En
principio, estamos aquí, juntos, todos los seres resultantes de la evolución,
formando cadenas, redes y tejidos de interdependencias y coexistencias medio
fraternas y medio violentas... Se trata de la cadena de las dependencias y
autonomías en las que las especies se parasitan y poseen o disponen mutuamente.
Alfredo
Gutierrez G.
Víctor
Manuel Ovalle Hernández
Escuela
Nacional de Antropología e Historia (ENAH), México
RESUMEN
El
presente texto analiza críticamente los conceptos atribuidos comúnmente a los
pobladores antiguos del Norte de México: cazadores-recolectores, nómadas, bandas y chichimecas, términos que aluden a
sociedades simples, pero que ante la exposición al análisis más detallado, no
parecen reflejar al tipo de sociedades que ahí habitaron.
eer
actualmente sobre Mesoamérica es asistir a una obra magna en la que los actores
desempeñan su papel en forma puntual y emotiva; leer sobre el Norte de México,
en cambio, es extraviarse en un mar de historias, ajenas unas de las otras,
entre espacios imprecisos y temporalidades inciertas.
Oír de
Mesoamérica es sorprendernos con relatos mágicos, simbología, astronomía,
construcciones monumentales, agricultura extensiva, prácticas guerreras y
comercio; escuchar del Norte de México es conformarnos con descripciones de
objetos y formas de vida "primitiva", sin conexión aparente con nuestras
poblaciones actuales.
La
producción intelectual se desarrolla al máximo con las culturas mesoamericanas;
la indiferencia cobija a los chichimecas y no chichimecas de las regiones
septentrionales prehispánicas:
La
arqueología del norte de México se ha caracterizado por muchas ausencias,
dentro de las cuales destacan la ausencia de investigadores y de apoyos
presupuestales. Los arqueólogos presentes en los estados norteños no llegan a
una docena y tienen la responsabilidad de salvaguardar el patrimonio
arqueológico de casi la mitad del territorio nacional, mientras que en el resto
del país se concentran no sólo los recursos humanos, sino en gran medida los
presupuestales (Villalpando 1999:1).
¿A que
debemos este hecho? ¿Podemos aspirar a una explicación histórica que equilibre
la relación complejidad-simplicidad que permea a las interpretaciones
predominantes de la arqueología mexicana?
Es común
que las personas interesadas en la arqueología de alguna región del Norte de
México, se acerquen a ella a través de cierta literatura de difusión local o
regional. Estas publicaciones pueden ser artículos de revistas o libros que en
general comparten un rasgo en común: son más narrativas que analíticas. Un
ejemplo concreto lo constituye la literatura arqueológica en la Comarca Lagunera,
en donde, no obstante, haber contado con un periodo de auge en los años 1950 y
de haber involucrado varios proyectos posteriores, las referencias
predominantes son como la siguiente:
Por el año
de 1594, cuando el P. Jerónimo Ramírez hizo su primera visita a Cuencamé, los
laguneros propiamente dichos se hallaban en el estado de salvajes primitivos...
Andan desnudos, no tienen pueblos ni casas, ni siembran ni comen más que los
frutos que la tierra voluntariamente les produce de maguey, mezquite,
lechuguilla y tunas y lo que les ofrece la pesca y la caza que es allí
abundante en sus lagunas y montes, y aunque quieran los misioneros vivir entre
ellos con toda incomodidad, no están seguros en su compañía, sino con mucho
peligro de que, por su antojo o por satisfacer su hambre, les maten y coman
(Guerra 1953).
El autor,
quien es un prestigiado escritor de los primeros libros de historia de Torreón,
presenta una narrativa que se reproduce constantemente:
Es un
hecho histórico que a estos grupos, cuando los españoles se internaron al norte
de la Nueva España,
los designaron con el nombre genérico de chichimecas, dando a esta palabra el
significado de indios bárbaros, crueles, belicosos, incultos y salvajes... Los
naturales que habitaron estas regiones no tuvieron asiento fijo permanente y,
por esta causa, no dejaron huellas arquitectónicas de casas ni de templos. Sólo
se han podido localizar algunas cuevas que utilizaban como habitación (?) y
algunas pinturas rupestres y petroglifos, indescifrables en su mayoría... Se
alimentaban de frutos silvestres, de raíces de árboles y plantas, de pescados y
de los animales que cazaban, aves y cuadrúpedos... De la forma en que se
alimentaban se deriva la certeza (?) de que desconocían las faenas agrícolas
(Sánchez 1978:11).
En esta
publicación, el autor recaba información sin hacer cuestionamientos, analogía etnográfica
o mayores reflexiones. De esta forma, menciona que en la región, las cuevas
eran utilizadas como habitación, pero omite que también las hubo de tipo
funerario como las de La
Candelaria y de La
Paila, trabajadas por la arqueología mexicana en los años
1950.
Este tipo
de publicaciones corresponden a una tradición de autores locales y regionales con
formación académica en diversas áreas –principalmente historiadores- que
difunden a sus lectores una visión digerible de los pobladores originarios y que no
los compromete con la contrastación analítica, sino con la amenidad y el estilo
al presentar sus escritos.
Se trata
de una presentación reduccionista de la realidad prehispánica que trasciende a
los antiguos pobladores del Norte de México, abarcando a los pueblos
del Suroeste de los Estados Unidos:
Hasta la
llegada de los europeos a Norteamérica, los pueblos indios vivieron como cazadores y labradores sedentarios a un
nivel de edad de piedra... En el
sur de Arizona surgió, hacia el 100
a.C., la cultura de Hohokam (casas, sistemas de regadío,
cerámica fina, primeros montículos piramidales, llamados mounds en los Estados Unidos)... Es interesante que en su segunda
fase (500-900) tenían también juegos de pelota que, junto con los relieves de
animales en piedra y unos espejos de pizarra pulida incrustada con lajas de
pirita, indican nexos con la alta cultura mexicana (Benesch 1981:179-180,
subrayados nuestros).
Para un
lector desentendido, la cita puede pasar desapercibida, pero para los ojos
críticos, resulta sospechoso leer que habiendo grupos de labradores sedentarios
(o sea, agrícolas), vivieron a un nivel de edad de piedra (junto a cazadores,
como aquí se entiende). Llama también la atención que algunos rasgos de cultura
material como el juego de pelota, deban tener nexos inseparables con la “alta
cultura mexicana”. La importancia de una cultura, se define entonces, a partir
de si cuenta o no con una serie de rasgos en donde lo relevante son las
construcciones monumentales.
Volviendo
a nuestra región de estudio, existe entre la población norteña actual un marcado
desinterés por temas de carácter cultural y científico. No obstante, cuando el
interés subsiste, son los medios de difusión masiva -televisión, radio y
periódicos nacionales- los que se encargan de diluirlo, reduciendo sus
contenidos a una información digerible y entretenida, sin mayor compromiso, más
que con los patrocinadores.
Es en este
contexto –al que se suman las carencias presupuestarias en la investigación- en
el que aparecen una serie de estudiosos regionales y locales, en cada uno de
los estados norteños, que más que generar conocimiento, reproducen el ya
existente, además de difundir diversos prejuicios.
Un rasgo
más que caracteriza a varios de estos escritores, es no citar las fuentes de sus argumentaciones, no
obstante, constituir la metodología mínima de la investigación documental, a la
que sin duda recurren. Esto se explica por la existencia de lugares comunes en la arqueología de la región. Es decir, una cantidad de
información comúnmente aceptada que no parece necesitar ajustes.
Dichos intermediarios del conocimiento se
convierten asimismo, en fuentes o referencias de "nuevos" estudios,
prolongando indefinidamente el círculo vicioso en que lo “interesante”
-diríamos lo económico- predomina sobre la producción arqueológica-histórica.
Y ¿Cuál ha
sido es el papel de los arqueólogos en la comprensión del devenir histórico en el Norte de México? ¿Cuál es la imagen que ellos han desarrollado para estas
regiones septentrionales?
Veamos un ejemplo:
La cultura
de los recolectores-cazadores de la zona del Norte de México marcada en el mapa
adjunto ostenta una unidad básica, no sólo en contraste con las culturas
circundantes de cultivadores superiores e inferiores, sino también en contraste
con las de otros recolectores-cazadores cercanos, como por ejemplo los de la Baja California o
los de la Gran Cuenca
y Montañas Rocallosas… Sólo en el Sur de Tamaulipas y la subárea Pame se
conocía el cultivo, debido a la influencia de Mesoamérica. La existencia pre-europea
del cultivo en La Laguna,
afirmada por varios autores, queda aún como dudosa (Kirchhoff 1943:133,137).
Que se puede acompañar con la visión de alguien que ha trabajado la región con profundidad:
Como
contraste, la región que ahora nos ocupa se ubica, en términos generales, al
norte del Trópico de Cáncer, por lo que, en consecuencia, es mucho más árida.
De ahí que la agricultura fuera riesgosa o imposible, lo que a su vez limitó la
posibilidad del asentamiento en aldeas y pueblos y dificultó grandemente la capacidad
para alcanzar la civilización (Braniff 1993:305).
Mapa presentado por Kirchhoff para la
publicación de la
Tercera Reunión de la Sociedad Mexicana
de Antropología sobre el Norte de México y el Sur de Estados Unidos en 1943.
En
realidad son pocos los arqueólogos que se han dedicado a estudiar ampliamente
estos territorios, aunque la mayoría coincide con la visión evolucionista
propuesta por el promotor del concepto Mesoamérica
y con la difusora de La Gran Chichimeca.[1]
La
insuficiencia de estudios integrales da como resultado la existencia de historias locales y regionales, por un lado, y modestos estudios arqueológicos por el
otro. Sin embargo, ambos comparten en general las mismas conclusiones emanadas de las crónicas de los
misioneros franciscanos y jesuitas de los siglos XVI y XVII.
Es notable la ausencia de hipótesis, propias de las teorías sociales y de explicaciones de los procesos históricos que trasciendan a las fuentes coloniales. Unos y
otros estudios comparten un conjunto de términos que se han vuelto comunes para definir
a las sociedades originarias de estas regiones: cazadores-recolectores, nómadas,
bandas, chichimecas, además de beligerantes,
bárbaros y salvajes que se congregan en la noción de sociedades simples.
Analicemos ahora estos conceptos:
Cazadores-Recolectores
El
concepto cazador-recolector ha sido
utilizado para referirse a todos aquellos grupos primitivos o modernos carentes
de agricultura, productores de instrumentos y utensilios de piedra, madera y hueso y con amplia movilidad territorial.
Para la arqueología
mexicana los cazadores-recolectores son sociedades simples:
Dicho de
otra forma, los recolectores y cazadores nómadas -que dependían esencialmente
del medio vegetal y animal- se agrupaban en bandas menores o mayores según las
potencialidades de su ambiente; tenían una tecnología sencilla en función de
sus necesidades más apremiantes (Piña Chan 1985-b:43).
Esta idea proviene de un modelo teóricamente aceptado, que parece resolver los problemas de evolución
cultural y que de paso asigna a la civilización occidental el pináculo del
desarrollo evolutivo:
... y así,
tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo, las sociedades han evolucionado de
formas sencillas a formas cada vez más complejas, sin que necesariamente todas
ellas hayan progresado igual, o hayan tenido que pasar por una serie sucesiva
de formas de desarrollo (Piña Chan 1985-b:50-51).
En los
hechos se ha simplificado el desarrollo histórico en nuestro país y son
pocos los arqueólogos que se han preocupado por reconocer las posibilidades evolutivas alternas.
No resulta extraño, si tomamos en cuenta
que los autores que más han influido en la arqueología nacional utilizan un
tipo similar de explicación acerca del desarrollo universal. Gordon Childe, por
ejemplo, incluye en su obra los conceptos de hombre
primitivo, comunidades primitivas, cazadores y recolectores, asociados a los de bárbaros y salvajes para referirse a las sociedades ancestrales desde un enfoque evolucionista:
Los
pueblos salvajes producen el fuego por la chispa que resulta al golpear el
pedernal contra un trozo de pirita de hierro o de hematites... De las
costumbres de los salvajes contemporáneos, se pueden inferir algunas medidas
para la conservación de la caza (Childe 1986:67-68).
Y aunque salvaje significó originario de la selva en alguna época, en el contexto del Colonialismo adquiere una connotación de inferioridad cultural.
Elman
Service –otro autor de gran influencia antropológica- aclara el carácter de este tipo de
sociedades:
Los
cazadores... no son salvajes. Su cultura y sociedad son rudimentarias en
algunos aspectos, sobre todo en lo que se refiere a la tecnología y a la
complejidad social, pero en otros aspectos su cultura es tan elaborada como la
nuestra. En muy importantes aspectos de comportamiento, moralidad, religión,
arte, vida familiar, reglas y sentimientos de parentesco y amistad (Service
1984:10).
Aunque
describe detalladamente a estos grupos humanos, no los define formalmente.
Es
relevante mencionar que los cazadores-recolectores adquieren rango y personalidad
cuando sus vestigios son de los más antiguos, generando prestigio a un
investigador, una localidad o un país. Así surgen, el Hombre de Pekín, el Hombre de
Cro-Magnon y Neanderthal, la Cultura Clovis, y
hasta el Hombre de Tepexpan, de la
Cuenca de México. Sonaría extraño referirnos al salvaje de Pekín, a los cazadores de Cro-Magnon, a los nómadas Clovis o al incivilizado de Tepexpan.
En la
literatura prehistórica, el concepto cazador-recolector
no figura en primer término, sin embargo, implícitamente se acepta como un
rasgo en la designación de los hombres primitivos. Houghton Brodrick hablaba
del hombre de Folsom y del hombre de Tepexpan. También
mencionaba a los hombres de Cro-Magnon; a las culturas del paleolítico superior; o a la cultura Cochise
que relaciona a una forma de vida de recolectores (Brodrick 1984:210,255,352).
En el mismo sentido, Paul Rivet se refería a los indios de América y al hombre prehistórico, sin
mayores complicaciones (Rivet 1960:11,41).
Se acepta
que fueron cazadores-recolectores los
primeros homínidos de hace 500,000 años, como el Homo Erectus, quien ya
utilizaba el fuego y fabricaba utensilios de piedra; fueron
cazadores-recolectores los pobladores del Paleolítico Superior en Europa; los
inmigrantes de Bering; las sociedades Clovis y Folsom de principios del
Holoceno en nuestro continente. Fueron también cazadores-recolectores los chichimecas, enemigos de los españoles y
son cazadores-recolectores algunos grupos comunales como los pigmeos, los esquimales, los bosquimanos de África del Sur y decenas de aborígenes del
Pacífico y de la selva amazónica en la actualidad.
Surgen entonces las
siguientes preguntas: ¿Define dicho concepto a todas las culturas mencionadas?
¿Son de la misma calidad cada una de ellas? También se puede
preguntar: ¿Por qué la arqueología mexicana no continuó con la tradición
emanada de la Prehistoria? ¿Por qué no se habla del Hombre de la Laguna -por ejemplo- en
donde existen evidencias arqueológicas de una ocupación humana de varios miles
de años? La respuesta parece provenir
de la valorada atención que tiene el Estado por la arqueología monumental mesoamericana,
que ha contribuido a fortalecer el discurso nacionalista, además de generar importantes
divisas turísticas, aunque mantenga en la opacidad al inventario arqueológico
del Norte de nuestro país.
Como lo
expresaba Angel Bassols Batalla, autor de gran autoridad en la Geografía
Mexicana:
Allá en las
montañas de la Baja
California y del Nayarit central, en las cuevas de la Comarca Lagunera
y en lo alto de la Sierra
de Tamaulipas, yacen -casi ignoradas- esas expresiones geográficas de los
primigenios habitantes del México antiguo. Cazadores, recolectores, pescadores
y agricultores rudimentarios (Bassols 1982:12).
El indiscriminado uso
del término ha llevado a arqueólogos y a otros especialistas a no diferenciar
entre cazadores-recolectores de inicios del Holoceno -hace unos 12,000 años- y
cazadores recolectores al momento del contacto con los españoles. Dicho concepto alude a un periodo
tan amplio del desarrollo humano que limita la explicación de las
particularidades históricas.
El asunto se complica, si añadimos
que los cazadores-recolectores, pueden ser, pescadores y agricultores a la vez.
Los grupos humanos han adoptado a través del tiempo diferentes estrategias de apropiación y producción de alimentos, de intensidades diversas, sin abandonar las precedentes. De esta
manera, resulta inadecuado oponer sin reservas, cazadores-recolectores a grupos
agrícolas, ya que aunque pueden ser opuestos en un momento particular de la
historia, en otro pueden llegar a complementarse e incluso diluirse.
Ya desde el Paleolítico superior,
las poblaciones magdalenienses distribuidas en lo que hoy son territorios de
Francia, España, Suiza, Bélgica y Alemania cazaban renos, bisontes, mamuts,
caballos, aves migradoras y otras especies; recolectaban vegetales y pescaban
algunas especies como el salmón (Campbell 1985:138, 140, 142, 146).
El asentamiento prehispánico de
Machomoncobe en el sur de Sonora, México; practicaba el cultivo de maíz y dos
especies de frijol; la recolección de vegetales y de moluscos marinos; la caza
y la pesca entre los años 170 a.C.-1000 d.C (Álvarez 2001:91,94).
La diversidad
alimentaria favorece la
supervivencia, el crecimiento y el desarrollo social
y cultural. La sociedad moderna es el mejor ejemplo de esta
diversificación, lo que ha permitido que aquellas actividades de
subsistencia predominantes en el pasado,
se combinen en la actualidad.
El término cazador-recolector ha sido asociado con lo simple y lo incipiente.
Para cambiar este enfoque, propongo explicar el concepto desde la teoría social
marxista y definir su calidad a partir del Modo de Producción. Toma así
reconocimiento el hecho de que una definición no significa lo mismo en
situaciones históricas distintas y de que la teoría puede realizar las
delimitaciones correspondientes.
En
concordancia con lo anterior, se puede plantear que los
cazadores-recolectores-pescadores, descritos por la arqueología de la Comarca Lagunera,
corresponden cuando menos, a 2 tipos distintos de Formación económico-social:
1) Cazadores-recolectores
prehistóricos, como Modo de Producción predominante, Modo de
Producción de la comunidad primitiva de cazadores recolectores o Modo de
Producción Comunal: se trata de sociedades humanas en que las relaciones de
producción debieron ser equitativas; los medios de producción como la tierra y
los instrumentos de trabajo habrían sido de propiedad comunal; desarrollaron
jerarquías -por experiencia, conocimiento o destreza- pero no clases sociales;
implementaron su división del trabajo por sexo y edad; basaban su organización
social en lazos de parentesco por consanguinidad y por afinidad y estrategias
de movilidad amplia. El producto del trabajo era distribuido de manera
proporcional a las necesidades de los miembros del grupo. Se trata de los
cazadores-recolectores que dominaron el Norte de México a finales del
Pleistoceno y durante el periodo del Holoceno, hace unos 10,000 años, hasta,
aproximadamente 1,200 años adne, durante el Formativo Medio en que son
desplazados, dominados o influenciados por las sociedades cacicales-tributarias,
productoras de alimentos;[2]
dejaron evidencia tecnológica en forma de puntas de proyectil e instrumentos de
molienda y no necesariamente mantuvieron la continuidad socio-cultural en la
región. Al desplegarse una nueva formación social en el continente, los
remanentes de la sociedad cazadora recolectora original, serían integrados como
contradicción en conflicto permanente con el Modo de Producción
predominante.
2) Cazadores-recolectores
arqueológicos, como Modo de Producción subordinado dentro del
Modo de Producción Cacical: son reconocibles durante el segundo milenio de
nuestra era en sitios como la
Cueva de la
Candelaria y La
Paila; se trata de sociedades integradas regionalmente, tanto
con otros cazadores-recolectores, como con sociedades agrícolas, cacicales,
estatales, clasistas y tributarias, que
son en este momento predominantes a nivel continental; con quienes
intercambiaron rasgos simbólicos, mercancías y se relacionaron conflictivamente.
Un tercer
tipo de Formación Social, que integra cazadores-recolectores a su esfera,
corresponde a los cazadores-recolectores
históricos, como Modo de Producción subordinado dentro del Capitalismo en
su fase de acumulación originaria: son las poblaciones resultado del genocidio,
desplazamiento y aculturación durante la colonización española, que se extendió
al periodo liberal-republicano durante el siglo XIX, en el que los europeos
imponen un Modo de Producción ajeno en estas tierras. Aunque estos grupos
humanos no parecen mostrar diferencias sustanciales con los cazadores-recolectores
arqueológicos, sostienen nuevas
relaciones de subordinación con el actor social emergente. No existe registro de su supervivencia
en la Comarca
Lagunera en donde la población local habría sido sustituida
por grupos de población étnica, trasladados desde la región central de México.
Las sociedades cazadoras-recolectoras
mantienen sus rasgos distintivos de organización social y movilidad, definen sus particularidades históricas a través de los intercambios en las esferas de la
economía y la cultura.
Al distinguir la presencia de sucesivos modos
de producción, se pretende ordenar la información disponible, y generar
interpretaciones más consistentes sobre el desarrollo histórico de la región.
Nos complacerá presenciar el momento en que el cazador-recolector de la Comarca Lagunera
transite a convertirse en el Hombre de la Laguna.
Petrograbados en la Comarca Lagunera.
Cortesía de Jesús Ramírez.
Nómadas
Otra idea
comúnmente aceptada acerca de la vida en el desierto mexicano, es la que
sostiene, que por las condiciones tan hostiles para los seres vivos, los grupos
que habitaron este ambiente sólo podrían alcanzar un nivel de vida nomádico, de
manera aislada y con escasa población:
El país de
los apaches, en sus partes más elevadas, es frío y durante el Invierno tiene
épocas de temperaturas muy bajas; pero en los desiertos y en las llanuras, en
ciertas épocas del año, cuando el sol abrazador quema desde arriba y las arenas
ardientes nos hacen sentirnos dentro de un horno, la vida del hombre parece
imposible. La escasa vegetación del país que ofrece al indio una que otra fruta
silvestre y algunas raíces comestibles obligaban al indígena de aquellos
lugares a moverse frecuentemente de un lugar a otro o a perecer de hambre y de
sed (Sandomingo 1953:358).
Quienes
sostienen este tipo de argumentos, consciente o inconscientemente navegan por
los mares del determinismo ambiental
a bordo de la etnografía existente sobre los habitantes del desierto en varias
partes del mundo. Sin embargo, estos autores pasan por alto un hecho sumamente
importante para entender el modo de vida de estos pueblos: los seres humanos no
sólo se adaptan a las condiciones del ambiente, sino que las modifican
consciente y constantemente. Los humanos transformamos la Naturaleza, haciéndola
más idónea para solventar nuestras necesidades primordiales y mantener condiciones adecuadas de vida. La ruta de esta transformación
pasa por el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de
propiedad.
El cuadro
que nos vende el determinismo ambiental se asemeja más al de las
manadas de animales que no pueden hacer algo por cambiar su realidad, más que
emigrar en busca de ambientes más propicios para la vida, objetivo que logran
aunque sea temporalmente:
Asimismo,
y para contradecir las afirmaciones de las cédulas, podemos hacer referencia
primero a que en los lugares donde habitaban los nómadas los españoles
practicaron la agricultura, es decir, el medio ambiente, quizá efectivamente
limita, pero no determina el tipo de vida, ni es un impedimento para ser
sedentarios (Ramírez 1999:188).
¿Cómo
transforman el ambiente los habitantes del desierto? En primer lugar,
construyendo sus campamentos y viviendas en espacios seleccionados: limpiando
la zona de grava, cantos rodados y vegetación, delimitando espacios con muros, utilizando madera para producir fuego y para protegerse de los animales, extrayendo materias primas para la elaboración de herramientas de trabajo, objetos
de culto y adornos, favoreciendo las especies vegetales que serán explotadas,
generando senderos y caminos para comunicarse con los distintos campamentos.
Bosquimanos
de Botswana en el Desierto de Kalahari.
Es
necesario contar con habitaciones frescas durante el día y cálidas durante la
noche. Esto es posible si se cuenta con los materiales adecuados y la técnica
precisa de construcción; sabemos por ejemplo, que el adobe mantiene caliente el
interior de las viviendas durante las temporadas frías, mientras que lo
conserva seco en verano; los asentamientos pueden también mantenerse al pie de
las colinas o los cerros, aprovechando al máximo las horas de sombra para las
actividades productivas; tanto mejor si se cuenta con abrigos rocosos y cuevas
que faciliten la estancia. En los años 1960, Eduardo Noguera registró unas
localidades en los límites de los estados de Durango y Chihuahua, que contenían
casas semi-subterráneas, con pisos de adobe y techos de jacal, colocadas en
hileras con un eje este-oeste y vista al norte (Noguera 1975:201). La
existencia de afluentes, ríos o manantiales cerca de los campamentos, resuelve
la necesidad prioritaria de contar con el vital líquido en forma directa.
El extremo
calor del día también puede atenuarse como lo hacían los apaches, quienes
interactuaban en ambientes desérticos y semi-desérticos sin sucumbir por ello:
Algunas
familias indígenas acostumbran a cubrirse el cuerpo de barro, formando con él
una plasta que desde la cabeza a los pies los protegía contra los rayos solares
y a la vez impedía que se desarrollaran los insectos, parásitos de que se veían
abrumados (Ramírez 1999:360).
Sobre el punto
de los alimentos, se puede decir que en los ambientes desérticos existen
especies alimenticias que pueden sostener a una localidad humana. Jaén (1988:249)
asienta que en la
Comarca Lagunera las poblaciones prehispánicas debieron
nutrirse de gusanos, víboras, ratas, ranas, conejos, aves, peces, ciervos,
cactus, mezquites, tunas, hierbas y raíces, pues no se han detectado
deficiencias nutricionales en los restos físicos de los laguneros (Jaén
1988:249). Alvarado (1999:59-61) identifica 24 especies vegetales que producen
ya sea frutos, semillas, raíces, flores o renuevos comestibles y que pueden ser
aprovechadas por los grupos humanos. Lo que sabemos es que estos recursos alimenticios
no son suficientes durante todo el año. Antes de pensar en migraciones, es
factible plantear la producción de alimentos propios, aunque sea en pequeña
escala, para el autoconsumo. Si esta alternativa no satisface a algunos
autores, aun puede apelarse a los intercambios tribales -tan socorridos en la
literatura arqueológica- y que debieron haber contenido una importante dotación
de alimentos.
Ambas
posibilidades, la “agricultura incipiente” y los intercambios, debieron ser
comunes entre los pobladores del Norte, cuando menos durante los últimos dos
mil años, en que ambas prácticas se encuentran generalizadas -y por supuesto,
documentadas- a lo largo del continente.
La primera
imagen, la del grupo de trashumantes consumiendo extensos territorios en busca
de alimentos, es impensable en el contexto de la Revolución
urbano-agrícola y de los Estados despótico-militares,
que se disputaban territorios y cuya influencia debía percibirse aún a miles de
kilómetros de sus principales metrópolis.
Los
supuestos nómadas eran guerreros -y de eso no parece haber duda- que combatían
entre sí -mucho antes de la llegada de los españoles-, seguramente no sólo por
alimentos, sino por afrentas como el robo de alimentos o de mujeres, por
invasión de territorios y aún por una tradición ancestral u odio mutuo
ventilado a través de generaciones.
Cualquier
grupo que decidiera explorar nuevos territorios tendría que sortear los
posibles enfrentamientos con la infinidad de tribus asentadas en las distintas
regiones del Continente.
Un modelo
más convincente es aquel en el que los miembros de una comunidad se desplazan
dentro de un territorio reconocido con la finalidad de aprovechar racionalmente
los recursos alimenticios y las materias primas existentes. Así, se establecen
campamentos que podrán ser reutilizados cíclicamente:
... andan por
los montes, viviendo dos días aquí y cuatro aculla; más no por esto se ha de
entender salen del termino y territorio que tienen señalado con otra ranchería,
si no es con su consentimiento y permiso, en cada rancho o bajío... (León
1961(1649):18, citado en González Arratia 1990:6).
Se trata
de una estrategia estacional que
algunos autores han denominado macrobanda-microbanda
(Cassiano 1991:21) o semi-nomadismo. La investigadora Leticia
González parece haber encontrado este tipo de asentamientos en sus recorridos
de campo por el Bolsón de Mapimí, que abarca porciones de los estados de
Chihuahua, Coahuila y Durango. Sostiene la arqueóloga la posibilidad de que
algunos artefactos hallados fueran reutilizados al volver los grupos de otros
campamentos. Este tipo de movilidad pudo haber sido utilizada por los
productores de cuevas mortuorias en la región de la Laguna.
Alvarado
(1999:51) también registra este patrón de asentamiento en Baja California,
plantea que un solo grupo indígena hacía uso de toda la cuenca del arroyo San
José de Gracia, que abarca la zona cercana de la Sierra de Guadalupe, la
llanura y la costa, hasta su desembocadura en el Océano Pacífico.
Conviene
entonces dejar claro que el nómada no regresa a su lugar de origen;
el concepto se aplica a la familia o pueblo que anda vagando sin domicilio fijo
(Diccionario Enciclopédico Hachette Castell 1981:1529), o como lo definiría el maestro
Piña Chan:
nomadismo es el cambiar de lugar frecuentemente, propio
de grupos no civilizados o de bajo nivel cultural, en tanto que sedentarismo es lo contrario (Piña Chan
1985-b:52).
Esta
designación no coincide con el modo de vida de los pobladores prehispánicos de La Comarca Lagunera,
de otras zonas del Norte de México y quizá ni siquiera de sociedades más primitivas,
ya que como podemos sostener, los seres humanos no acarreamos la fatalidad de conformarnos con nuestras
condiciones de existencia, a no ser que existan limitantes ideológicas,
asociadas a la explotación, la opresión y el dominio cultural entre clases y
grupos étnicos.
Un
etnohistoriador de gran prestigio, Wigberto Jiménez Moreno, entendía el Norte
de México, como el Área de los Nómadas, aunque él mismo reconoce que en ella
también habitaban algunos pueblos sedentarios:
Sabemos
que entre los zacatecos no todos eran nómadas, sino que existía un grupo que
era vecino de los tepehuanes, el cual practicaba la agricultura. A la inversa,
parece que tanto entre los tepehuanes como entre los tarahumares –que en su
mayor parte eran agricultores-, existían pequeños grupos de cazadores. En la
región de La Laguna
había pueblos sedentarios, pero allí parece haberse operado una serie de
cambios culturales que no es posible todavía fechar con precisión, porque no
sabemos si todos ellos fueron debidos a la influencia de las misiones
jesuíticas, o si algunos fueron anteriores a ellas (Jiménez Moreno 1943-b:121,130).
Para los
cazadores-recolectores históricos como los irritilas
o laguneros, la defensa del
territorio debió constituir un mecanismo de cohesión social y supervivencia.
De esta
manera, resulta pertinente sugerir un concepto que sustituya al nómada tradicional y se apegue más a la
realidad de la arqueología del Norte de México. Pienso que éste es el de sociedades estacionales, insertas en un
proceso cíclico a lo largo del año, que como ya explicamos, son grupos de
amplia movilidad con asentamientos temporales o campamentos, delimitados a un
territorio conocido. Este modo de vida, genera el reconocimiento territorial
entre grupos de filiación étnica distinta, siendo una práctica social
extendida, que debió volverse predominante por la repetición constante de los ciclos
productivos. El abandono de la búsqueda de nuevos territorios y el
reconocimiento a la territorialidad entre las sociedades originarias se debe a
la aplicación de trabajo sobre el medio natural, permitiendo incrementar las
fuerzas productivas, extender la división
del trabajo, arribando paulatinamente a la noción de propiedad, que para este momento de desarrollo histórico, es
indudablemente comunitaria.
Bandas
Jiménez
Moreno, experto en el estudio de las fuentes coloniales, aseguraba que el
vocablo chichimeca significa “linaje
de perros”, por lo que podía compararse con otros nombres tribales como el de
los “cazcanes” que quizá equivaldría a “coyotes” (Jiménez Moreno 1943-a:18).
Podemos
recordar que para el mundo prehispánico la asociación con animales era parte de
su tradición cosmogónica, el animal sagrado remitía a los orígenes míticos de
la tribu, en contraposición a la tradición occidental, que los ubica como seres
inferiores de la creación, constituyendo objetos de explotación e incluso de
extinción.
En
esta misma lógica habría sociedades incivilizadas, las que se encontraban fuera
del Cristianismo:
Llamáronse
tierras de chichimecas porque por
allí suelen habitar ahora los chichimecas,
que son unas gentes bárbaras que se sustentan de la caza que toman, y no
pueblan; y aunque los mexicanos se dicen chichimecas,
empero propiamente se dicen atlacachichimeca,
que quiere decir pescadores que vinieron de lejanas tierras (Sahagún 1989:614).
Observamos
entonces que el término contiene otra vertiente. Los mexicas eran también chichimecas, por lo que debían tener
aspectos en común con las tribus del Norte, quienes fueron también sus rivales.
Es
otra vez Fray Bernardino quien describe las clases de chichimecas de que tuvo conocimiento:
Los
que se nombran chichimecas eran de
tres géneros: los unos eran los otomíes,
y los segundos eran los que se llamaban tamime,
y los terceros son los que se dicen teochichimecas
y por otro nombre zacachichimecas. Este
vocablo que dicen tamime quiere decir
tirador de arco y flechas… y aunque por la mayor parte vivían en cuevas y
peñascos, algunos de ellos hacían chozas o casillas de paja…Los que se llamaban
teochichimecas que quiere decir del
todo bárbaros, que por otro nombre se decían zacachichimecas, que quiere decir hombres silvestres, eran los que
habitaban lejos y apartados del pueblo por campos, cabañas, montes y cuevas, y
no tenían casas ciertas sino que de unas partes en otras andaban vagueando, y
donde les anochecía, si había cueva se quedaban allí a dormir (Sahagún
1989:598-599).
La
descripción anterior se ajusta casi perfectamente a la imagen clásica de los
cazadores-recolectores de “escasa
cultura” o como grupos dispersos, y digo casi
por que en la misma crónica aparecen también indicios de una situación
diferente: la existencia de sociedades plenamente consolidadas o, en palabras
del evolucionismo: de culturas de
“nivel superior” o “más desarrolladas”.
Por
ejemplo, de los tamime también nos
dice que “fueron algo republicanos” (Sahagún 1989:599); de los teochichimecas, “que eran oficiales de
pluma y hacían obras de pluma pulidas”, que “vivían mucho y andaban sanos y
recios; por maravilla moría uno, y el que moría, moría ya tan viejo y cano que
de viejo moría” (Sahagún 1989:600) esto sin mencionar la producción de
alimentos, que resulta asombroso no concebir, en una época en la que
predominaban los cultivos a nivel continental.
De
los mismos otomíes -quienes tenían la
peor imagen- Sahagún escribió: “… y no carecían de policía, vivían en poblado y
tenían su república”, aunque en ellos sí se vislumbran los beneficios
agrícolas:
Su comida
y mantenimiento era el maíz y frijoles, y ají,
sal y tomates; usaban también por comida tamales colorados que llaman xocotamales y frijoles cocidos, y comían
perritos, conejos, venados y topos (Sahagún 1989:603).
Lo que
empezamos a reconocer es que el término chichimeca
no era exclusivo de los cazadores-recolectores.
La
siguiente cita en la que Sahagún se encuentra hablando de los teochichimecas nos ofrece más pistas al
respecto:
De estos chichimecas unos había que se decían nahuachichimecas, llamándose de nahuas y de chichimecas, porque hablaban algo de la lengua de los nahuas, o mexicanos, y la suya propia chichimeca. Otros había que se decían otonchichimecas, los cuales tenían este
nombre de otomíes y chichimecas, porque hablaban la lengua
suya y la otomí. Otros había que se
llamaban cuextecachichimecas, porque
hablaban la lengua chichimeca y cuaxteca. Todos los cuales vivían en
policía y tenían sus repúblicas, señores, caciques y principales, poblados con
sus casas, abundantes en el victo y vestido, cuyo oficio era también traer y
usar flechas y arcos (Sahagún 1989:601).
Reconocemos
entonces que lo chichimeca abarcaba
un amplio abanico de culturas, tanto agrícolas como de cazadores-recolectores. De esta manera, en su
concepción original no denotaba una connotación negativa. El concepto chichimeca parece más bien aludir a una
familia lingüística o a un origen común.
Dos
destacadas investigadoras del Norte de México, Marie-Areti Hers y Beatriz
Braniff definen lo chichimeca como
norteño, es decir, todo lo que quedaba al norte de la frontera señalada por
Kirchhoff para el siglo XVI; una línea que recorre los ríos Pánuco-Moctezuma,
Santiago y Sinaloa (Braniff y Hers 1998:56).
La
diferencia que tienen con el promotor del concepto Mesoamérica radica en que mientras que para Kirchhoff el Norte de
México -más allá de la frontera mesoamericana- eran tan sólo tribus de cultura
inferior - recolectores y cazadores-, para las investigadoras, ese mismo
“Norte” representa una amplia variabilidad cultural:
De acuerdo
con la información histórica recopilada por Di Peso (1974: 49-52), la Gran Chichimeca
incluye grupos en el extremo noroeste, tanto históricos como prehistóricos: los
chichimeca ootam, hopi, zuñi y pueblo –que son grupos sedentarios, algunos de
nivel urbano como Paquimé, Chihuahua-; así como recolectores-cazadores –los
chichimeca seri, apache, suma, entre muchos otros- y también aquellos que
conociendo bien la agricultura, ante ciertas circunstancias debieron vivir
básicamente como recolectores; así como recolectores que aprendieron a cultivar
en una sola generación (Braniff, 1977; Braniff y Hers 1998:56).
Bajo dicho
esquema -por encontrarse dentro del territorio mesoamericano- podríamos definir
a los chichimecas mencionados por Sahagún (otomíes,
tamimes, y teochichimecas) como cultivadores superiores, aunque la información
del cronista sugiera otra cosa. Lo que entonces habría que preguntarse es ¿por
qué si en el Norte se ha empezado a reconocer una amplia variabilidad cultural,
en el Centro y Sur se tiene que seguir pensando en culturas homogéneas?[6]
La
respuesta parece venir de otra fuente histórica: La Historia Tolteca-Chichimeca, la cual se
integra de:
veinticinco
preciosas láminas, restos de un códice pictográfico; y el comentario a este
códice, escrito por un indígena del pueblo de Quauhtinchán en el Estado de
Puebla, en idioma náhuatl, idioma que ese indio de nombre desconocido había
aprendido a escribir en alfabeto europeo, como fruto de la primera campaña de
alfabetización en México que emprendieron los misioneros del siglo XVI
(Kirchhoff 1947:191).
Esta
fuente, que ubica el primer acontecimiento de su narración a principios del
siglo XII y que cubre un periodo de 430 años, relata la historia de nueve
tribus “chichimecas”, las cuales salieron de unos lugares llamados
Colhuacatépec y Chicomóztoc, quizá al noroeste de la actual Tula, Hidalgo,
dirigiéndose a los actuales estados de Puebla y Tlaxcala en donde lucharon con
los olmeca-xicalanca por el control
regional:
Las nueve
tribus se dividen en dos grupos de nivel cultural marcadamente distinto: los
nonoualca-chichimeca y tolteca-chichimeca por una parte, y por otra las siete
tribus restantes que formaban un grupo más o menos homogéneo, probablemente de
origen e idioma comunes. Mientras las primeras dos, ya al momento en que
aparecen en las páginas de nuestro códice, han alcanzado un nivel cultural
bastante alto, más o menos comparable a aquel de los olmeca-xicalanca; las
restantes siete tribus tenían originalmente una cultura muy rudimentaria basada
en la caza y la recolección, y sólo bajo la tutela de los tolteca-chichimeca
aprendieron el uso y cultivo del maíz que antes desconocían por completo
(veánse los párrafos 210-213), la confección de vasijas de barro y su uso en la
preparación de comidas (Berlin, Rendon y Kirchhoff 1947:XXV).
Los
párrafos anteriores –escritos por Kirchhoff- apoyan la idea de un origen común
“chichimeca”, unidad que se fue diluyendo por las disputas continuas a través
del tiempo, hasta arribar a las alianzas regionales del Posclásico tardío.
Los
párrafos siguientes llevan al citado autor a concluir que fueron los tolteca
los que enseñaron el arte de los cultivos a los demás chichimecas:
210.
Ahora el intérprete, el Couatzin, dijo a Icxicóuatl y Quetzalteuéyac: ‘Así dice
tu padre, tu señor: << Está bien. ¿Ea, que cosa deben pedir los
chichimecas? ¿Qué cosa deben exigir? >>”
211.
Hablaron después Icxicóuatl y Quetzalteuéyac, diciendo a Couatzin: “Esta bien,
mi gran príncipe. Que exijan, que pidan los chichimecas.” Después sacaron maíz
de su morral, lo desgranaron a la entrada de la cueva y cantaron de esta
manera:
212. Aquí está el canto de los señores chichimecas:
El llega, él come. El llega, él
come. Oh, que viniera a comer; llega, come. Oh, que el Otomí, el Otomí comiera.
La interpretación
de Kirchhoff es una visión difusionista
acorde a su modelo meosamericano, en donde las “altas culturas” irradiaron el desarrollo
a las culturas de cazadores-recolectores.
Lo que
parece factible es que todas estas sociedades conocieran la agricultura desde
épocas anteriores al auge mexica, combinándola a la caza y la recolección e
intercambiando alimentos y otros excedentes, abatiendo así las necesidades de
alimento en las regiones áridas, en donde las poblaciones debieron ser más compactas
pero con mayor movilidad.
Esta idea
acabaría con otro de los esquemas “clásicos” de la arqueología mesoamericana:
la de los grupos migrantes que terminan transformándose en una gran
civilización:
De esa
confusión[7]
ha nacido la idea ingenua, aún vigente en nuestros días, de que esos migrantes
norteños, antepasados de los pueblos que dominaban gran parte de la Mesoamérica nuclear en
el siglo XVI, de los toltecas a los mexicas, pasando por los purépechas y
muchos otros pueblos más, habían sido otrora cazadores-recolectores y que en el
lapso de una o dos generaciones se habían transformado milagrosamente en
pueblos plenamente urbanizados (Hers, Mirafuentes, Soto y Vallebueno 1999:42).
En suma,
los cazadores-recolectores debieron estar más hacia el Norte, más allá del río
Lerma, aunque seguramente ya no eran chichimecas.
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NOTAS
[1] Utiliza el concepto en el sentido de
diversidad cultural. Es decir, de un espacio multicultural no homogéneo.
[2] En este periodo los cazadores-recolectores
debieron ser tribalizados como los concibe
Flores (2006:35-36): “…partimos del supuesto que la tribalización es un
proceso antecedente a la aparición de la producción de alimentos como un patrón
de subsistencia generalizado. Pues dicho proceso trajo consigo el
impulso de nuevas estrategias y modos de trabajo que incidieron sobre el
desarrollo del proceso productivo y en la transformación del tipo de relación
que tenían con la naturaleza las antiguas bandas de cazadores recolectores
pre-tribales, entre las que la domesticación de las plantas (y, posteriormente,
de animales) sólo fue otra más de las estrategias utilizadas por algunos de los
nuevos pueblos tribales… la
constitución de cazadores recolectores como grupos tribales fue fundamental
para sentar las bases de lo que posteriormente sería la consolidación de los
grupos productores de alimentos”.
[3] Existen
yacimientos de oro, plata, fierro y mercurio en los municipios de Cuencamé y
Mapimí, en la parte duranguense de la Comarca Lagunera.
[4] También
se considera parte del extenso Desierto de Chihuahua.
[5] Quienes
resistieron hasta finales del siglo XIX, con una estrategia de guerra de
guerrillas a los colonos mexicanos y norteamericanos, a quienes hostigaban
permanentemente buscando desalentarlos de ocupar sus territorios ancestrales.
[6] Aunque
éstas sean grandiosas.
[7] Las
autoras están hablando de que el término chichimeca
llegó a denominar a todo tipo de pobladores del Norte.