Sigue teniendo validez una Antropología marxista en
los inicios del siglo XXI?
Sin duda su teoría, su método y sus conceptos no tienen ya para algunos
antropólogos relevancia ni interés. Persiste, no obstante, un grupo que aceptan
como legítimas sus hipótesis, reconocen como válidas sus intuiciones y
defienden que su teoría y su método siguen siendo útiles para entender y
explicar los procesos y las tensiones en los que actualmente se hallan inmersas
las sociedades. ¿Qué argumentos o
razones pueden aducirse para justificar esta defensa? ¿Cómo se justifica hoy la
vigencia de la obra y del pensamiento de Marx?
4. Vigencia y
actualidad de la obra y del pensamiento de Marx en la Antropología.
La afirmación y la defensa de la teoría marxista en Antropología puede
atribuirse, en parte, a las mismas razones que favorecieron o impulsaron su
descubrimiento a mediados del siglo XX, pero puede justificarse también por la
propia coyuntura en la que se encuentran las sociedades y los colectivos que
estudian los antropólogos y por la trayectoria seguida en los últimos años por
esta disciplina.
Hace cuarenta años la Antropología marxista se legitimó como perspectiva
de estudio en un contexto de cambios y de transformaciones profundas. El
proceso de descolonización hizo emerger procesos de transición que modificaron
sustancialmente la vida de muchas sociedades. Hoy estos procesos no han
desaparecido y continúan enfrentando a un grupo amplio de sociedades a nuevos
desafíos. Hace treinta años hemos realizado uno de nuestros trabajos de campo
en la Amazonía peruana (Bajo Urubamba) y nos interesamos por comprender los
cambios de sociedades de cazadores y de recolectores que iniciaban en aquellos
años un proceso de incorporación a la sociedad Nacional Peruana, viéndose
involucradas en nuevas estructuras económicas y políticas que hasta esos años
les eran ajenas. Estas sociedades no han abandonado su tránsito a la
modernidad, pero tampoco han dejado de lado o han renunciado a sus modos de
producción; siguen envueltas en procesos que alteran sus formas de vida, pero
persisten sus estructuras familiares y mantienen sus formas de vida en el seno
de una sociedad globalizada, en la que, al igual que hace tres décadas, se
busca su mano de obra, se pretende arrebatar sus materias primas, su tierra y
sus bienes. Su estudio, al igual que entonces, puede legitimarse y realizarse
desde y a partir de las premisas teóricas y metodológicas seguidas en aquellos
años.
El proceso de globalización no ha
disuelto las identidades de estos pueblos y de tantos otros que como ellos en
América Latina, en África y en Asia se ven envueltos por la vorágine
depredadora de las multinacionales. Los conflictos étnicos, las revueltas
campesinas, los procesos migratorios que afectan a estas sociedades descubren
que sus modos de producción y reproducción no han sido desplazados. Los pueblos
colonizados se han liberado en un determinado plano, pero en otro siguen siendo
víctimas de su pasado. En la llamada transnacionalización neoliberal se conserva
y agudiza la tendencia capitalista que empuja al mismo tiempo y dicotómicamente
hacia la universalización-homogeneidad-globalización y hacia la
particularización-heterogeneidad-diversificación. Comprender esta dialéctica es
clave para entender la trayectoria y los cambios en los que hoy envuelven a las
sociedades.
Por otro lado, aunque en el horizonte de las ciencias sociales se ha
producido un movimiento de recuperación y de expansión de la cultura como
objeto de estudio, no puede negarse que en el centro de nuestras preocupaciones
continúa estando presente e imponiéndose, igual que en el siglo XIX, la
economía. Esta dimensión sigue estando igual que en la época en la que Marx
desarrolló su teoría social, en el centro de nuestras vidas y en la base de nuestras
transformaciones.
La crisis económica desatada en el verano del 2007 muestra la
relevancia que la “economía” continúa teniendo en la marcha de las sociedades y
descubre que en nuestro mundo y en nuestras sociedades persisten y se agrandan
las desigualdades. En la actualidad el capitalismo no sólo no se derrumba sino
que se extiende por todo el mundo. El capitalismo ha entrado, tal como
advierten Lipovetski y Serroy, en un nuevo ciclo de funcionamiento
caracterizado por el desmantelamiento de los antiguos controles reglamentarios
que limitaban el mercado competitivo. Con la caída del sistema soviético el
liberalismo se ha difundido prácticamente por todo el mundo. Con contadísimas
excepciones hoy domina el sistema integrado del capitalismo global: el
hipercapitalismo (Lipovetski y Serroy, 2010). Este sistema sigue produciendo en
la actualidad los mismos efectos que en la época de Marx, aunque evidentemente
con otras connotaciones. La victoria del librecambio ha impulsado el aumento de
la pobreza, la precariedad, la degradación de la condición asalariada, la
acentuación de las desigualdades (Peyrelevade, 2005: 5-6; 37). El mundo sigue
dividiéndose en superiores e inferiores. La renta actual de un solo
multimillonario mexicano equivale a los ingresos de sus diecisiete millones de
compatriotas más pobres (Eagleton, 2011: 21). La renta media de los países
ricos era en la época de Marx (1820) tres veces superior a la de los más
pobres. En 1913 era once veces. Pasó en 1973 a cuarenta y cuatro. En la década actual
es de setenta y dos veces. Hoy la quinta parte más rica de la humanidad recibe
el 86% de la renta mundial (George, 2010: 72; Peyrelevade, 2005). El
capitalismo ha creado más prosperidad de la que nunca antes había contemplado
la historia, pero el coste, por ejemplo, en términos de la indigencia casi
absoluta de miles de millones de personas, ha sido astronómico ¿Cómo obviar el
análisis de las relaciones sociales, de los procesos de transición, de los
cambios que se suceden en las sociedades sin tener presentes estos hechos? ¿No
tiene razón en tan funestas condiciones la petición de Fredic Jameson: “es
necesario que el marxismo vuelva a hacerse realidad”? (Eagleton, 2011: 22).
Debe, así mismo, admitirse que la lógica casi inevitable de las mejoras
técnicas, con su consiguiente impulso hacia el desarrollo económico, mantiene
la misma o mayor intensidad. El consumo omnívoro de los recursos y la
destrucción irreversible de formas de sociedad humana vinculadas con incentivos
comerciales de la búsqueda de ganancia conserva el mismo ímpetu. La situación
contemporánea del capitalismo no puede ser comprendida en alguna de sus
manifestaciones sin el recurso obligado a categorías e interpretaciones
marxistas. El panorama de la configuración del mundo y la dinámica de las
relaciones que se imponen entre las sociedades y en el seno de ellas reclaman,
tal como reconocía recientemente Eric Hobswawn un marco de análisis y de
explicación no alejado de las propuestas de Marx. Una parte amplia de las
hipótesis planteadas por Marx en el siglo XIX no han perdido vigor ni han sido
negadas o superadas. Sus intuiciones sobre las relaciones sociales y sobre los
procesos de transición; la relación de los factores económicos con las
estructuras de poder; la formación de clases y sus intereses contrapuestos; el
carácter socialmente relativo de las ideologías; la fuerza condicionante de un
sistema sobre sus miembros individuales, y muchos otros aspectos implican
proposiciones definidas de pleno vigor en la Antropología. El fracaso del modelo
socialista en los países del Este no debe asociarse con la teoría marxista: hoy
es posible y necesario diferenciar las tesis teóricas de Marx de su condición
de ideología justificadora del dogmatismo.
El propio estado en el que se halla la Antropología revela, así mismo,
que el discurso de Marx no ha perdido fuerza ni vigor. Si en un sentido amplio
algunos autores admiten que recientemente “ningún pensador ha reemplazado y no
existe ya ningún gran sistema de pensamiento cuyo programa contemple la destrucción
del mercado” (Lipovetski y Serroy, 2010: 41), en un sentido restringido puede
afirmarse que durante el último cuarto del siglo XX no han surgido, en el
horizonte de la Antropología, nuevas
perspectivas que desplacen o superen a las que, a mediados del siglo pasado,
propusieron algunos antropólogos fallecidos recientemente (Harris, Bourdieu,
Lévi-Strauss) y que tuvieron a Marx entre sus referentes. Los marcos y los
referentes desde los que los antropólogos acuden al estudio y explicación de la
realidad social no encuentran hoy fuera de éstos maestros otras vías. Por eso
la obra de Marx, sus conceptos y orientaciones siguen teniendo hoy validez,
siguen siendo útiles para adentrarse en el análisis de los procesos y de la
configuración reciente de las sociedades.
Las propuestas que realizan los antropólogos defensores del discurso
posmoderno no pueden considerarse una alternativa que anule o desplace la
teoría marxista. Sus planteamientos conducen, si los consideramos desde un
plano científico, a un callejón sin salida. Desde un plano político son el
reflejo de una ideología conservadora, y revelan la falta de sensibilidad ante
los problemas de contextualización social (el poder, las diferencias
económicas, la desigualdad social). El relativismo y el escepticismo de los
posmodernos sirven para reforzar la situación establecida; dejan que todo
permanezca igual bajo el supuesto erróneo de que no hay criterios suficientes y
legítimos desde los que realizar juicios de valor: “decir que todo vale
significa en la práctica asumir que todo sigue igual”.
5. ¿Cómo seguir
siendo marxista hoy en la Antropología?
Existen, por tanto, argumentos para justificar la legitimidad del
pensamiento y de la obra de Marx y, consiguientemente, de una orientación
marxista en la Antropología. Ahora bien, ¿cómo plantear y cómo seguir
actualmente su teoría y su método en el horizonte de la Antropología Social?
Las orientaciones que a partir de los años sesenta del siglo pasado se
proponen sobre su obra nos ofrecen un camino y un modelo a seguir, pero además
de tener presente esas vías me parece necesario remarcar otros aspectos que en
aquellos años no se tuvieron suficientemente presentes.
Nuestra primera observación se refiere al modo en que hoy debe entenderse
y deben seguirse la obra y el pensamiento de Marx. Compartimos a este respecto
el planteamiento de los que consideran a Marx como un clásico. Esta opción
implica admitir que una parte de la teoría de Marx en su forma literal es un
producto histórico decimonónico; supone aceptar que mucho de lo que escribió,
como sucede con todos los clásicos, ha envejecido, está obsoleto, y se halla
desfasado. Marx es un clásico con el que hay que dialogar y discutir, al que
hay que seguir sin rigideces. Fue un pensador crítico con la realidad social y
con el pensamiento; no aceptaba que sus ideas y su método fueran la llave
maestra que abriera las puertas a la explicación de todo; era un iconoclasta,
pero no un escéptico.
Seguir a Marx hoy como un clásico implica, tal como reconocen distintos
autores, tomar conciencia de que su obra es una obra en construcción que
contiene ambigüedades y lagunas; supone aceptar que los marxismos son
comprensibles sólo en plural porque la unanimidad, la uniformidad es la
negación de sus entrañas más profundas. Marx fue crítico del marxismo. Así lo
dejó escrito Maximilien Rubel en el título de una obra importante (Rubel,
1974). Cuando Marx dijo a Engels, al parecer un par de veces, entre 1880 y
1881, “yo no soy marxista”, estaba protestando contra la lectura y el aprovechamiento
que por entonces hacían de su obra económica y política algunos de sus
seguidores que interpretaban mecánicamente El
capital. De la broma del viejo Marx sólo pueden deducirse, en palabras de
Fernández Buey, dos cosas. “Primera: que al decir “yo no soy marxista” no
pretendía descalificar a la totalidad de sus seguidores ni, menos aún,
renunciar a sus ideas o a influir en otros. Y segunda: que para leer bien a
Marx no hace falta ser marxista. Quien quisiera serlo hoy tendrá que serlo,
necesariamente, por comparación con otras cosas y con sus propios argumentos”
(Fernández Buey, 2004: 15).
Apoyados en esta premisa, sostenemos también que hoy no deben aceptarse
ciega y literalmente los postulados propuestos por Marx en el siglo XIX. Su
discurso y sus planteamientos pertenecen a una época y se desarrollan en unas
coordenadas concretas. Marx aprovechó las aportaciones que otros pensadores
(Hegel, A. Smith, Saint- Simon, Morgan…) habían realizado en el ámbito de la
filosofía, la economía, la Antropología…, y fue capaz de integrar y de
reformular sus ideas desarrollando un marco de análisis y de explicación nuevo
y distinto. Hoy no debe aceptarse unilateralmente a Marx, no tiene sentido
optar por un pensamiento excluyente. La lógica que se impone en nuestro modo de
pensar no es disyuntiva y antitética, sino conjuntiva y sintética. Optar por
esta lógica implica estar abierto a la revisión y a la reformulación de la obra
de Marx y a la incorporación de nuevas orientaciones, de nuevas categorías, de
nuevos marcos de análisis. La perspectiva marxista en Antropología debe abrirse
al conocimiento, al estudio, de ámbitos de la realidad y a la recepción de
esquemas de pensamiento ignorados o no tenidos en cuenta por Marx. El estudio
del capital económico no debe olvidar ni dejar de lado al capital social y al
capital simbólico; la consideración de las partes duras (economía) debe ir
asociada a la preocupación por las partes blandas (religión); a los conceptos
que tradicionalmente se siguen en la perspectiva marxista (modo de producción,
formación económica y social) pueden sumarse otras categorías como las
propuestas por P. Bourdieu (campo y habitus). Aceptar el peso de lo económico
no implica negar el influjo de lo simbólico, de los valores y creencias en
nuestras vidas. Los hallazgos del marxismo son enormes, pero no se puede
explicar todo a través de él.
El seguimiento o la aceptación de esta orientación abierta e inclusiva
implica, no obstante, ser selectivo, tanto con los temas que se eligen para
investigar como con las disposiciones y las actitudes que deben acompañar a la
actividad investigadora. El antropólogo que se inspira en Marx debe decantarse
por proyectos de investigación, por temas de estudio que prioricen realidades
asociadas a colectivos y sociedades sometidas a situaciones de explotación, de
alienación, de exclusión o vulnerabilidad. Por otro lado, el antropólogo que
opta por seguir a Marx debe tener presente que en su compromiso académico y en
sus opciones de vida debe asumir una actitud comprometida y participativa en
tareas sociales, en movimientos sociales preocupados por transformar la
realidad social. Hoy existen numerosas causas y espacios en los que este
compromiso puede proyectarse, y es, así mismo, urgente optar por temas de
investigación relacionados con la causa de los desfavorecidos.
Estas opciones son visibles en algunos contextos. Un ejemplo
representativo es el llamado etnomarxismo,
enfoque propuesto por algunos antropólogos mexicanos que se decantan por la
perspectiva de Marx, pero lo hacen reajustando y acomodando su pensamiento a la
nueva coyuntura en la que se hallan los indígenas y los sectores subalternos
con los que trabajan e investigan (Stavenhagen, 2001; 2003; López y Rivas,
2010). “Las etnias”, sostiene a este respecto Gilberto López, “existen
firmemente relacionadas con la estructura socioeconómica y política en la que
se insertan; experimentan modificaciones y readaptaciones más o menos profundas
–según el grado de relación establecido- en la medida en que aquella matriz
estructural sufre transformaciones histórica. Lo étnico no es independiente,
incompatible ni antitético con lo clasista, ni puede reducirse a su aspecto
“cultural”. Resulta también inoperante y erróneo cualquier enfoque economicista
que reduzca la cuestión étnica a la simple relación de explotación económica y
suponga que se resuelve con la sola anulación de esta relación. La cuestión
étnica deviene necesariamente parte fundamental de la cuestión nacional. Los
grupos étnicos se enfrentan, en rigor, al proyecto de sociedad de las clases
dominantes y explotadoras. A este proyecto sólo puede enfrentarse un proyecto
alternativo que agrupe a los indígenas junto a los demás sectores explotados y
dominado de la sociedad” (López y Rivas, 2010: 10 -11).
Este es un ejemplo, entre otros, de cómo debe asumirse el análisis y la explicación de los procesos que caracterizan a muchos colectivos, grupos y sociedades de los que nos ocupamos los antropólogos. Desde este horizonte consideramos que actualmente sigue siendo legítimo y válido el análisis marxista en la Antropología social. Se trata de seguir el pensamiento y la obra de Marx no de un modo rígido y literal, sino flexible y creativo. Se trata de asumir su teoría y su método, sus conceptos y sus planteamientos desde una perspectiva crítica y dialéctica, comprometida y no reduccionista, científica y práctica, política y ética.
Compartir y participar de la tradición marxista conlleva por ello estar
abierto a las aportaciones que hacen las ciencias sociales; exige decantarse
por una perspectiva: preocupada por el conocimiento y la explicación de los
procesos que definen la dinámica de las sociedades; interesada en conocer y en
desvelar las estructuras que envuelven e inciden en la vida de los individuos;
comprometida con las sociedades y con los colectivos excluidos por el sistema
económico imperante; empeñada en el cambio de las estructuras que oprimen y
alienan a las personas. Esta propuesta sigue teniendo sentido y sigue siendo
válida para estudiar y entender los procesos, las transformaciones, las
condiciones de vida y las constantes que hoy caracterizan y definen la
configuración de las sociedades que estudian los antropólogos.
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