Una relectura del magnífico libro Weaponizing
anthropology, social science in service of the militarized state, de David
H. Price (Counter Punch-AK Publications, 2011), un reconocido antropólogo
estadunidense de las posiciones radicales más coherentes, lleva a entender
otras aristas de la actual militarización de la antropología, así como de la
extensa penetración de los organismos castrenses y de inteligencia, mediante
becas de estudio y apoyos para la investigación, de las universidades de
Estados Unidos (Minerva Consortium, Pat Roberts Intelligence Scholars Program,
Intelligence Community Centers of Academic Excellence). Sostiene que así como
se está volviendo cosa del pasado observar a la ciencia antropológica como una
hijastra del colonialismo, es conducente afirmar que la guerra contra el
terror, iniciada por Bush, y continuada exponencialmente por Obama, redescubre
el uso militar de la cultura y da nuevo vigor a una antropología de la
dominación e instrumento útil para trabajos de inteligencia y para la guerra
planetaria contrainsurgente de Estados Unidos.
Sostiene que así como la Primera
Guerra Mundial fue calificada como la de los químicos (por el uso de gases
tóxicos), la Segunda Guerra Mundial, de los físicos (por el inicio de la
energía atómica con fines militares), el conocimiento cultural que requiere la
contrainsurgencia y la ocupación de países en las guerras neocoloniales ha dado
a pensar a muchos estrategas del Pentágono que las actuales son las guerras de
los antropólogos.
Esto se demuestra con la introducción de los Equipos Humanos
en el Terreno (Human Terrain Systems), que han brindando asesoría cultural a
las brigadas de combate en Irak y Afganistán, y por otros esfuerzos por adaptar
la ciencia antropológica a la contrainsurgencia y a las llamadas guerras
asimétricas, que no se llevan a cabo entre estados con estructuras culturales
similares de origen europeo, sino en regiones identificadas por su pluralidad
lingüística, étnica y nacional.
Recuerda Price que en el devenir histórico de las empresas coloniales primero llega la infantería, siguen los ingenieros mineros y los agrónomos, después los misioneros y, por último, los antropólogos. Las tradiciones antropológicas británicas, francesas, holandesas y alemanas estuvieron ligadas con las aventuras coloniales en África, Asia, Indonesia y otros lugares, mientras los estudios etnológicos en Estados Unidos entre los pueblos originarios no pueden ser separados de una vergonzosa historia de conquista y genocidio.
Los
códigos de ética surgen con la Segunda Guerra Mundial, cuando los militares se
dieron cuenta de la necesidad de entender culturas, lenguas, costumbres y
geografías extrañas, de los, en ese momento, países enemigos.
Antropólogos
estadunidenses, británicos, alemanes, franceses y japoneses fueron utilizados
durante el conflicto bélico como analistas de inteligencia, propagandistas,
instructores de lenguas, especialistas en sobrevivencia, saboteadores,
partisanos, oficiales y espías.
Los juicios de Nuremberg proveen a la
antropología y a las ciencias sociales y humanísticas las bases de los modernos
códigos de ética.
El Código de Nuremberg insistía en que los científicos trabajando
con seres humanos, tanto en la guerra como en la paz, debían obtener de ellos
su autorización informada, debían evitar causar daño físico o mental a los
sujetos y a las poblaciones estudiadas y se debería usar personal calificado
para llevar a cabo dichas investigaciones.
En 1948, como resultado de estas
experiencias, la Sociedad de Antropología Aplicada de Estados Unidos elabora el
primer código de ética formalizado, en el que se insistía que los antropólogos
debían asumir la responsabilidad de los efectos de sus trabajos y
recomendaciones, y jamás justificar sus acciones alegando que son meros técnicos de proyectos cuyos fines no les conciernen.
Nuestro
autor expone que con todo y que la American Anthropological Association (AAA)
ha adoptado resoluciones condenando guerras impopulares, como las de Vietnam e
Irak, la asociación es renuente a adoptar posturas críticas para el uso de la
antropología en guerras imperialistas; esto es, no basta un código de ética que
establece las mejores prácticas de la antropología, si no se incluyen
igualmente posiciones políticas como oponerse al imperialismo y al
neocolonialismo, así como apoyar el derecho de pueblos y naciones a la
autodeterminación.
Esto es, la distinción entre ética y política limita las
críticas dentro de los colegios profesionales. Así, la AAA se opone a los
Equipos Humanos en el Terreno por razones éticas, ya que no se obtienen los
datos con el consentimiento informado de los sujetos investigados, se pone en
peligro a las poblaciones, etcétera, pero no se toman en cuenta otras razones
políticas, igualmente importantes, como es el hecho de que la antropología es
un apéndice de los militares estadunidenses en un injusto proyecto de ocupación
y explotación imperialistas.
Siempre que las asociaciones profesionales limiten
sus discusiones en el ámbito de la ética y eviten el debate de los contextos
políticos en que se conduce la investigación antropológica –en este caso, de un
gobierno comprometido con la expansión militar global–, estas asociaciones no
hacen más que acotar sus críticas a formas y técnicas, y no a los proyectos
políticos que sustentan estos usos mercenarios y espurios de la ciencia social.
Asociaciones profesionales que se concentran en la ética mientras hacen a un
lado la política ignoran que la antropología es cómplice de los sectores
militares, de inteligencia y seguridad estadunidenses relacionados con la
política exterior de este país, con las campañas neocoloniales, la guerra
global contra el terror y la creciente dependencia en la contrainsurgencia
antropológicamente informada.
Las asociaciones profesionales como la AAA
consideran sus posiciones como neutrales en el campo de la política, pero
–insiste Price– no existe la neutralidad política, y, en este punto, también
coincidimos con este agudo crítico de la academia, añadiría, no sólo
estadunidense.
¿Cuál es la condición ético-política de las ciencias sociales en América Latina?
Publicado originalmente
en el diario La Jornada, Viernes 28 de febrero de 2014, Ciudad de México.
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