lunes, 9 de febrero de 2015

Movimientos sociales, toma del poder y transformación del Estado





Miguel Ángel Adame Cerón

Dr. en Antropología, Profesor-Investigador de la Escuela Nacional 

de Antropología e Historia. (ENAH-INAH)

adameguel@yahoo.com.mx
 


Fragmento del libro Movimientos sociales, políticos, populares y culturales. La disputa por la democracia y el poder en el México neoliberal (1982-2013), Itaca, México, 2013, 157 p. que se presentó en la XXXVI Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, el domingo 22 de febrero de 2015.


Varios de los analistas e investigadores de las protestas, las movilizaciones, las resistencias, las luchas, los conflictos, las sublevaciones y los movimientos sociopolíticos y culturales de los últimos 30 años, han venido discutiendo la cuestión del sentido, la orientación y los objetivos implícitos y explícitos de dichas acciones colectivas. ¿En última instancia hacia dónde conducen (o hacia dónde conducir las luchas) y/o hacia dónde se dirigen (o hacia dónde dirigir sus propósitos) a mediano y largo plazos? Una de las tendencias influyentes respecto a dicha cuestión ha sido la de plantear que los nuevos movimientos han rechazado la necesidad de tomar del poder, se han alejado o distanciado de la famosa estrategia simplificada por Wallerstein (2008) como de dos pasos: tomar el poder y luego desde allí llevar las transformaciones políticas y socioeconómicas para construir una sociedad diferente u otro mundo (p. 142). 

Esto es, ya no se trata de enfocar y concentrar las fuerzas y los objetivos en la toma del poder estatal y luego implementar los cambios. Pero esta estrategia que se desarrolló durante el siglo XX, dicen varios analistas, fracasó estrepitosamente, por tanto ya no es opción para las luchas antisistémicas de hoy. E. Wallertsein señala: “Una vez que la etapa uno estaba completada, y ellos habían llegado al poder, sus seguidores esperaban que cumplieran la promesa de la etapa dos: ‘transformar el mundo’. Y lo que descubrieron, si es que no lo sabían ya, fue que el poder estatal era más limitado de lo que habían pensado” (p. 145). Es más –abundan los críticos de esta supuesta “estrategia revolucionaria”, como Jorge Alonso (2013)– las “revoluciones anteriores evidencian que han sido realizadas por los de abajo, pero que han sido usurpadas por los nuevos de arriba, por la verticalidad imperante en esos cambios, lo cual convirtió a estos últimos en un nuevo poder opresor. En cambio, la perspectiva de los de abajo que se oponen al margen [¡sic!] del capital y del Estado es la de proporcionar de manera paulatina una convergencia horizontal, que a largo plazo mediante nuevas formas de hacer política construya autónomamente una convivencia horizontal” (pp. 115-116). 

Y más concretamente: la revolución socialista (y la revolución de liberación nacional agregaría Wallerstein), como planteamiento teórico-práctico predominante del siglo XX, intentó la toma masiva y armada del poder para intentar desde ahí, producir cambios sociales estructurales que condujeran a un nuevo modo de producción, “pero fracasó pese a que insistía en que era indispensable recorrer un largo tramo de transición” (Alonso 2013, ídem). 

Ninguna de esas revoluciones que se llamaron socialistas creó un nuevo modo de producción. Los modos de producción estatuidos “no implicaron rupturas totales, sino que se asemejaron a cambios evolutivos” (Alonso, ídem); específicamente cambios unilineales. Por lo que Jorge Alonso (2013), siguiendo a John Holloway  señala que para los cambios no hay una línea prefijada y determinista sino que existe la multilinealidad que depende de la participación de los sujetos (p. 124). En efecto, no hay teleología determinista ni menos fatalista, sino un telos que brota de la participación, del nivel de conciencia y organización, de las necesidades y de las capacidades  histórico-concretas de los sujetos.

Lo planteado por los intelectuales de izquierda que están desencantados de las revoluciones “socialistas” fracasadas, traicionadas, simuladas, defraudadas, etc., de que existe una imposibilidad constatada históricamente (principalmente durante el siglo XX) de triunfo democrático y auténtico con la estrategia de la conquista o toma del poder del Estado capitalista, tampoco es cierta o tan cierta. Pues si bien es evidente, que no ha habido hasta ahora una revolución socialista-comunista que haya cumplido completamente la trasformación radical del modo de producción capitalista, sí ha habido ejemplos históricos no sólo durante el siglo XX, sino también durante el XIX, de revoluciones de corte socialista que han sido inicialmente exitosas en la estrategia de apoderamiento del poder central capitalista y de la implementación de un conjunto de medidas radicalmente democráticas. Esto lo señala adecuadamente el historiador y economista Carlos Aguirre Rojas (2012:169-194 y 2013: 131-160), refiriéndose  a la Comuna de París de 1871, a la Revolución Rusa de los Soviets de 1917, la República de los Consejos de Hungría y a las experiencias de los Consejos obreros alemanes, italianos y a la Revolución Cultural China. 

En estas experiencias revolucionarias y de control político sustancial (aunque más o menos breve en términos temporales debido a su posterior represión o deformación bajo condiciones de hostigamiento militar y económico de las burguesías nacionales e internacionales) por parte de esas instancias populares democráticas como las comunas, soviets, consejos y comités; se establecieron medidas radicales de ejercicio de poder popular que abonaron históricamente a la posibilidad real de concretarlas, continuarlas y ampliarlas. Nos referimos específicamente a las más básicas: la toma de decisiones colectivas, la gestión y administración colectiva de las funciones,  la elegibilidad, revocabilidad, rendición de cuentas, rotación y responsabilidad (en todos los momentos) de los representantes y/o delegados, vasos comunicantes abiertos y fluidos entre las instancias de toma y ejecución de decisiones; es decir, en la toma de poder central se ejerció ampliamente la democracia directa, participativa y amplificada en los diferentes órdenes y niveles del autogobierno popular.

Pero vamos por partes, respecto a las contundentes afirmaciones de Jorge Alonso hay que cuestionar varios aspectos, ¿a qué se refiere con los de abajo?, ¿quiénes son los nuevos de arriba que usurpan la revolución?, ¿se trata de los mismos sujetos o de otros?, ¿cuáles son las condiciones socioeconómicas, políticas, militares, geoestratégicas, demográficas, internacionales, etc., que hacen posible la usurpación? ¿sólo la verticalidad los convirtió en nuevos opresores?, ¿por qué dice que no se lograron rupturas totales sino cambios evolucionistas unilineales?, ¿la convergencia horizontal, la horizontalidad convivencial, la autonomía y ponerse al margen del capital y del Estado (suponiendo que esto último realmente se pudiera hacer en el capitalismo salvaje y globalizado actual) son ingredientes suficientes para agrietar el sistema capitalista y crear otro modo de producción?. Y para cerrar nuestras interrogaciones: ¿esta estrategia de cambiar el mundo, agrietarlo o fisurarlo desde abajo sin el apoderamiento del Estado-gobierno –podríamos preguntar devolviendo el cuestionamiento del investigador Jorge Alonso y al teórico J. Holloway­–  dónde y cuándo ha triunfado en la instalación de una sociedad poscapitalista o un modo de producción diferente al del capitalismo?

Bien, nos parece que la llamada estrategia de dos pasos, es una caricatura política de los procesos revolucionarios, y que como el mismo E. Wallerstein dice, las condiciones, contextos, situaciones y procesos histórico-concretos son mucho más complejos y han intervenido e intervienen factores diversos y múltiples: intranacionales, nacionales generales e internacionales; tales como: guerras, sitiamientos, crisis, relaciones interestatales, escaseces, falta de unidad, traiciones, rupturas, abusos, saqueos, recomposiciones sociopolíticas, crisis económicas, intervencionismos, autoritarismos, resistencias, dinamismo social, asambleísmos, frentes y convergencias, festividades, creatividad popular y social, etc., etc. 

El “asalto al cielo” es un gran y dialéctico complejo desafío, y hoy día bajo las paradójicas condiciones del dominio subordinante y decadente del capital mundial, desarrollar y efectivizar un proceso revolucionario nacional e internacional es un desafío titánico. Quizá sea históricamente el máximo y contradictorio desafío consciente en que se ha encontrado el género humano y las sociedades concretas contemporáneas: tan cerca de terminar con la prehistoria humana (es decir terminar con las desigualdades, limitaciones  e injusticas de las sociedades escasas y clasistas), pero tan difícil de realizar mediante las revoluciones necesarias, suficientes y definitivas (y la revolución socialista-comunista total) para terminar con el capitalismo y superarlo con gobiernos auténticamente populares que lleven a sociedades a terminar con la lucha de clases y las clases mismas (las desigualdades, la explotación del humano por el humano, las opresiones, las discriminaciones, la propiedad privada, las inequidades y miserias, etc.); que conduzcan firmemente hacia sociedades  emancipadas, ricas en fuerzas productivas y relaciones interhumanas de calidad, sociedades de libres asociaciones de colectivos e individuos, etc., etc.

Las revoluciones, en efecto, no se circunscriben a la toma del poder, y específicamente la revoluciones socialistas del porvenir tienen que basarse en  procesos y experiencias efectivas y amplias de autogestión en todos los planos y niveles  de la vida productiva y reproductiva, a nivel micro, meso y macro;  antes, durante y después de las tomas de poder. Se trata de desarrollar y crear revoluciones integrales o totales. Pero los fracasos del pasado no tienen que negarnos o cancelarnos –para nada, sino por el contrario enseñarnos- la posibilidad objetiva-subjetiva de realizar revoluciones exitosas y permanentes: ¡que cumplan  verdaderamente el objetivo magno de desaparición  y superación positiva de sociedades enajenadas y desarrollen la plenitud humana en todas sus dimensiones! Pero algo fundamental para el arranque de dichas revoluciones es que necesaria y obligadamente tienen que pasar de una u otra manera por la toma del poder estatal, puesto que dicho poder tiene que ser apropiado por las masas trabajadoras y populares y luego transformado radicalmente hasta disolverlo a mediano plazo. ¿Por qué?, porque el Estado y sus regímenes y formas de gobierno estatales son el resultado histórico de la división social del trabajo, de la formación de las clases y sectores sociales divididos y su confrontación y guerra en múltiples planos. El Estado encarna e instrumentaliza a nivel supraestructural y estructural el poder de las clases y sectores dominantes, y concentra y centraliza sus dispositivos que garantizan (no sin contradicciones entre ellas mismas y con los dominados) su poder hegemónico, su reproducción, su violencia, su opresión y su control; ya que desde el Estado clasista centralizan y monopolizan  burocrática y parasitariamente fuerzas y capacidades creadas y practicadas por el conjunto de la sociedad. 

El Estado es, pues, una maquinaria regulativa y amortiguadora compleja a nivel político, jurídico, ideológico, simbólico y también económico que está controlada, subsumida  y funciona a favor de los intereses económicos, militares, judiciales, legislativos, fiscales, comunicativos, educativos, científicos, tecnológicos, médicos, artísticos, de vigilancia, de formación familiar y de reproducción cotidiana de las clases y sectores hegemónicos y dominantes, que reprimen y aplastan en general las iniciativas, la creatividad y la vitalidad de la inmensa mayoría de la población (que pertenece a las clases, sectores y grupos dominados y subalternos populares). Específicamente, en el caso del Estado capitalista moderno que nos incumbe, velan primordialmente por los intereses y el hambre de despojo acumulativo plusvalórico de los sectores capitalistas imperialistas y de vanguardia; aunque, en lo global, velan por la reproducción simple y ampliada de todo el sistema capitalista mundial y sus expresiones geopolíticas macroregionales y nacionales, tratando de incidir en el  amortiguamiento de sus crisis y  sus excesos sobreproductivos; y buscando paliar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia intrínseca a este modo de producción. 

Eso no quiere decir que como parte de la guerra de clases no se puedan crear espacios, órganos, movimientos, redes, relaciones antisistémicas y de convivencia real y experimental autogestivas y autónomas; pues de eso se trata también en la lucha revolucionaria: de crear,  inventar  y recuperar formas y laboratorios experienciales comunitarios autogestivos (como las comunas radicales juveniles de los 60 a la actualidad[1], o como los caracoles y municipios autónomos neozapatistas en Chiapas) que mellen las relaciones privadas, mercantilizadas, autoritarias, atomizadas y egoístas capitalistas y que potencien la perspectiva y la vida alternativa anticapitalista y procomunista: enriqueciendo la cultura política antisistémica, vivenciando, intercambiando experiencias-saberes[2] y prefigurando en los hechos el nuevo modo de producción y reproducción socialista-comunista. Empero por más que puedan extenderse  y conectarse esos tejidos alternativos bajo condiciones harto complicadas y a contracorriente (insertadas y acosadas constantemente y siempre por todas partes por el plusvalor, la mercancía, el capital, la propiedad privada, el mercado y el capitalismo avasallador), y ello pueda más o menos crear algunas islas, áreas, grietas y/o fisuras revitalizadoras (tal vez donde participen decenas de movimientos antisistémicos y anticapitalistas y  donde están activos la autogestión y el autogobierno de miles de personas), mientras millones y millones de personas ubicadas en cientos de pueblos y naciones sigan en la enajenación, en la opresión, en la exclusión, en la subsunción y en el consumismo capitalista, no se podrá terminar real y definitivamente con el sistema[3]

Sin la participación del sujeto histórico (diverso pero unificado) en el apoderamiento del monstruo-Estado (K. Marx: “Primer esbozo de la guerra civil en Francia”, 1978) para con determinación y sostenimiento de clase y de pueblo comenzar a darle un vuelco transformador; todo bajo su poder y sus intereses clasistas, liberadores, anticapitalistas y antisistémicos, intereses que son los de la inmensa mayoría de las poblaciones en todos los países del mundo; no habrá verdadera y permanente liberación humana (individual, de colectivo y de género). En efecto, hoy aproximadamente somos más del 95% de la población mundial no propietaria, frente a un 4% de las clases y sectores propietarios y un 1% de una minoría burguesa extraordinariamente privilegiada que superelitistamente toma decisiones en torno a los rumbos que debe seguir el sistema capitalista a su favor a través del control férreo y gansteril –espionaje, criminalizaciones, amenazas, represiones, guerras, torturas, intervenciones, etc.– de gobiernos, de organismos mundiales (ONU, FMI, Banco Mundial, OCDE, G-10, G-5, COP, etc.), ejércitos poderosos y tecnologías constantemente renovadas y cada vez más nocivas para el planeta y la humanidad como tal. Así pues, insisto, sin dicho apoderamiento no hay posibilidad de asegurar, respaldar y tener las palancas para romper el poder burgués y sus instancias, agencias, aparatos, dispositivos y mercados, tanto en el plano político como en el socioeconómico y cultural.

Esto tenemos que entenderlo con claridad meridiana pues las limitaciones (aunque de buena voluntad, pero finalmente ingenuas y parciales) de “cambiar el mundo sin tomar el poder” o de “revolucionar desde abajo el poder” sin generar la condiciones y luego efectivamente empoderase masiva, contundente y consistentemente conquistando la maquinaria central y determinante en la reproducción y permanencia del sistema; son eso, se quedan en eso: limitaciones del pensamiento y de la praxis revolucionarias que –de una u otra forma– contribuyen peligrosamente (o cuasi apocalípticamente dada la situación gravísima y cuasi-cataclísmica en que tiene a la humanidad y al planeta el capitalismo salvaje, expoliador y depredador) a aplazar las revoluciones nacionales, macroregionales y la revolución mundial global que son urgentes, pero que desgraciadamente han tardado en desarrollarse y avanzar en este básico “asalto” popular al poder. Entendiendo que son inmensas las tareas organizativas, coordinativas, concentradoras y desconcentradoras, etc., que hay consolidar; y que son gigantescos y numerosísimos los obstáculos que existen en las telarañas y relaciones capitalistas que hay que combatir y superar.

El apoderamiento revolucionario del Estado y sus regímenes y gobiernos para transitar racional y humanamente hacia una sociedad socialista-comunista es eje esencial, es una condición sine quan non, que dependiendo de las condiciones y la participación directa, consciente, decidida y democrática de las masas, en cada país y en varios y muchos países de manera intervinculada, cooperativa y coordinada, será más o menos violenta y dramática: entre mayor y mejor participación activa masiva, más pacífico, racional y tranquilo será ese apoderamiento del poder político nacional e internacional. El concepto científico dialéctico de dictadura del proletariado (que se mantiene en el poder y lo ejerce democráticamente como clases y sectores populares) implica una aparente paradoja, pues contra la dictadura de una minoría superprivilegiada de explotadores, saqueadores y opresores, se impone una dictadura revolucionaria o poder político revolucionario de la inmensa mayoría de trabajadores explotados, oprimidos y marginados. Dictadura necesaria, para en primer lugar combatir la resistencia furiosa de los capitalistas; en segundo lugar para descabezar los cuerpos represivos del monopolio de la violencia y reemplazarlos por cuerpos formados por trabajadores y gente del pueblo; en tercer lugar para sustituir a todos los funcionarios-burócratas de los órganos y agencias estatales por gente del pueblo (que rinda cuentas, que sean elegibles, responsables, revocables, etc.); en cuarto lugar para llevar a cabo las expropiaciones de las riquezas nacionales; en quinto lugar para efectuar las medidas para colectivizar todos los medios de producción y fuerzas productivas tecnológicas arrancados a los burgueses; en sexto lugar para decretar las medidas de apropiación de las instancias fundamentales del poder político, social, jurídico, judicial, comunicativo, educativo, salutífero y artístico-cultural-patrimonial[4]

Obviamente que con en estas acciones-dictados se destruirá la cabeza y los brazos del monstruo-Estado, pero –como los guajolotes cuando se decapitan– hay que dejarlo vivir sus estertores e irle arrancando de la supeditación de los capitalistas  todos los aparatos, dispositivos y estructuras por medio de los cuales los capitalistas controlaban y regulaban su poder hegemónico y dominante; subordinándolos y subsumiéndolos al poder de las comunidades, comunas, consejos, comités de base, asambleas, etc.; poder directo y representacional, poder autogestivo y coordinado; poder democrático y consensuado, poder mayoritario y diversificado; poder igualitario y desigual; poder recuperado y revitalizado por el conjunto  de los  miembros de los pueblos; en suma: poder de los de abajo y poder popular.

La dictadura del proletariado –si garantiza la democracia participativa y directa inmensamente mayoritaria–, no es/no tiene que ser/no será, pues, una dictadura unilateral y antidemocrática sino una dictadura que tiene que dictar (decretar) y llevar a cabo dictados (decretos) que lleven a corto, mediano y largo aliento a la liberación humana a través de o mediando provisoria y transitoriamente un Estado o nueva modalidad de Estado. Que como dijo Federico Engels –y hemos visto arriba– tiene que ser modificado a fondo antes que pueda cumplir sus nuevas funciones. Pero no puede ser destruido completamente en lo inmediato, como han propuesto las corrientes anarquistas[5], pues hacerlo así en el momento inicial: significaría: “destruir el único instrumento con cuya ayuda el proletariado victorioso puede utilizar el poder recién conquistado, aplastar a sus enemigos y llevar a cabo la revolución económica de la sociedad” (1978, p. 36).

Dicho de otra manera es un Estado que se convierte inmediatamente –sin dejar de ser totalmente un Estado– en un no Estado, anti-Estado o contraEstado que inaugura “la reasunción del poder estatal por la sociedad”. Pero dicha dictadura, y sus dictados democráticamente generados y efectivizados, es transitoria o es la forma transicional que se extinguirá como tal; y en ese sentido, extinguirá y mandará a los museos de la historia (junto otras reliquias de la prehistoria humana como la industria lítica, la rueca, los telares de vapor, la familia, la propiedad privada, etc.) al Estado mismo y bajo esa dinámica transformadora conducirá hacia la abolición a mediano-largo plazos de todas las clases, de todas las jerarquizaciones, las estratificaciones, las opresiones, las discriminaciones y las enajenaciones-reificaciones de las sociedades humanas habidas hasta entonces.

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ADAME Miguel Ángel (2005). “Comunas contraculturales: ¿Antifamilias o nuevas familias?, en Revista Casa del Tiempo. UAM, febrero. En http://www.difusioncultural.uam.mx/revista/feb2005/adame.html
ALONSO Jorge (2013). Repensar los movimientos sociales. CIESAS, Casa Chata, México.
AGUIRRE Carlos Antonio (2012). Movimientos antisistémicos, pensar lo antisitémico a inicios del siglo XXI. Protohistoria. Rosario.
ENGELS Friedrich (1978). “Principios de comunismo”, en C. Marx y F Engels, Obras completas, tomo 4, progreso, Moscú, pp. 355-360.
MARX Karl (1978). “Primer esbozo de la guerra civil en Francia”,en C. Marx y F Engels, Obras completas, Progreso, Moscú, pp.250-321.
WALLERSTEIN Immanuel (2008). Historia y dilemas de los movimientos antisistémicos. Contrahistorias, México.
ZIBECHI (2013). “Sobre la forma superior de lucha”, en La Jornada, 27 de diciembre, p. 26.




[1] Véase Migue Ángel Adame C. (2005: 64-73).
[2]Raúl Zibechi señala al respecto que: “Siento que hay múltiples diálogos entre todas estas experiencias [de los nuevos movimientos y organizaciones sociales latinoamericanos de los últimos 20 años] no al estilo de encuentros formales y estructurados, sino intercambios directos entre militantes, capilares no controlados, sino el tipo de trueques de saberes y experiencias que necesitamos para potenciar el combate al sistema”   (2013: 26).
[3] Real e idealmente: mientras no se haya emancipado el conjunto de la humanidad no existirá un solo humano libre; mientras haya un solo ser humano miserable y/o oprimido, no seremos verdaderamente felices.
[4] F. Engels en uno de sus escritos planteó que la revolución tendrá que crear la dominación política del proletariado, o sea el régimen político democrático, que utilizará inmediatamente como medio para llevar a cabo amplias medidas [instrucciones, decretos, implementaciones, operaciones, expropiaciones, puestas en marcha, etc.] que tendrán que atentar directamente contra la propiedad privada como las siguientes: expropiaciones con pago o sin pago a los propietarios de fábricas, buques, ferrocarriles, talleres, etc.; confiscación de otros bienes; organización del trabajo y ocupación de los trabajadores y masas populares urbanas y rurales de fábricas, fincas y centros de trabajo; aumento de estos; trabajo obligatorio y formación de ejércitos de trabajadores en las industrias; cultivo de todas las tierras; educación para todos y todas en escuelas públicas en todos los niveles; construcción de viviendas y destrucción de las insalubres y mal construidas; concentración y organización del transporte, etcétera (“Principios de comunismo”, 1978).
[5]Ese aspecto ha sido un eje constante de discusión entre corrientes  (pro) anarquistas y marxistas; sin embargo extraña que Carlos A. Aguirre que al parecer se reivindica marxista, insista que se trata desde el comienzo de la conquista del poder, de la destrucción completa del Estado, no sólo de la destrucción del poder central o dominante  burocrático-militar del Estado-gobierno burgués.

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